Existen tres grupos de tests que pueden dar respuestas: son estos
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Para diagnosticar las alergias alimentarias, existen una serie de instrumentos a disposición del pediatra. Se trata, en particular, de tres grupos de tests con características diversas.
a. Tests de sensibilización en vivo: miden la presencia de anticuerpos IgE para los alimentos en la piel con prick test o patch test. Los prick test consisten en la aplicación de una sustancia sobre la piel del niño, y en una sucesiva escarificación (una incisión superficial de la piel). El desarrollo de una roncha roja en pocos minutos indicará la presencia de alergia.
En el caso de los patch test, se aplica en el dorso un esparadrapo con la sustancia a estudiar, y después de 24-48 horas se comprobará si existe reacción cutánea.
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b. Test de sensibilización in vitro:
miden la presencia de anticuerpos IgE para alimentos en la sangre mediante técnicas cada vez más sofisticadas. Su última frontera es la de la alergología molecular.
c. Test de reacción alérgica propiamente dicha, llamada “test de provocación”. Dado que no todos los niños que tienen anticuerpos IgE contra un alimento son alérgicos, para saber si un niño es realmente alérgico al alimento para el que tiene anticuerpos hay que hacer el “test de provocación”, o sea, el niño debe tomar el alimento, y la reacción debe ser observada y medida.
¿Cómo se usan los tests diagnósticos?
Se ordenan caso a caso. El diagnóstico de alergia alimentaria puede hacerse partiendo de la historia clínica o a petición de los padres. Se trata de las típicas manifestaciones alérgicas inmediatas, que intervienen a menudo en las dos horas siguientes a la asunción del alimento, se repiten cada vez que se toma el mismo alimento, y en algunos casos ni siquiera haría falta un test para confirmarlo.
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En otros casos, en los que la situación sea más complicada, un prick test puede ayudar.
El test “in vitro” más usado y de mayor precisión diagnóstica es la administración en sangre de los IgE específicos para distintos alimentos. Más difícil, pero no menos importante, es formular un diagnóstico negativo. Comprender que “un niño no es alérgico” es importante para él (se le evitan dietas inútiles), para la familia (se evitan exámenes y esperas innecesarias) y para el sistema sanitario (se evitan gastos superfluos).
Descartar una alergia, sin embargo, no es fácil. El pediatra puede hacerlo con los prick test, pero a menudo su valor predictivo negativo ‒ o sea, su capacidad real de identificar al que está realmente sano ‒ no es suficiente. Lo mismo vale para la administración de IgE específicos en sangre. Cada uno de estos tests valora la situación alimento por alimento.
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Sucede a menudo que un niño es diagnosticado como alérgico a más de un alimento. Sobre todo en el caso de niños pequeños que sufren dermatitis atópica, o de niños más grandes que padecen una inflamación del esófago llamada esofagitis eosinófila.
En estos casos, el pediatra se encuentra ante una condición de posible alergia alimentaria, sin que sea posible identificar una relación clara entre la asunción de alimentos específicos y la aparición de síntomas.
En cualquier caso, son seis los alimentos responsables del 90% de las alergias alimentarias: trigo, pescado, huevo, soja, cacahuetes y sobre todo leche.
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