Espero que un buen ejemplo de lo que pretendo exponer en esta columna sea el mismo titular que encabeza esta columna, sobre todo para el público español. Puede que si se hubiera titulado de otro modo nadie habría reparado en la existencia de este artículo pero de pronto, hoy les ha llamado la atención. La razón es muy sencilla, conocen la tragedia del pequeño Julen. De ser así, sería un buen ejemplo de cómo determinados acontecimientos son empleados por la prensa como combustible para sus audiencias. La cosa está clara, si me interesa lo veo en la tele, compro el periódico y visito tu web. Cuando alguien en todo el mundo teclee en Google el nombre de Julen ahí estaré yo.
Sin embargo, esto puede suponer un arma de doble filo. Que yo sepa que a usted le interesa que yo hable de cierto tema puede ser una herramienta muy útil para mí. Por ejemplo, atraer su atención sobre este artículo. Esto, llevado a los grandes medios puede resultar todavía más peligroso, porque en un lugar en donde se rigen por audiencias para vender publicidad (la principal fuente de ingresos de los medios de comunicación) si yo se que a usted le interesa algo no se preocupe que lo va a tener a todas horas.
Mientras la tragedia del pequeño Julen se prolongaba agónicamente en el tiempo a mi no dejaba de venirme a la cabeza una película. Se titula El gran carnaval (1951) y es una obra maestra (como no podía ser de otro modo) de Billy Wilder. La película nos cuenta la historia de Charles Tatum (Kirk Douglas), un periodista de élite venido a menos por una serie de catastróficas desdichas que da con sus huesos en un periódico de segunda en Alburquerque. Tatum pasa todo un año esperando que llegue la gran noticia que lo lance de nuevo a la primera línea del periodismo hasta que por casualidad descubre que un hombre ha quedado atrapado en una cueva en las entrañas de una montaña de Nuevo México. Tatum, que goza de una moral muy discutible pero que tiene un olfato fuera de toda duda, encuentra en esta tragedia el acontecimiento idóneo para situar su nombre de nuevo en primera división. De hecho, Tatum sabe muy bien lo que necesita y más aún, cuánto tiempo lo necesita, tal es así que en connivencia con el sheriff retrasará el rescate el tiempo mínimo exigible para alargar la noticia lo suficiente como para volver a situarse en a primera línea del periodismo.
El caso de Julen estoy seguro que no llegó a tanto pero sí que existen varios aspectos en común con el film de Wilder. Tatum sabía que al público le iba a interesar la historia de un hombre atrapado en las entrañas de una montaña, como los medios de medio mundo sabían que el espectador iba a pedir más sobre el pequeño Julen. Tatum retrasó el rescate para cebar a su público y con Julen no hizo falta llegar a tanto, porque ya estaba presente en todos los medios a todas horas.
El carácter netamente informativo del caso de Julen tenía un principio y un fin pero para los medios, desde las televisiones públicas a las cadenas privadas no parecían tener fin, porque sabían que es lo que el público demandaba. Sin embargo nadie parece reconocer que consume este tipo de información escabrosa y pese a todo la programación de este tipo de productos de multiplica. Es decir, puede que usted y yo no veamos estas cosas pero créanme, estamos rodeados de ellos lo cual no invita a una doble reflexión. Primero, ¿de qué clase de personas estamos rodeados que consumen con avidez los detalles más morbosos de una tragedia como la de Julen? Y no menos importante, ¿qué tipo de medios consumimos que se fundamentan sobre informaciones a todas luces discutibles? Piensen sobre ello.