¿Tú también eres de los que creen que los ascensos o un buen sueldo son las señales que indican el triunfo en el trabajo?Triunfar no significa siempre tener un ascenso, un puesto de liderazgo o ganar mucho dinero. Implica llevar una vida digna de ser vivida, ser recordados por nuestra integridad, humildad, empatía, responsabilidad o compromiso. Ese es el verdadero éxito.
Para ello, nuestra actuación cotidiana tanto en el trabajo como fuera de él debe de estar fundamentada por los siguientes valores y principios éticos:
Integridad
Las personas nos movemos dentro de un universo de emociones, lenguaje, acciones y pensamientos. Estos universos no son independientes, más bien son interdependientes, lo que implica que cada acción genera un pensamiento coherente y una emoción acorde. Una persona íntegra logra que lo que dice, aquello que hace, sus sentimientos y pensamientos estén completamente alineados, no hay grietas ni rupturas, es un todo uniforme.
La persona íntegra no claudica sus valores en pro de beneficios inmediatos, no negocia con su integridad. Este alineamiento le otorga una sensación de paz interior y tranquilidad que le permiten sentir recompensa no monetaria por su actuación coherente.
Responsabilidad incondicional
Es la capacidad de poder ser proactivos, anticipándonos creativamente a los acontecimientos reduciendo los riesgos de forma inteligente. Implica pensar antes de actuar. Permitir que haya un espacio entre el estímulo y la respuesta. En ese espacio reside la libertad, la capacidad de elegir cuál será la mejor acción a ejecutar.
Las personas exitosas tienen un alto nivel de responsabilidad proactiva. La ética de la responsabilidad permite que nuestra conducta sea el producto de acciones reflexionadas y pensadas y no meras reacciones automáticas producto de las circunstancias.
Empatía
Una persona empática puede ver, sentir y escuchar cómo ve, siente y escucha la otra persona. Es la habilidad que nos permite relacionarnos con los otros cuidando que lo que hacemos, lo que decimos y sentimos no solo no lo dañe, sino que además contribuya a un estado emocional positivo. Las personas empáticas son percibidas como más amorosas y confiables, con lo cual es más fácil vincularse con ellas, ya que sentimos que estamos al resguardo y que no corremos peligro.
El valor de la empatía radica en la capacidad de salirnos de nosotros mismos para meternos en el mundo del otro, apropiándonos de su forma de pensar y sentir. Es un estado de profunda conexión emocional donde nos fundimos en la experiencia del otro con sinceridad. Las personas con altos niveles de empatía suelen ser más exitosas y son requeridas para puestos más altos.
Humildad
Ninguno de los valores que hemos enumerado serían de verdadero valor o importancia sin humildad. De hecho, la humildad es la que posibilita la empatía, la responsabilidad incondicional y la integridad. Es difícil acompañar estos valores con el orgullo (no me refiero al sano orgullo de la propia autoestima). En este sentido, la humildad es una condición de posibilidad para el surgimiento del resto de los valores éticos. Una ética sin humildad nos convierte en manipuladores.
Compromiso
Las empresas son redes de conversaciones, comunidades lingüísticas que interaccionan para coordinar acciones y lograr propósitos. Esa coordinación de acciones depende de los compromisos asumidos quienes forman parte del equipo profesional.
De ahí la importancia de la confianza que transmiten las personas íntegras, responsables y empáticas. Son aquellos que cumplen con su palabra y con las que, en definitiva, podremos establecer relaciones de largo plazo. Solo podemos elevarnos y triunfar cuando nuestra conducta se apoya en una ética solida y en valores elevados.