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Balduino y Fabiola de Bélgica: el romance de una pareja católica

Balduino

El rey encontró en la aristócrata española Fabiola un apoyo para su tarea.

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Bernadette Chovelon - publicado el 18/09/18 - actualizado el 07/09/22
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Bernadette Chovelon, autora de la biografía del matrimonio real de Balduino y Fabiola, relata la vida espiritual de ambos. El descubrimiento personal de su vida ejemplar revivió literalmente su fe

El viaje espiritual del rey Balduino de Bélgica (1930-1993) y de su esposa Fabiola (1925-2014) es una verdadera historia de amor, inspirada por el Evangelio y la fe. Como cada uno de nosotros, Balduino y Fabiola vivieron dificultades, discusiones, alegrías, que poco a poco construyeron sus personalidades y luego los valores de su amor. Su fe común, su atención a los demás, fueron, al parecer, su sol y la virtud más hermosa de su unión.

Dos infancias difíciles

Ambos tuvieron una infancia difícil. La de Balduino marcada por las muertes accidentales de su abuelo Alberto I de Bélgica y de su madre, la reina Astrid, tan querida por los belgas. Durante la Segunda Guerra Mundial, la familia real no se libró de los bombardeos, de las rutas de éxodo, de la deportación bajo la ocupación nazi, luego, de la prisión por connivencia con el enemigo, del exilio. Al mismo tiempo, el nuevo matrimonio del padre de Balduino y la llegada de una madrastra desconocida en su vida de adolescente añadieron dificultades personales a las de su familia durante la guerra.

Tras la abdicación forzada de su padre, Balduino se convirtió en el rey de los belgas, pero era un joven rey triste, solo, marcado por su pasado y siempre bajo los focos de los periodistas deseosos de publicar exclusivas de planes de boda reales inventados o, peor aún, sórdidas aventuras que la prensa rosa le atribuyó descaradamente.

Fabiola tampoco tuvo una infancia fácil. Sexta hija de una familia numerosa, vivió en Madrid en un suntuoso palacio donde el rey de España le encantaba ir a jugar al bridge con sus padres y admirar sus nuevas adquisiciones de pinturas de maestros como Watteau, Fragonard y muchos otros. Conciertos de gran calidad reunían regularmente a la alta sociedad madrileña en su gran salón. Educación artística, literaria, musical, pero también esencialmente cristiana, orientada a la oración y a ayudar a los demás. Todas las noches, padres, hijos y sirvientes se reunían para rezar, hasta que la familia decidió exiliarse en Suiza ante la proclamación de la Segunda República y hasta el fin de la Guerra Civil. Fabiola, una adolescente, pudo continuar sus estudios con las monjas y, sobre todo, transmitir a su familia y amigos su alegría de vivir a pesar de la adversidad.

Alegría y sufrimiento

¿Qué condiciones inimaginables hicieron que un rey que residía en Bruselas y una joven encariñada con su Madrid natal pudieran conocerse un día y casarse? Es una historia romántica y loca que sería difícil de creer si no la hubiera contado el cardenal Suenens, arzobispo de Mechelen-Bruselas, con textos que la apoyaban. Una magnífica historia de amor vivida bajo la atenta mirada de Dios.

Después de su matrimonio, como rey y reina de los belgas, su vida a la cabeza de un reino a menudo dividido por enemigos de la realeza, estaba destinada a estar totalmente al servicio de los demás, de los más desafortunados, especialmente de aquellos que habían sido afectados por desastres nacionales (inundaciones, accidentes aéreos, etc.).

Soñaban con tener una familia numerosa. Fabiola quedó embarazada cinco veces y cinco veces perdió a su bebé después de varios meses de embarazo y esperanza. Con su fe, aceptaron y luego trascendieron este sufrimiento, a su manera, a pesar de la hostilidad de grupos de extrema izquierda que organizaron manifestaciones bajo sus ventanas exigiendo la renuncia de esta pareja real sin “príncipe heredero”. Su amor y un gran cuidado por la comunicación entre ellos les permitieron resistir estas crueles presiones.

