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En Exclusiva: La primera biografía del padre Hamel

PÈRE JACQUES HAMEL
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Redacción de Aleteia - publicado el 15/06/18
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Aleteia os invita a descubrir en exclusiva unos fragmentos de la primera biografía dedicada al padre Jacques Hamel

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“Que este ejemplo de valentía, del martirio de la propia vida, de darse a sí mismo para ayudar a los demás, de crear fraternidad entre los hombres, nos ayude a todos nosotros a ir adelante sin miedo. Que él, desde el Cielo […] nos dé la mansedumbre, la hermandad, la paz, y también el valor para decir la verdad: matar en nombre de Dios es satánico”.

En estos términos habló el papa Francisco en diciembre de 2018 del padre Jacques Hamel. Mientras se abría su proceso de beatificación el mes de mayo anterior, Armand Isnard, escritor y director de películas para televisión, decidió tomar la pluma para dar a entender quién era el padre Jacques Hamel.

En esta biografía inédita titulada Père Jacques Hamel, el autor, con gran delicadeza y con testimonios conmovedores —su hermana Roselyne Hamel, el arzobispo de Ruan Mons. Lebrun…— levanta poco a poco el velo sobre “el hombre que fue el sacerdote y el sacerdote que fue el hombre”.

Un contexto familiar doloroso

Con gran sencillez, Roselyne [hermana menor del padre Hamel; Ndlr] cuenta la historia de la familia y sus dificultades:

“La fe ayuda en las adversidades, y a nosotros no nos han faltado. Nuestros padres estaban divorciados. Nuestro padre se había quedado en Normandía y mi madre había regresado al norte de Francia. Era tejedora y vivía con muy poco. Sin embargo, todas las mañanas iba a trabajar con el rosario en el bolsillo de su blusa y rezaba mientras miraba los telares. Ella limpiaba la iglesia, pulía el cobre, limpiaba la casa de las monjas que vivían al otro lado de la calle. “En mi profesión de fe, en la ordenación de Jaques, ella estaba escondida detrás de una columna. Era una época en la que los divorcios eran raros y no se querían armar escándalos. En el patio de la escuela, algunos padres aconsejaban a sus hijos que no jugaran con “esos niños”. Jacques sufría con esta situación, con ver a nuestra madre esconderse en las grandes ocasiones…”.

De su familia, Jacques Hamel también recibió la vida sencilla a la que obliga una cierta pobreza. Nunca olvidó sus modestos orígenes, que expresó a través de una impresionante solidaridad familiar.

Por supuesto, siguió los estudios normales de cualquier seminarista, pero seguía siendo un hombre sencillo, aunque los conocimientos adquiridos y las responsabilidades pastorales podrían habérsele subido a la cabeza.

Por otra parte, esta pobreza podría haber alejado al joven de su vocación. Pero todo lo contrario: no solo se fortaleció su deseo de seguir a Cristo, sino que el ejemplo materno lo reafirmó.

Y más tarde, condujo a los suyos hacia esta sólida confianza en Dios. Por ejemplo, la fe vivida con dificultad a través de una historia familiar caótica marcó profundamente tanto a Roselyne como a su hermano Jacques […].

La fe no protege contra las dificultades familiares, que siguen siendo una prueba:

“Frente a las incoherencias de la desgracia, nos preguntamos dónde está el amor de Dios… ¿No ve que tratamos de hacer el bien en la tierra?”, se pregunta Roselyne, que no se libra de ningún sufrimiento. Unas semanas después de la muerte de su hermano, una persona bien intencionada la llamó: “Si hubiera un Dios bueno de verdad, no habría sucedido esto”. Es ella misma, un miembro de la familia, quien encuentra y da sentido al sacrificio: “Jacques fue un apóstol de Dios, un discípulo. El primer mártir por su fe fue Jesús, luego vinieron los discípulos. Yo compartía la fe de mi hermano. Debemos seguir a Cristo…”.

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Editions Artège
Jacques Hamel el día de su primera comunión.

El amor por la Liturgia

¿Qué tipo de sacerdote pudo ser? Nada como los pequeños gestos para describir la personalidad discreta de una persona que, a lo largo de su vida, permaneció fiel a su vocación y también a sus hábitos.

