Interceder es rezar en favor de alguien, especialmente por quien está más necesitado
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La oración de intercesión es profundamente agradable a Dios, porque no tiene el veneno de nuestro egoísmo. Cuando rezamos por los demás salimos de nosotros mismos, de nuestro pequeño mundo mezquino, y experimentamos lo que decía Don Bosco: Dios nos ha puesto en el mundo para los demás.
Jesús vivió para los demás, vivió para el Padre y para nosotros, olvidado de Sí mismo. Podemos decir que la oración de intercesión es una petición que nos conforma perfectamente a la oración de Jesús. Él es el único intercesor ante el Padre a favor de todos los hombres. Interceder es rezar a favor de alguien, especialmente de quien tiene más necesidad. Solo quien ha experimentado la misericordia del Señor puede interceder con eficacia, porque nadie puede dar lo que no ha recibido. Es el corazón misericordioso lo que hace nuestra oración agradable a Dios.
La intercesión no tiene límites, no encuentra barreras, va a todas partes. El tiempo no puede contenerla. Mediante la intercesión se puede llegar a todos los hombres, también a los poderosos de este mundo, a nuestros enemigos, e incluso a aquellos que niegan a Jesús y se le oponen. La oración constante obtiene la misericordia de Dios, también para quien no es su amigo. Por esto, el Señor nos dice que no nos cansemos nunca de pedir su ayuda, que no dejemos de suplicar su misericordia para el mundo.
El intercesor puede ser solo un hombre lleno del Espíritu, porque el Espíritu es el Paráclito, Él mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Si estar llenos de Espíritu nos lleva a interceder, es verdad también lo contrario, porque la intercesión nos llena cada vez más del Espíritu Santo, basta que Él vea un corazón determinado a la intercesión, y nos enseña en seguida como hacerla.
Siento mucha pena cuando voy a los encuentros de oración y veo a padres afligidos que piden a otros que intercedan por sus hijos y viceversa, o mujeres que piden que se rece por sus maridos, maridos que piden que se rece por sus esposas, etc. No es un error pedir que otros recen por aquellos que amamos. Lo que es doloroso es comprender que esas personas creen que nuestra oración tendrá más fuerza que la suya. Es doloroso observar el desánimo y ver a tantos que creen que Dios no les va a escuchar. Olvidan el sacramento que les ha unido en Jesús para formar una familia.
El matrimonio no se hizo para obligar a las personas a vivir juntas con el riesgo de condenarse si no lo hacen. El matrimonio es una gracia que permite a quien la recibe vivir el proyecto de Dios en su unión. Esta gracia es eficaz. ¡Si los padres conocieran el poder de su intercesión por sus hijos! ¡Si la mujer supiese lo que sucede en el Cielo cuando reza por su marido! ¡Antes de pedir a otros, rezarían ellos mismos por las personas que Dios les ha confiado!
Tras haber suplicado la intercesión del obispo para su hijo Agustín, que estaba perdido, santa Mónica escuchó de su boca las palabras proféticas que llenaron de consuelo su corazón: “Hija mia, es imposible que Dios no convierta al hijo de tantas lágrimas”. Si las madres conocieran el valor de sus lágrimas no las desperdiciarían entre insultos y maldiciones, sino que las ofrecerían a Dios en el silencio de su corazón. Las lágrimas de una madre mueven montañas. El sufrimiento de la mujer convierte al marido.
Nuestras oraciones son tan preciosas que Dios ha destinado a los ángeles que le presenten inmediatamente las que estamos recitando. Si la oración es humilde, confiada y perseverante se logra todo. Mayor es nuestra confianza, mayores serán las gracias que obtendremos, porque una gran confianza merece cosas grandes.