Observo desde un lugar oculto mi vida de niño, recojo en mis manos abiertas sentimientos ya vividos…
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Hay un chaparro en el jardín. Una encina de hojas negras. Ocupa toda una esquina. Da sombra. La miro con los recuerdos bañando mis ojos. Es tanta la luz que brota de mi alma…
Me veo allí pequeño, creciendo, pensando, en silencio. Y veo desfilar ante mí imágenes de entonces, voces nunca olvidadas que resuenan dentro de mi alma. Mi voz de niño, la voz de una madre, de un padre.
Deseo volver por un momento al instante de entonces. Observo desde un lugar oculto mi vida de niño. Recojo en mis manos abiertas sentimientos ya vividos.
Vivo de nuevo años pasados sin importarme cuántos. Sin que me pese dónde. Quiero abarcar con mis manos la historia entera de mi vida.
Contemplo ese chaparro que un día fue sólo un arbusto. Cuando aún no daba sombra. Y su vida parecía tan frágil.
¡Cómo pasan los años sin darme cuenta! Intento detenerlos para que no se escapen. Me abrazo como un náufrago al tronco más fuerte de mi chaparro. En un regreso al pasado que siempre anhelo.
Deshojo los días intentando recordarlo todo. Para no olvidar a los que ya han partido. Paseo entre los troncos de mi chaparro. Donde la sombra abriga y el sol no me agota.
Dicen que olvidar es el comienzo de la muerte. Aunque yo no lo creo. Pero por si acaso escribo, para que no me olvide.
Cuando la altura de ese arbusto superaba mis sueños. Y soñaba entonces con una vida distinta a la que Dios me ha dado, o con la misma,… Ya no lo sé.
Me gustan las sombras que me dan paz y sosiego. No tengo miedo. En el pozo de mi alma hay aguas ocultas que me dan la vida. El pozo silencioso que se dibuja contra el cielo, y la montaña.
Me gusta de vez en cuando detener mis pasos ante su brocal gastado. Voy tan rápido. Paso de una cosa a otra sin detenerme. Me da miedo ser superficial, carecer de raíces. Hago memoria.
¿Cómo era el color de mi pelo? ¿Y la forma de mis sueños? ¿Y la hondura de mis deseos? ¿Cómo eran los demás desde mis ojos de niño? ¿El color de mi madre? ¿La altura de mi padre?
Tal vez por eso me gusta tanto vivir sin prisas y crecer despacio. Guardar en mis retinas los años de mi vida. Recordando.
Dice el padre José Kentenich: “La falencia de nuestra educación de hoy consiste en pretender realizar todo con excesiva rapidez. María garantiza ese desarrollo desde adentro, evitando así que sea un pegote que viene desde afuera”[1].
Miro mi vida por dentro. Veo prisas. Y deseo tener tiempo para todo. Para no ir corriendo.
Miro a María quien logra que todo crezca de forma lenta pero auténtica en mí, dentro de mi alma. Logra que los ideales se hagan carne con tranquilidad en mi piel tan seca.
Busco caminar sin prisas. Despacio por los caminos de mi vida. Sin exigir que pase el tiempo entre mis dedos.
Camino debajo de mi chaparro. Un día fue arbusto. Y el tiempo con su calma fue haciendo sus raíces hondas. Y su tronco grueso.
Y dio muchos hijos. Caídos por la tierra. Mientras pasaba la vida entre sus ramas. Sin apenas darse cuenta creció despacio. Así quiero crecer yo, desde lo más hondo de las aguas de mi pozo. Desde mis raíces más profundas. Desde mi verdad que me hace niño.
Detrás de las arrugas del tiempo se esconde un niño. De ojos grandes y alma limpia. Han pasado los días rápido entre sus dedos.
Sigue confiando en que el final llegará sin darse cuenta. Y habrá merecido la pena vivir la vida. Grabar en la tierra un camino sagrado.
Describir con amor toda mi entrega. La original forma de ser que plasma el mundo. Un jardín nuevo, eterno, limpio. El jardín concluso de mis recuerdos. Donde soy yo mismo, sin tapujos. El niño de entonces. El hombre de ahora.
El ideal que me enciende es el mismo de siempre. Lo redescubro. Lo desempolvo entre mis dedos. Vuelvo a ser yo mismo. Y sueño con más fuerza. Mientras camino acariciando los troncos de mi chaparro. El de tantos recuerdos.
A la orilla de las aguas que esconde el brocal de mi pozo. Por donde voy y vengo. Una y otra vez cada mañana.
[1] J. Kentenich, Educación mariana para el hombre de hoy, 124