Si amo en Dios esa exageración tiene sentido y nunca es demasiado mi amorDeseo que la alegría sea el tenor de mi alma. Como una constante escondida detrás de días no tan felices.
Como esa paz que baja de lo alto cubriéndome con su sombra. Y sosteniéndome en el aire cuando falla el suelo donde piso.
No quiero que la tristeza nuble mi camino. Y repito dentro de mi alma: “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres”.
Estoy alegre porque Dios me ha hecho ver en mi vida cuánto me quiere. Pero a veces me olvido del peso de su voz, y de la solidez de sus palabras. Como si ya de nada valiera todo lo vivido. Como si de repente Dios hubiera dejado de mirarme.
Me uno a las palabras del profeta: “Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el mejor de los pueblos; proclamad, alabad y decid: El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel”.
El Señor ha estado grande conmigo y estoy alegre. Miro mi historia y agradezco el poder de su mano. La presencia misteriosa en medio de mis debilidades y caídas. Allí siempre el Señor sosteniendo mis pasos.
Miro mi vida y pienso en tantas alegrías que Dios me ha regalado. Creo que la alegría que he vivido me ha ensanchado el corazón. “Decía santo Tomás que se usa la palabra alegría para referirse a la dilatación de la amplitud del corazón”[1].
La amargura quizás crece en el alma por las tristezas vividas. La amargura empaña la mirada y me vuelve mezquino. Por eso necesito cuidar mis alegrías.
Pero, ¿dónde descansa mi alegría? ¿Dónde están las fuentes de las que bebo para estar alegre?
El otro día un sacerdote de 88 años me decía: “Sólo puedo decir de mí mismo que he sido un sacerdote feliz. Y que la felicidad en mi vida no ha brotado de hacer mi santa voluntad sino de descubrir la voluntad de Dios y adherirme a ella”.
Es el salto de fe que tanto me cuesta dar. Y pienso a veces que mi alegría está en seguir mis deseos. En hacer sólo lo que yo quiero y negarme a seguir otras sendas prescritas por los que me rodean. Me equivoco.
Pienso en las fuentes de mi alegría en las que bebo. ¿Cuáles son? ¿Es el amor humano una fuente de la alegría? Es verdad que el amor, el vínculo, es algo tan frágil… Puedo herir amando. Puedo amar mal y no despertar ni vivir la alegría.
Miro mi corazón enfermo cuando ama creando dependencias. El amor es fuente de mi alegría. Lo sé. Pero si no lo cuido, puede ser fuente de amarguras, de heridas, de rencores.
Decía san Francisco de Sales: “¡Qué alegría amar sin temor de exageración! Pero no hay nada que temer cuando se ama en Dios”[2].
¿Es posible llegar a amar de forma exagerada? ¿Puedo amar demasiado a una persona? Si amo en Dios esa exageración tiene sentido y nunca es demasiado mi amor.
Si amo bien encuentro la paz y se alegra el alma. El amor la ensancha. Me arriesgo a vivir la alegría del amor, de la entrega y la comprensión, de la misericordia. Un corazón que ama es más feliz que el que no ama.
Aunque amar duele. ¡Cuánta amargura encuentro con frecuencia! Corazones heridos que no son capaces de amar en libertad. Están heridos. Sienten que no son queridos ni aceptados. Han palpado el rechazo y destilan desprecio. Me duele.
El que se sabe amado tiene paz en el alma. Dios me ama con lazos humanos. Me deja ver su rostro en el amor imperfecto del que me ama. Y arrastra hacia Él, tirando de esos lazos humanos.
Dios también me utiliza a mí. Lo mismo hace con mi torpe amor, cuando quiero amar exageradamente y no lo hago tan bien como quisiera. En ese momento usa Dios mis cuerdas rotas para atar a los que amo a su corazón. Para lograr que puedan llegar a Él.
Sí. Soy feliz amando. Quiero ser feliz siempre y no sólo cuando experimento la aprobación del mundo.
Quiero serlo en mi barca en medio de la tormenta a punto de zozobrar. En medio de mis tormentas exteriores e interiores.
Quiero tener paz en medio de la vida que está herida. En medio de los acontecimientos que turban mi alma idealista.
Me confronto con la realidad de la vida humana en la que Dios se esconde. Y desde ahí quiere que mire más alto, más arriba, que mire las estrellas.
Quiero tener una alegría que se sobreponga a todos los desengaños. Que beba de fuentes de las que brota un agua que calma mis miedos y ansiedades.
Porque no sé muy bien qué rumbo va a seguir la barca de mi vida. Nada temo. El camino incierto me desconcierta a veces, turba mi ánimo. No quiero perder la alegría.
Como decía santa Teresa en Caminos de perfección: “Aunque me canse, aunque no pueda, aunque reviente, aunque me muera”.
Es la actitud del corazón que desea seguir a Jesús allí adonde vaya. Un corazón que lucha y no se desanima nunca. No quiero perder la alegría en ese seguimiento fiel. Lo hago paso a paso.
[1] Papa Francisco, Exhortación Amoris Laetitia
[2] J. Kentenich, Un paso audaz: El tercer hito de la familia de Schoenstatt, Rafael Fernández