El Pontífice participa en una liturgia penitencial al inicio de Cuaresma reservada al clero de Roma: “El pecado nos desfigura” y compartió con ellos “el dolor y la culpa insoportable” que causa en “en todo el cuerpo eclesial” la oleada de escándalos de abusos. “El Señor purifica a su Esposa y nos está convirtiendo a todos a sí mismo”.
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El papa Francisco salió del Vaticano el jueves 7 de marzo, tras el inicio de la Cuaresma, para participar en una liturgia penitencial junto al clero de la diócesis de Roma. En la Basílica de San Juan de Letrán, los sacerdotes recibieron el sacramento de la reconciliación. Algunos de ellos, se confesaron con el Papa.
Francisco dirigió a los sacerdotes de su diócesis un discurso denso y hecho espontáneamente, casi sin hojas en la mano en el que resaltó la enorme riqueza espiritual que brota del corazón, tras recibir la misericordia de Dios y del poder del perdón.
Asimismo, advirtió sobre el pecado de la vanagloria: “Como si fuéramos el Pueblo de Dios por iniciativa propia o gracias a nosotros mismos. Esta reflexión nuestra es muy fea y siempre nos hará daño, ya sea la autosuficiencia en el hacer o el pecado del espejo, la autosatisfacción: “Qué bello soy, qué bueno soy….”.
También reflexionó sobre la experiencia de la confesión del pecado que no puede ser “cosmética” y porque Dios sabe vernos por lo que realmente somos, se trata de lavar el maquillaje espiritual como con “agua para lavarnos”. Esto para ver que no “somos tan hermosos: somos feos, somos feos incluso en nuestras propias cosas. Pero sin desesperación, ¿no? Porque hay un Dios misericordioso”.
Invitó a los sacerdotes a predicar en este tiempo cuaresmal el amor apasionado de Dios, pero también a ser conscientes de su papel en la Iglesia como servidores del pueblo: “No se consideren administradores del pueblo, sino servidores que no aceptan la corrupción”.
“Unidos con los hermanos, con la comunidad, dispuestos a luchar por el pueblo”, dijo, poniendo en evidencia la actitud de los sacerdotes que hablan mal de su propio pueblo a los obispos y “todos esos males dolorosos que ensucian la imagen de la Iglesia”.
“El pecado nos desfigura, y vivimos con dolor esta experiencia humillante cuando nosotros mismos o uno de nuestros hermanos sacerdotes u obispos cae en el abismo sin fondo del vicio, de la corrupción o, peor aún, del crimen que destruye la vida de los demás”, afirmó.
Respecto al escándalo de los abusos, el Papa manifestó su dolor y angustia debido al grave pecado de los abusos cometidos por los miembros del clero.
“Quiero compartir con ustedes el dolor y la culpa insoportable que causa en nosotros y en todo el cuerpo eclesial la oleada de escándalos de los que están ahora llenos los periódicos de todo el mundo”.
“Es evidente que el verdadero sentido de lo que está sucediendo debe buscarse en el espíritu del mal, en el Enemigo, que actúa con la pretensión de ser el dueño del mundo”.
Sin embargo, ¡no nos desanimemos! El Señor purifica a su Esposa y nos está convirtiendo a todos a sí mismo. Él nos está haciendo experimentar la prueba porque entendemos que sin Él somos polvo. Nos está salvando de la hipocresía, de la espiritualidad de las apariencias”.
“Dios, agregó, sopla su Espíritu para devolver la belleza a su Esposa, pero el arrepentimiento es fundamental, de hecho es el principio de nuestra santidad”.
Por ello, pidió a los sacerdotes que no tengan miedo de poner su vida al servicio de la reconciliación entre Dios y el hombre, aunque la vida de un sacerdote pueda estar marcada “a veces por malentendidos, sufrimientos, persecuciones y pecados”.