Pequeños del Caribe salen a las calles todos los primeros de noviembre a pedir comida que luego comparten con su vecindario en un ejemplar acto de fraternidadSon decenas de niños y adolescentes de la costa Atántica los que inundan los barrios de pueblos y ciudades para pedir que les regalen comida. Sus armas: calderos viejos, palos de escoba, simpáticas estrofas infantiles y un montón de sonrisas que nadie puede evadir.
No se trata de indigentes ni de pequeños dispuestos a hacerles travesuras a los adultos, sino de hordas de chicos de todos los niveles sociales que heredaron una antiquísima tradición que conlleva un cálido mensaje de amistad. Se llama ‘Ángeles somos’, llegó de la mano de la Iglesia católica en tiempos de la Colonia española y aunque es una costumbre arraigada en pueblos del litoral Atlántico, es en Cartagena de Indias donde más se le practica.
Rosita Paniagua, socióloga, es una de las personas que durante más de 40 años ha trabajado por el rescate, preservación y difusión de esta práctica en la que también están involucrados los adultos. “Es una tradición nada tiene que ver con Halloween y que tiene inmersos todos los valores que nos identifican: convivencia social, trabajo en equipo, solidaridad, integración, coordinación y planeación…”
Ella contó a Aleteia que en la mañana del primero de noviembre niños y adolescentes de diferentes condiciones —sin máscaras ni disfraces—portando gigantescas ollas, sorprenden al vecindario con un contagioso estribillo de entrada:
- “Ángeles somos / del cielo venimos / pidiendo limosna / pa’ nosotros mismos…
- “Aguardiente y vino pa’ Marcelino / aguardiente y ron pa’ Marcelón”.
Se trata de un ruidoso llamado —a ritmo de ollas, voces desentonadas, tapas de cocina, palos y otros elementos— para que las personas aporten los ingredientes básicos de un delicioso sancocho costeño, es decir, yuca, ñame, papa, arroz, plátano, cebollas, condimentos, pollo y carne de res o de cerdo. Además, hay la advertencia clara de que todos los alimentos no deben ser procesados o industrializados.
Si el pedido no tiene una pronta respuesta, los ‘pelaos’ —como les dicen en el Caribe a los niños— reclaman entre música desafinada y carcajadas con uno de los siguientes estribillos:
- “No te dilates, no dilates / saca el bollo del escaparate”
- “No te rías, no te rías / que la mochila está vacía”
- “Tinti li li llo, tinti li li llo / cinco chivos pa’ mi bolsillo”.
Si la reacción del sorprendido vecino es generosa los bulliciosos lo premian con una o dos estrofas extremadamente elogiosas:
- “Esta casa es de rosas / donde viven las hermosas”
- “Esta casa es de arroz / donde vive el Niño Dios”.
En cambio —recalca Rosita— si no hay aportes de ninguna clase, la respuesta, además de cantada y risible, es una evidente reprimenda pública que nadie desea recibir:
- “Esta casa es de ají / donde viven los cují (tacaños)”
- “Esta casa es de agujas / donde viven todas las brujas”.
El paso siguiente también es de admirar ya que los niños, tan pronto han reunido lo suficiente para el almuerzo, se congregan en una calle, una plazoleta, los atrios de las iglesias o un patio a preparar a cielo abierto el anhelado sancocho. Por lo general, son matronas del lugar, vecinas de los niños o parientes cercanos los que se encargan de atizar la leña, pelar la víveres y adobar las carnes e introducir todos los ingredientes en la olla comunitaria. Después de dos horas, el aroma del sancocho invade el vecindario que, poco a poco, llega hasta el lugar para reencontrarse con ‘los niños ángeles’ que todos los años provocan un fraternal encuentro alrededor de un delicioso plato típico.
Keyla Barrios, una joven ingeneniera de Malambo, un pueblo cercano a Barranquilla, dice que “este momento de compartir un modesto plato de sopa es único en el vecindadario, tan especial que ni siquiera se puede comparar con festividades foráneas como el Halloween en las que importa más el concepto comercial y la vanalidad que el valor de la unidad familiar o la solidaridad entre amigos y hasta desconocidos ”.
Tradición y patrimonio
‘Ángeles somos’ es una práctica cultural sin barreras sociales. Niños ricos y pobres de pueblos y ciudades, siempre han sacado tiempo, ayer y hoy, para salir con sus ollas y su cantinela a pedir comida “para nosotros mismos y los demás”. Aunque en Barranquilla, Santa Marta, Sincelejo, Montería, Riohacha y Cartagena esta práctica es muy notoria y casi obligatoria en barrios populares, también es evidente en sectores medios y altos, especialmente en conjuntos y condominios y en algunos colegios privados en donde alumnos, profesores y empleados comparten entre ellos u ofrecen el almuerzo a personas de sectores vulnerables.
La celebración de ‘Ángeles somos’ en Cartagena tendrá este año componentes adicionales al sancocho. En el el famoso barrio de Getsemaní se celebrará un encuentro de música folclórica en el que niños y jóvenes serán los protagonistas. Ellos también participarán en un conversatorio que abordará temas coyunturales de la ciudad.
Asimismo, como ha ocurrido a lo largo de muchos años, la Iglesia católica promoverá su celebración para recordar con afecto a todos los difuntos que se han santificado, pero también para expresar su solidaridad con miles de venezolanos que se han radicado en esta ciudad y viven en condiciones deplorables. Un vocero de la arquidiócesis de Carrtagena dijo que “será una oportunidad para expresar la solidaridad de los colombianos con los hermanos de Venezuela, así sea con algo tan sencillo como un nutritivo sanchocho”.
Gestoras culturales como Rosita Paniagua están dispuestas a continuar su trabajo para que esta tradición que tuvo momentos de declive, sea declarada patrimonio cultural inmaterial. Su propósito es lograr que “el Ministerio de Cultura disponga un plan de salvaguardia para fortalecer la tradición y evitar que prácticas foráneas arrasen con una costumbre que está enraizada en el corazón del Caribe colombiano”.
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