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Michael conoció a la mujer de su vida cuando era mendigo en un cajero automático

MICHAEL MARTINK
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Dolors Massot - publicado el 29/10/18
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Nunca tires la toalla, por muchas heridas que te haya provocado la vida. Incluso las heridas más grandes pueden ser restauradas por el amor. No existe mayor impulso para un cambio de vida que el saberse amado, saber que “al otro lado” de una vida desgraciada alguien nos está esperando. Y eso es lo que le ocurrió a Michael Martin, un alemán nacido en Marburg en 1954 a quien la vida golpeó una y otra vez hasta que hace 4 años, en Santiago de Compostela, conoció a la mujer de su vida.

Entre los dos, han conseguido que Michael sea hoy autor de un libro en el que narra su autobiografía. Uno no daría crédito de todo lo que le ha ocurrido si no fuera porque hay testigos de la vida que llevaba hasta hace poco: el director de la agencia bancaria donde dormía, por ejemplo, que le daba algo para desayunar cada mañana.

Pero vayamos al comienzo de la historia: Michael fue un niño no amado por su madre. Su abuela materna le pegaba y él se refugiaba en un cementerio cercano: “Los muertos no pegan”, dice con sarcasmo. La madre era era fiscal, el padre médico. Se separaron, pero Michael encontró a su madre un día acostada con su amante y la rabia pudo más. mató todos los conejos de su granja y se escapó de casa. A continuación, lo encerraron en un internado y de uno paso a otro y otro. Su madre seguía sin manifestar el más mínimo cariño por él.

Practicó un aborto a su novia

Llegó a la Universidad y se echó una novia. Ella quedó embarazada. Ayudado por un amigo, le quiso practicar él mismo un aborto para deshacerse del bebé. Y lo consiguió. Pero la muchacha lo explicó a su padre y este demandó a Michael. Como resultado, fue expulsado de Medicina.

En una pendiente que cada vez se aceleraba más, marchó a Francia y se alistó en la Legión Extranjera de Francia. Le tocó luchar en Chad y Libia, allí contra Gadaffi. Cada día rozando la muerte. Casi perdió un ojo. Fueron unos años de pura existencia sin rumbo a ninguna parte, desde 1978. Vio morir a su mejor amigo.

A los 28 años le diagnosticaron un cáncer. Regresa a Alemania para seguir un tratamiento y cuando le dan el alta, no es readmitido en la Legión. No ve otra salida más que la droga y sí se engancha a la cocaína y la heroína.

MICHAEL MARTINK

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Y es así como llega a España y comienza un derrotero como mendigo, con el único refugio de las oficinas bancarias y el asiento de las aceras. Un suizo le enseñó cómo debía pedir: sentado, con un cartel y leyendo el periódico, le dijo. Y así hizo.

Un día le robaron y quedó indocumentado. De nuevo caía en picado.

“Susana sabe todo lo que he sido”

Pero apareció gente dispuesta a ayudarle. Entre ellos estaba la abogada Susana Menéndez. Ella era voluntaria y cada noche le llevaba una infusión de boldo para limpiar el hígado de las drogas y el alcohol. Ella no hablaba alemán y él tampoco español, pero la ternura y la compasión dieron paso al amor. Finalmente, decidieron casarse.

Para Michael, Susana ha sido desde entonces el camino de vuelta a la normalidad y a la felicidad. En ella encontró fuerzas para dejar las drogas y para volver a ponerse en pie.

Michael publicó el libro “Nunca sabes a dónde te lleva la vida”, en la editorial alemana Novum Verlag, y ahora ha aparecido la traducción al español.

A veces Hollywood se lamenta de que no encuentra contenidos para películas. Si los guionistas leen la historia de Michael, es posible que encuentren en ella todo lo necesario para armar el filme romántico del año.


SONIA DIEZ
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