Los WhatsApp son una maravilla pero dejan de serlo si nos escondemos detrás de ellos…Sherry Turkle, psicóloga y profesora del Massachusetts Institute of Technology, señala en su libro En defensa de la conversación que la amistad hay que alimentarla con la presencia. Señala que la empatía se puede debilitar si nuestras conversaciones se reducen, demasiado a menudo, a contactos online.
¿Significa esto qué los contactos online no son positivos? Lo son y mucho pero no hasta el punto de reducir la capacidad que todos tenemos de alimentar nuestra vida afectiva, nuestra vida de amigos, el necesario contacto con las personas. Los WhatsApp son una maravilla pero dejan de serlo si nos escondemos detrás de ellos, si para solucionar problemas que exigen arrojo y audacia lo reducimos todo a unas palabras en diferido aunque estén acompañadas de emoticones.
La empatía se alimenta en vivo y en directo, los amigos y conocidos quieren calibrar la sinceridad de nuestra mirada. Y si hemos de decir cosas delicadas hay que acercarse: hablar y escuchar. Y matizar para evitar malos entendidos. Y esperar a que el otro encuentre la palabra precisa para explicarse bien.
Pero sin prisas. Los asuntos serios exigen tiempo, precisión, cercanía y complicidad en el mejor sentido de la palabra. Turkle señala que estamos des-aprendiendo la empatía, que nos relacionamos peor cuando nuestra vida online crece exageradamente. Ganamos temores, indecisión y perdemos las habilidades relacionales que son imprescindibles para vivir en sociedad.
Hay usuarios muy hiperconectados que temen a relacionarse en público. Un ejemplo claro es la importancia que se da ahora, en el mundo profesional, a la capacidad de comunicar, de expresarse oralmente en público, de hacerlo asertivamente y con decisión. Estas habilidades las necesitamos en el mundo de las ventas, de la atención al público y no digamos en el mundo de la sanidad y la educación.
Nuestra presencia es casi necesaria para los destinatarios de nuestras ideas, curas, enseñanza, persuasión, argumentación. Antes hablábamos de oratoria, de retórica, ahora de expresión oral, de puesta en escena de uno mismo, de acompañar nuestro discurso con la mejor expresión no-verbal. Pues bien: qué contradicción si en la época de la comunicación, de la transmisión de ideas, de la conexión con las personas alguien se apartara de este guión tan humano para retirarse detrás de una cómoda barrera, el móvil, para atreverse a encarar una tarea que exige presencia.
¿Qué pasaría, en una época donde nos hemos vuelto muy sensibles a las reacciones de los otros, si nos parapetáramos en un tuit para expresar nuestra opinión? Un tuit acelerado que se teclea desinhibidamente pues no ve la cara de su destinatario. Es más: el destinatario se ha convertido en una cosa sin sentimientos detrás de una pantalla en la que no vemos su expresión real.
Se ha producido un vacío comunicativo que no invita precisamente a la consideración, a la prudencia o simplemente a la compasión. Entonces, huérfanos de empatía, le decimos lo que nunca le diríamos en persona. Y la polarización no se detiene pues el contertulio, para no llamarlo contendiente, actúa desde la misma impersonalidad con semejante desapego. Y ahí se inicia la escalada.
Se está hablando mucho de la polarización que está viviendo la vida política en muchos rincones del planeta. La radicalización en las reacciones. La imprudencia en los comentarios que se envía en caliente. Y después debemos disculparnos. ¿Y si estos posibles errores hubieran sido mediados por la presencia, por el contacto visual, por la sonrisa o un gesto tan amigable como unir las manos planas delante del pecho para pedir perdón? Un gesto muy sencillo y a la vez poderosísimo.
A nivel particular y a nivel global necesitamos pararnos a pensar antes de hablar. Nos estamos quejando de la impulsividad Donald Trump que gobierna a golpe de tuit, por la mañana, muy temprano, cuando se ha acabado de levantar, sin consultar a nadie. Pues si nos quejamos del presidente de los Estados Unidos, sería bueno que actuáramos coherentemente y no nos abandonáramos a la irresponsabilidad de enviar un WhatsApp, colgar una foto en Instagram o enviar un tuit del que nos podamos arrepentir.
Una fácil conclusión: la amistad exige presencia y tenemos que vernos más. Ese es el espíritu del siguiente video que nos enseña muchas cosas. Publicidad para aumentar la reputación de marca de gran calidad.