En la Homilía del Pontífice un llamado a vivir el Belén como un punto de inflexión para cambiar el curso de la historia
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En Navidad, delante del Belén se observa “las paradojas de hoy, cuando unos pocos banquetean espléndidamente y muchos no tienen pan para vivir”, lo dijo el papa Francisco en la Homilía en la Noche de Navidad de 2018 en la Basílica Vaticana.
Francisco se refirió a la sencillez del Belén. Mientras denunció que “el hombre se convierte en ávido y voraz. Parece que el tener, el acumular cosas es para muchos el sentido de la vida. Una insaciable codicia atraviesa la historia humana”.
En la sexta Misa del Gallo de su pontificado, afirmó que “el cuerpecito del Niño de Belén propone un modelo de vida nuevo: no devorar y acaparar, sino compartir y dar. Dios se hace pequeño para ser nuestro alimento. Nutriéndonos de él, Pan de Vida, podemos renacer en el amor y romper la espiral de la avidez y la codicia”.
En la ceremonia recordó que “Belén”: significa “casa del pan”. En esta “casa” el Señor convoca hoy a la humanidad. Él sabe que necesitamos alimentarnos para vivir. Pero sabe también que los alimentos del mundo no sacian el corazón”
La homilía en la Santa Misa de Nochebuena se ha situado en la “subida” de María y José hacia Belén. “Esta noche también nosotros subimos a Belén para descubrir el misterio de la Navidad”, expresó.
Ante las cerca 10.000 personas que llenaron la basílica, el Obispo de Roma dijo que el “Belén es el punto de inflexión para cambiar el curso de la historia”.
“Allí – insistió – , Dios, en la casa del pan, nace en un pesebre. Como si nos dijera: Aquí estoy para vosotros, como vuestro alimento. No toma, sino que ofrece el alimento; no da algo, sino que se da él mismo”.
Y luego exhortó a ver el significado profundo de la Navidad: “En Belén descubrimos que Dios no es alguien que toma la vida, sino aquel que da la vida”.
Luego invitó a contemplar el pesebre para que “comprendemos que lo que alimenta la vida no son los bienes, sino el amor; no es la voracidad, sino la caridad; no es la abundancia ostentosa, sino la sencillez que se ha de preservar”.
“En Belén – sostuvo – descubrimos que la vida de Dios corre por las venas de la humanidad. Si la acogemos, la historia cambia a partir de cada uno de nosotros”.
“Porque cuando Jesús cambia el corazón, el centro de la vida ya no es mi yo hambriento y egoísta, sino él, que nace y vive por amor”, agregó.
Así preguntó: ¿Cuál es el alimento de mi vida, del que no puedo prescindir?, ¿es el Señor o es otro?
Después, llevó a los presentes hasta la gruta con sus palabras: ¿Necesito verdaderamente tantas cosas, tantas recetas complicadas para vivir?
¿Soy capaz de prescindir de tantos complementos superfluos, para elegir una vida más sencilla?”.
El Pontífice propuso el camino hacia Belén como un reinventarse, un cambio de vida: “En Belén, junto a Jesús, vemos gente que ha caminado, como María, José y los pastores. Jesús es el Pan del camino”.
Y mientras en muchos hogares se preparaba la gran cena de Navidad, aprovechó para reflexionar sobre el significado auténtico de estas fiestas.
Pues, a Jesús “no le gustan las digestiones pesadas, largas y sedentarias, sino que nos pide levantarnos rápidamente de la mesa para servir, como panes partidos por los demás. Preguntémonos: En Navidad, ¿parto mi pan con el que no lo tiene?”.
En el final de la celebración, como todos los años, Francisco llevó la imagen del Niño Jesús hacia el pesebre situado en el interior de la Basílica Vaticana.
“Es necesario no resbalar en los barrancos de la mundanidad y del consumismo”, dijo.
“Quiero llegar a Belén, Señor, porque es allí donde me esperas. Y darme cuenta de que tú, recostado en un pesebre, eres el pan de mi vida.
Necesito la fragancia tierna de tu amor para ser, yo también, pan partido para el mundo. Tómame sobre tus hombros, buen Pastor: si me amas, yo también podré amar y tomar de la mano a los hermanos. Entonces será Navidad, cuando podré decirte: ‘Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo’“, concluyó.
El Papa se asomará al balcón de la Logia central de la basílica de San Pedro del Vaticano este 25 de diciembre para leer su mensaje de Navidad e impartir la tradicional bendición “Urbi et Orbi” (a la ciudad y al mundo).