Están por todas partes. La cuestión es saber encontrarlos. El Cielo está más cerca de lo que pensamosHay lugares en los que el velo entre el Cielo y la Tierra se estira y se vuelve más fino. Son lugares finos donde tal vez encontramos una ermita, un paisaje maravilloso, un santuario.
Lugares donde queremos llegar, bien subiendo una montaña, bien caminando por senderos frondosos, tal vez recorriendo la costa contemplando el mar. Algunos peregrinan hasta allí durante días, semanas, meses. Otros llegan para retirarse durante un fin de semana.
También nos topamos con ellos en raros momentos en los que una belleza trascendental se comprime en un único instante que parece durar para siempre.
Vuelven a resonar en nosotros en la música o a través del arte. Quizás nos sorprendan al aparecer en el arrullo de un bebé, en un niño que nos toma de la mano o en una tranquila taza de café a primera hora de la mañana sentados en el patio de casa.
La voz de Dios nos susurra en esos momentos y lugares especiales.
Para mí, donde ese velo casi translúcido se ve durante la Misa y creo que es ahí desde donde se esparcen un infinito número de lugares finos en el agreste mundo. Descienden sobre nosotros como una puesta de sol y se derraman sobre el horizonte.
Son el tipo de lugar que queremos fotografiar y conservar para siempre, aunque la foto nunca les hace justicia. Quizás el hecho de que son imposibles de guardar para más tarde es lo que los hace tan preciosos.
Después de la experiencia de estar en un lugar así, todo resulta difícil de describir. ¿Qué fue lo que sentiste durante la Misa? ¿Qué te hizo aplaudir espontáneamente cuando viste el sol derretirse? ¿Por qué aquella mañana te dio un vuelco el corazón cuando durante tu paseo atravesaste una niebla que flotaba sobre el paisaje como el incienso?
Estas experiencias son difíciles de describir no porque no se nos den bien las palabras, sino porque son misterios que rozan lo infinito y las palabras no pueden contenerlos.
Los finos lugares a menudo son sitios concretos o, al menos, cierto tipo de lugar. Por ejemplo, una vista desde la cima de una montaña, un cielo estrellado o un santuario en el centro de la ciudad.
Sin embargo, quizás encontremos por sorpresa un lugar fino en una ubicación o en una circunstancia concreta. Los lugares en sí no son mágicos, son una ventana que echar un vistazo al Paraíso.
¿Cómo encontrar los “finos lugares”?
Mi dificultad particular es que con frecuencia estoy demasiado distraído como para mirar por la ventana. Me pierdo muchísimos lugares porque estoy sumergido en el grueso de mi propio estrés, embobado con el móvil o simplemente descuidando la forma de usar mi tiempo.
La manera de encontrar finos lugares es fácil de explicar, pero difícil de llevar a cabo en la vida real. Es fácil porque todo lo que requiere es estar dispuesto y listo para mirar. Esto significa cultivar pacientemente el silencio interior y esperar a que el misterio se despliegue.
Si sé que la Misa es uno de esos lugares, no puedo permitir que mi asistencia se vuelva irregular o que me distraiga mientras estoy allí. O si sé que una vez al año necesito al menos unos días en un lugar apartado en medio de la naturaleza para estar a solas, tengo que proteger esos cuantos días en mi agenda.
Todos hemos sentido lo sagrado en muchos lugares –el Cielo está más cerca de lo que pensamos– pero con demasiada facilidad nos olvidamos de hacer el esfuerzo de regresar a esos sitios con regularidad.
Una vez que sabemos dónde está un lugar fino y cómo reconocerlo cuando lo encontramos, lo siguiente es tan fácil como simplemente estar ahí y tener un corazón abierto, cosa que también puede resultar ardua.
Los beneficios
Sin embargo, el esfuerzo vale la pena, porque como seres humanos necesitamos momentos en la presencia de lo divino. Esto se debe a que somos más que nuestros cuerpos y también necesitamos alimentar nuestras almas.
Nuestras vidas no son puramente materiales y necesitamos renovarnos espiritualmente con regularidad.
Pasar tiempo en un lugar fino reajusta nuestra perspectiva sobre lo que es importante en la vida.
Lo que realmente importa es el lugar tranquilo alrededor del cual gira el ajetreo de la vida diaria. Ahí es donde nos redescubrimos a nosotros mismos renovando nuestra conexión con Dios. Cuanto más tiempo permanezcamos en el centro, más lejos girarán nuestras ansiedades y distracciones.
Los lugares finos son creados sobre todo por amor. Cuando nuestro amor se expande y toca el amor de Dios, ahí es cuando surge la chispa, y es una chispa que puede prender el fuego en tu alma.
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