Por ejemplo, Jacques Hamel prestaba especial cuidado a sus homilías y escribía múltiples borradores. Leía las diferentes versiones a su madre, que se divertía con ellas: “No se contentaba hasta que la papelera estaba medio llena”, suspiraba.

Perfeccionista en todo, el sacerdote estaba también muy atento a los cantos, a los detalles más pequeños: nada debe dejarse al azar, y es su fe la que se expresaba en esta exigencia.

Una anécdota pone bien de relieve la exactitud de su actitud, que puede considerarse un poco dura… Recién nombrado arzobispo de Ruan, Monseñor Dominique Lebrun visitó el deanato de Ruan-Sur, con una celebración en Saint-Étienne-du-Rouvray.

“Yo estaba a su lado cuando volvimos a la sacristía”, recuerda el padre Jean de Blangermont, sacerdote de la diócesis de Ruan de la misma generación.

“Estaba cabreado, disculpe el término, porque el coro africano, responsable de la animación, había escogido una serie de canciones que la asamblea no conocía. Solo cantaba el coro. Me dijo: ‘No es normal, han vuelto a hacer lo que han querido, no es conforme con el Concilio, el Concilio dijo claramente que el canto, sobre todo, es el canto de la asamblea’”.

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Jacques Hamel el día de su ordenación, 30 de junio de 1958.

Un sacerdote de las periferias

Hoy en día, solo unos pocos allegados pueden dar testimonio de la forma en que el padre Hamel vivió su fe. Una fe tan profunda y al mismo tiempo “enterrada”. “

Creo que el padre Hamel era un hombre del Vaticano II”, subraya el padre Vigouroux, postulador encargado de preparar el expediente para la beatificación del padre Hamel.

“Él había vivido el Concilio. También quiso vivir en las zonas periféricas de Ruan, con la población, arraigarse realmente en el tejido humano. Con este sentido acogía a todas las personas en la rectoría, fuera cual fuera su condición, por todo o por nada”.

Hoy responsable del diálogo con el islam, el padre Pierre Belhache fue párroco en Saint-Étienne-du-Rouvray durante seis años, antes de la llegada del padre Auguste, en el cargo en el momento del asesinato:

“Jacques Hamel no estaba especialmente implicado en el diálogo interreligioso pero, viviendo en una ciudad como Saint-Étienne-du-Rouvray, que alberga varias nacionalidades y tradiciones, estaba en contacto con esta población muy diversificada, y en particular con personas de confesión musulmana”, recuerda al antiguo párroco.

“Era un hombre muy sencillo que, en cierto modo, no buscaba profundizar las relaciones, sino simplemente vivirlas. Cuando tenía contacto con familias musulmanas, apreciaba la riqueza de esos diálogos”.

El padre Hamel no perdía la oportunidad de mencionar esa etapa crucial para la Iglesia católica que fue el Vaticano II. Fue un sacerdote del Concilio.

Ordenado incluso antes de la convocatoria del Concilio por el buen papa Juan XXIII, vivió los primeros años de su sacerdocio en el contexto de esta gran conmoción en la Iglesia. También conoció todas las crisis que siguieron, pero permaneció fiel.

“No dejaba de decirnos que pocos sacerdotes habían resistido a estos cambios”, declaró el padre Auguste Moanda-Phuati.

“Lo percibíamos sólido en sus posiciones, apoyándose en lo que la Iglesia nos pedía creer. Y cuando la doctrina o el Magisterio decretaban algo, él estaba listo para seguirlo. Ese era el secreto de una fe sólida”.

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El padre Hamel vestido de soldado.

Argelia

El padre Hamel no tuvo que esperar a celebrar su primera misa para sufrir. Por ejemplo, nunca olvidó aquel 4 de noviembre de 1954 [inicio de la Guerra de Independencia de Argelia; Ndlt], fecha en la que salió para Argelia vía Marsella, a bordo del General Chanzy.

Tres años más tarde, fue ordenado sacerdote en la catedral de Ruan, sin que la difícil etapa lo hubiera desviado del sacerdocio.

La travesía ya fue en sí una prueba, porque Jacques Hamel se mareaba en el mar. Pero fue solo el principio: a su llegada al puerto de Argel, fue separado de los otros jóvenes de su contingente.

