El papa Francisco abordó el misterio de la vida humana al comentar el Evangelio que presenta el nacimiento de san Juan Bautista. Fue el 24 de junio de 2018 al rezar el Ángelus desde la ventana del Palacio Apostólico Pontificio.
Dios no depende de la lógica humana
A partir del recorrido que realizó a través de las palabras del Evangelio de san Lucas, que narra la maravilla del nacimiento de Juan de padres ya ancianos, el Papa habló de la lógica de Dios.
Es una lógica que “no depende” de la nuestra, ni tampoco de nuestra “limitada capacidad humana”:
“San Juan Bautista. Su nacimiento es el evento que ilumina la vida de sus padres Isabel y Zacarías, e incluye en la alegría y el estupor a parientes y vecinos.
Estos ancianos padres habían soñado y preparado aquel día, pero ya no lo esperaban más: se sentían excluidos, humillados, decepcionados.
Ante el anuncio del nacimiento de un hijo, Zacarías se quedó incrédulo, porque las leyes naturales no lo consentían, eran viejos, eran ancianos.
En consecuencia el Señor lo dejó mudo durante todo el tiempo de la gestación: es una señal.
Pero Dios no depende de nuestras lógicas y de nuestras limitadas capacidades humanas”.
Aprender a confiar y a callar frente al misterio
Por esta última afirmación, el Papa indicó la necesidad de “aprender a confiar y a callar frente el misterio de Dios”.
Y también de “contemplar con humildad y silencio su obra, que se revela en la historia”, porque “nada es imposible para Dios”:
“Ahora que el evento se cumple, ahora que Isabel y Zacarías experimentan que ‘nada es imposible para Dios’, su alegría es grande.
La hodierna página evangélica anuncia el nacimiento y luego se detiene en el momento de la imposición del nombre al niño.
Isabel elige un nombre extraño a la tradición familiar y dice: “Se va a llamar Juan”, don gratuito e a este punto inesperado, porque Juan significa “Dios ha hecho la gracia”.
Y este niño será heraldo, testigo de la gracia de Dios para los pobres que esperan con humilde fe su salvación.
Zacarías confirma de forma inesperada la elección de ese nombre, escribiéndolo en una tablilla –porque era mudo- e «inmediatamente se le soltó la boca y la lengua» y empezó a hablar normalmente bendiciendo a Dios (V.66)”.
¿Cómo está nuestra fe?
Prosiguiendo con su recorrido, el Papa habló de las sensaciones que vivió el pueblo que acompañó o que tuvo conocimiento de este acontecimiento milagroso. Fueron sensaciones de estupor, sorpresa y gratitud por el milagro de Dios.
Y a partir de esta reacción del pueblo propuso una serie de preguntas para la reflexión personal, de manera que meditemos sobre el estado de ánimo de nuestra fe: “¿cómo es mi fe? ¿Es una fe gozosa o una fe siempre igual, una fe chata? ¿Tengo sentido del estupor cuando veo las obras del Señor?”:
“El pueblo fiel de Dios es capaz de vivir la fe con alegría, con sentido de estupor, de sorpresa y gratitud.
Pero veamos aquella gente que hablaba bien de esta cosa maravillosa, de este milagro del nacimiento de Juan. Y lo hacía con alegría, estaba contenta, con sentido de estupor, con sorpresa y con gratitud.
Y viendo esto preguntémonos: ¿cómo es mi fe? ¿Es una fe gozosa o una fe siempre igual, una fe chata?
¿Tengo sentido del estupor cuando veo las obras del Señor, cuando escucho hablar de cosas de la evangelización o de la vida de un santo, o cuando veo tanta gente buena: ¿siento la gracia dentro, o nada toca mi corazón?
¿Sé sentir las consolaciones del espíritu o estoy cerrado a ello?
Preguntémonos cada uno de nosotros en un examen de conciencia: ¿cómo es mi fe? ¿es alegre? ¿Está abierta a las sorpresas de Dios?
Porque Dios es el Dios de las sorpresas: ¿he experimentado en el alma aquel sentido del estupor que hace la presencia de Dios, el sentido de gratitud?
Pensemos en estas palabras, que son estados de ánimo de la fe: alegría, sentido de estupor y gratitud”.
Los padres, colaboradores de Dios
Al final, el Obispo de Roma evidenció la misión de los padres que en la generación de un hijo, "actúan como colaboradores de Dios".
Y elevó su plegaria al cielo, pidiendo que la Santísima Virgen para que “nos ayude a comprender que en cada persona humana está la huella de Dios, fuente de vida”:
“Una misión verdaderamente sublime que hace de cada familia un santuario de vida y que despierta- el nacimiento de cada hijo- la alegría, el estupor y la gratitud”, concluyó.