En el siglo XIX, el Creacionismo dejaba de ser la única explicación posible al origen de la vida con la aparición del Evolucionismo. El padre de esta idea revolucionaria, Charles Darwin, compartiría su vida con una mujer que lo amaría profundamente pero que no renunciaría a sus creencias religiosas. Emma y Charles Darwin se convirtieron en un matrimonio en el que el respeto mutuo fue la clave de una relación ejemplar que duraría cuatro décadas. Emma y Charles habían nacido en la misma familia, una amplia familia acomodada en la Inglaterra de principios del siglo XIX. Emma nació el 2 de mayo de 1808, Charles casi un año después, el 12 de febrero de 1809.
La infancia y juventud de Emma transcurrió como la de la mayoría de muchachas de su tiempo y su estatus social. Después de formarse en un internado londinense, emprendió un largo viaje por Europa que completaría su educación.
Charles creció cerca de su prima, sobre todo tras la muerte de su madre, hermana de Josiah Wedgwood, padre de Emma, cuando aún era un niño de ocho años. Él y sus hermanos encontrarían en el hogar de los Wedgwood un lugar en el que refugiarse y recuperar el cariño perdido.
Durante años, Emma rechazó varias proposiciones de matrimonio y decidió volcarse en el cuidado de su madre que había quedado inválida y de una hermana enferma. Emma era una mujer encantadora, educada y profundamente religiosa que vivía feliz dedicando su vida a sus seres queridos.
En ella se refugió un joven Darwin recién llegado de su largo viaje por tierras remotas y convertido en toda una celebridad científica. Agobiado por las visitas, las miles de preguntas acerca de los animales y lugares exóticos que había analizado y exhausto por la larga travesía, Charles encontró en su prima a una mujer que le transmitía paz y sosiego.
A pesar de que su relación se fue estrechando, como buen científico, antes de tomar una decisión, Charles Darwin hizo un exhaustivo estudio de los beneficios y perjuicios que le podía acarrear el matrimonio. A pesar de que llegó a escribir que elegir a Emma era “mejor que un perro”, su relación se convirtió en una fuerte unión que duró cuatro décadas y de la que nacerían hasta diez hijos.
El hogar de los Darwin en Kent, una casa llamada Down House, se convirtió en ejemplo de respeto mutuo. Mientras Emma ayudaba a su marido en la transcripción y traducción de obras científicas, dudaba de sus revolucionarias ideas y sufría por el alma de su marido mientras Charles perdía completamente su fe tras la muerte de Annie, una de sus hijas.
Emma llegó a escribir toda una declaración de amor y de fe en la que transmitía su angustioso temor de no poder compartir la vida eterna con su esposo: “Todo lo que te concierne a ti me concierne a mí y me sentiría muy desdichada si supiera que no nos perteneceremos en uno al otro para siempre”. La respuesta de Charles fue que había “besado esta carta y llorado por su causa muchas veces”.
Emma Darwin nunca creyó en las teorías de su marido referentes a la evolución de las especies pero nunca le abandonó y terminó aceptando la publicación de las mismas. Hasta la muerte de Charles, el 19 de abril de 1882, Emma cuidó de él y de su delicada salud mientras se volcaba en sus hijos y en obras de caridad. Aún viviría catorce años más, recordando al que fuera su compañero durante años y con quien forjó una inquebrantable relación.
Una historia de amor y respeto que fue llevada a la gran pantalla en 2009. “Creation”, traducida en España como “La duda de Darwin”, relataba la dura prueba que la pareja tuvo que sufrir tras la perdida de su hija Annie y el profundo conflicto de conciencia que tuvo Emma para aceptar que su marido expusiera al mundo unas ideas que podían sacudir los cimientos de su propia fe. La cinta transmitió el mensaje de que en las teorías de Charles podía llegar a encajar la fe en Dios.
Te puede interesar:
Aleteia te invita al cine: La Duda de Darwin