La aprobación de la ley sobre la legalización del aborto supuso, para ellos quizás más que para otros, un gran sufrimiento. Ambos habían experimentado tan tristemente el precio de la vida y la muerte de un embrión. Juntos adoptaron una actitud valiente y sin precedentes en la historia de Bélgica... y del mundo entero.

La eucaristía cotidiana

El testimonio del capellán de la corte de Bélgica me permitió reconstruir parte de su vida espiritual. Todos los días de su vida, rezaron juntos, compartieron la Eucaristía juntos, incluso en países donde los organizadores de sus viajes oficiales, por ejemplo en la URSS, tuvieron grandes dificultades para encontrarles una misa... bajo los retratos de Stalin y Lenin... Esta Eucaristía diaria a lo largo de sus vidas como pareja fue “el pan del camino” para ellos.

He estudiado de cerca los viajes oficiales del rey y de la reina. Siempre quisieron establecer vínculos con los jefes de Estado de los países que los recibieron. Estudié con especial detalle sus viajes a París, donde tanto el presidente De Gaulle como François Mitterrand los recibieron con toda la pompa reservada a los jefes de Estado. En su último discurso, el rey destacó la importancia de la construcción de Europa para el futuro y su implicación personal en esta institución instalada y bienvenida en su territorio belga.

La muerte del rey

En 1993, Balduino, debilitado físicamente por una grave operación a corazón abierto unos años antes, presintió su inminente muerte. Fabiola lo apoyó con su sonrisa, su ternura, sus proyectos y su confianza en la vida. En este periodo más que nunca, ambos estuvieron cerca y unidos en la oración. Fue en su casa de vacaciones junto al mar en Motril, Andalucía, donde Balduino murió repentinamente en un día caluroso, abatido por un ataque al corazón el 31 de julio de 1993.

La mayoría de los jefes de Estado que acudieron al funeral en Bruselas se sintieron conmovidos por el testimonio de fe de Fabiola, vestida de blanco festivo, cantando con su familia la alabanza al Señor en aquel día en que su marido se había reunido con Dios para toda la eternidad.

En el primer aniversario de la muerte de Balduino, rey de “todos los belgas”, independientemente de sus creencias o de su moral, Fabiola organizó una misa al final de la cual leyó, como último regalo a su pueblo, el texto que habían repetido juntos a Dios todos los días desde su boda. Reveló así al gran público los fundamentos de la vida espiritual de su pareja y sus relaciones humanas con los demás.

Un testimonio contagioso

Con gran alegría, emoción y con muchos descubrimientos humanos, intelectuales y espirituales, pude unirme durante varios meses a esta pareja que supo asumir, de manera cristiana y de mutuo acuerdo, las responsabilidades de un reino en un periodo en el que los valores tradicionales conocidos en sus respectivas vidas empezaban a dar paso a cambios existenciales.

Mi deseo era compartir con mis lectores el camino espiritual de este hombre y esta mujer que, desde sus primeros encuentros, eligieron poner en el centro de su vida a Dios y el Evangelio, a pesar de las frecuentes lluvias de duras críticas.

Pude consultar numerosos testimonios y experimentar con Balduino y Fabiola la renovación de una Iglesia posconciliar rejuvenecida y ferviente, que descubrió la espiritualidad conyugal, la alegría de la oración común de un hombre y una mujer unidos por el sacramento del matrimonio y la felicidad de cantar juntos cada día la alabanza del Señor.

Escribir este libro ha revivido mi fe y ha revivido la fe de mi círculo familiar, a quien pude ofrecerlo por primera vez. Algunos quedaron fascinados por el increíble relato de los primeros encuentros de Fabiola y de Balduino; otros comprendieron mejor el sacramento del matrimonio y, finalmente, todos se emocionaron con la magnífica foto de portada de esta radiante pareja real que nos deja un fuerte testimonio de amor.

A lo largo de la escritura de este libro, me apoyó y animó esta frase del evangelista Mateo: “No se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa” (Mt 5,15). Que esta luz brille larga e intensamente para que los lectores de esta doble biografía la compartan como pareja y como familia.

Balduino
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