El sentido de las celebraciones en torno a la muerte
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Halloween, como su nombre en inglés indica, es la víspera (la tarde anterior) del Día de Todos los Santos, una gran fiesta por todos los que están en el cielo (conocidos y anónimos) que la Iglesia católica de rito latino celebra el 1 de noviembre.
Un día después, el 2 de noviembre, se celebra el Día de los difuntos para recordar y orar especialmente por los fallecidos que están en el purgatorio y todavía no gozan de la vida eterna en la presencia de Dios.
Se trata de dos fiestas católicas complementarias (en tres días, si contamos la víspera de Todos los Santos) situadas al final del año litúrgico.
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En ellas la muerte está presente como nexo de unión entre la vida terrena y la eterna, con la individualidad de cada persona, y a la vez la unión entre los vivos y los fallecidos (la comunión de los santos, en términos católicos).
A lo largo de los siglos, diversos elementos culturales y sociales han ido configurando una tradición de visitas a cementerios y elaboración de dulces y otros elementos relacionados con la muerte.
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Como ha ocurrido con otras fiestas cristianas, en ocasiones las tradiciones han servido para reforzar la fe y a veces para confundir.
Las calaveras, fantasmas, el horror y la violencia muestran una particular faceta de la muerte. El genuino Halloween católico la sumerge en la victoria de Cristo sobre el mal.
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