La alianza entre la Iglesia e importantes empresas colombianas ha permitido que miles de desvalidos se alimenten saludablementeAníbal Muñoz Valencia tiene 90 años de edad, siempre porta un uniforme militar y deambula por las calles porque sus hijos y hermanos lo abandonaron. René Aguilar, con casi 70 años, a veces trabaja artesanías y por conflictos familiares y el consumo de drogas se convirtió en habitante de calle. Carmen Ayala, con más de 80 años, vive en un albergue para adultos mayores y también tiene familiares, pero ellos no quieren saber nada de ella.
Aunque ninguno se conoce, ellos tienen tres cosas en común: viven en la pobreza, sus allegados los hicieron a un lado y desde hace varios meses comen saludablemente. Ellos son algunos de los miles de beneficiarios del Banco de Alimentos de Bogotá, un programa de la arquidiócesis de la capital colombiana apoyado por importantes industrias del país.
La idea de suministrarle comida gratuita a miles de personas que aguantaban hambre fue impulsada por el cardenal arzobispo de Bogotá, Pedro Rubiano Sáenz, luego de leer la carta apostólica Novo Millennio Ineunte (Sobre el nuevo milenio naciente) en la que el papa san Juan Pablo II pidió a la Iglesia tener “una nueva imaginación de la caridad”.
En el documento, suscrito en enero de 2001, el pontífice dijo que además de ser eficaces en las ayudas a los pobres, los católicos debían tener la suficiente capacidad para acercarse a ellos de manera solidaria, pero procurando que su auxilio no fuera percibido “como una limosna humillante, sino como un compartir fraterno”.
Cinco meses después, Rubiano Sáenz se reunió con empresarios, miembros del gobierno y párrocos para explicar las cifras que preocupaban al Vaticano: el mundo producía alimentos para toda la tierra, pero anualmente más de 800 millones de personas pasaban hambre. El cardenal también reveló que mientras en todo el orbe se dañaban o arrojaban a la basura cerca de 1.300 toneladas de comestibles al año, en idéntico período los colombianos desperdiciaban diez millones de toneladas de comida.
Con base en programas similares que operaban en Cali y Medellín, la arquidiócesis puso en marcha un proyecto dirigido a la población vulnerable de una ciudad con seis millones de habitantes. El reto consistía en darles alimentos de calidad y mejorar las condiciones de vida de niños abandonados, mujeres cabeza de hogar, adolescentes en condición de prostitución, desplazados por la violencia, reinsertados del conflicto armado y habitantes de calle.
El padre Daniel Saldarriaga Molina, director del Banco de Alimentos de Bogotá, recuerda con alegría cómo fueron esos primeros días: “Tuvimos el apoyo inicial de grandes almacenes de cadena y empresas productoras de alimentos. Después llegaron industrias lecheras y de bebidas que al ver la necesidad de alimentos en la ciudad, empezaron a donar productos y quisieron ser instrumentos de Dios para darles de comer a los más débiles”.
Los productos suministrados son similares a los ofrecidos en el comercio, pero presentan fallas en sus empaques, están próximos a su vencimiento, tienen baja rotación en estantes o, como en el caso de las frutas y verduras, exigen un pronto consumo debido a su rápida madurez. Sin embargo ―precisa el padre Daniel― tienen gran valor porque el Banco los recupera de las grandes cadenas, evita que se boten a la basura y contribuye a que lleguen a las personas necesitadas a quienes, simultáneamente, se les inculcan hábitos de comida sana y saludable.
Una iniciativa consolidada
El proyecto tiene fundamento evangélico y concepción empresarial. Para su adecuada operatividad es necesario el trabajo de 137 empleados de planta, a quienes se sumaron en el último año 1.162 estudiantes de 32 universidades y 3.167 voluntarios. Para Saldarriaga Molina esta enorme labor de solidaridad ―respaldada en 2017 por más de 1.000 donantes que aportaron más de 14.000 toneladas de alimentos― está en consonancia con uno de los postulados del papa Francisco: “No amemos de palabra sino con obras”.
Las ayudas no se entregan de manera individual. Todo el trabajo se desarrolla con 1.129 fundaciones sin ánimo de lucro que desarrollan programas sociales en las veinte localidades ―una especie de distritos zonales― en que está dividida Bogotá, así como en pueblos vecinos. El director del Banco explica que entre las organizaciones favorecidas hay diversidad de programas, entre ellos, jardines infantiles, casas para adultos mayores y entidades que ayudan a drogadictos, familias indigentes, personas en condición de discapacidad y desplazados de Venezuela».
Uno de los aspectos más llamativos de esta iniciativa replicada en otros países de Latinoamérica, es su total apertura hacia sectores ajenos a la Iglesia. Por esa razón, la arquidiócesis destinó cerca del 30 % de las 313.295 ayudas entregadas en 2017 a personas y organizaciones que no pertenecen al catolicismo. Según el padre Saldarriaga Molina esta consigna fue esbozada por el cardenal Rubiano Sáenz hace 17 años cuando al empezar el Banco de Alimentos adviritó: “¡El hambre no tiene religión!”.