Era un simple sargento pero, en vista de sus estudios, sus superiores le propusieron pasar por la escuela de oficiales. “Pedir a los hombres que maten a otros hombres no es posible para mí”, contestó.

Entonces lo enviaron a un puesto encargado de las comunicaciones, adaptado a su reacción: debía guardar y proteger las municiones en grandes hangares, registrar lo que saliera, lo que entrara…

“También nos daban archivos secretos, para llevarlos de un extremo de Argel al otro, sin armas. Al principio de la guerra, estábamos obligados a no portar armas para no parecer que provocábamos a los independentistas”.

A su hermana, que se preocupaba y temía por él, le respondió simplemente: “El buen Dios está conmigo”.

No sabía la razón que tenía… Un episodio lo marcó para toda su existencia, y a sus ojos siempre fue algo enigmático. A veces se le exigía que viajara, por ejemplo, como chófer de un oficial superior.

A la entrada de un oasis, Jacques Hamel escuchó claramente una ráfaga de ametralladora. Sin duda, el jeep era el objetivo: los pasajeros en la parte trasera fueron heridos mortalmente. Solo sobrevivió el conductor.

Muchos años más tarde, todavía se preguntaba: “Me quedé al volante, repitiéndome: ¿qué estoy haciendo aquí? ¿Por qué yo? ¿Por qué sigo aquí?”. Sobrevivir a veces puede ser traumático y, en cualquier caso, marca toda la existencia…

La fuerza de la fragilidad

El padre Hamel busca y se interroga. Le gustaba evocar al joven que fue, cuya salud floreció hasta el día en que cayó enfermo y tuvo que ser hospitalizado:

“En el hospital, todo empezó a mejorar cuando fui lo bastante fuerte como para mostrar mi fragilidad. Lloré y mi vida pudo renacer de aquellas lágrimas”.

Ser cristiano hoy “es una búsqueda paciente, una apertura a la vida, a Jesucristo, que nos hace fuertes cuando Le dejamos entrar, reconociendo nuestra fragilidad”. La debilidad de la fuerza es que solamente cree en la fuerza. […]

Incluso la frágil silueta del padre Jacques podía sugerir su fragilidad. Pero solo en apariencia. Porque bastaba, según parece, con mirarlo presionando la cruz en sus manos para convencerse de lo contrario.

Su energía, su resistencia física, atestiguan su fuerza espiritual que extraía de su consagración íntima a Dios. Cristo tenía un lugar importante en su vida: la cruz, la espiritualidad de la cruz, no eran extrañas en su vocación.

Y aunque Cristo estuvo allí, presente, a lo largo de toda su vida, ciertamente lo apoyó y acompañó mucho en los últimos minutos de su camino en la tierra.

Pocos días antes del horrible asesinato del que fuera víctima, el octogenario hizo una caminata de ocho kilómetros, entre Mesnières-en-Bray y Neufchâtel-en-Bray. Uno piensa en san Francisco de Asís que, bajo su corteza áspera, tenía un alma fuerte y a la vez exquisita. […]

¿Cuántos años tenía el padre Hamel cuando dijo: “Para demostrar nuestro amor solo tenemos esta vida y quizás nos quede poco de ella”?

Él nació para amar y comprendió muy pronto que conviene amar si queremos ser amados. ¿Qué importa si a veces un “le quiero mucho” va seguido de un “pero”? ¿Qué importa si hay una ligera torpeza por su parte —no se dice de él que tenía “dos brazos izquierdos”—?

No importa que fuera gruñón, según expresa cariñosamente su propia hermana Roselyne, hasta el punto de que los que tienen alguna razón para criticarlo se divierten diciendo que, a menudo, “teníamos la impresión de que nos iba a morder”.

¡Qué más da! ¿Sabía él que algunas personas le llamaban secretamente “el cordero”, porque tenía fama de no saber decir que no y se dejaba esquilar con facilidad?

Cada día, a la hora de su despertar, el padre sacaba del tesoro de su corazón la convicción de que nadie es demasiado pobre como para no tener algo que compartir.

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La misa diaria.

El Evangelio del día a día

El padre Hamel es solo un modesto pero ejemplar cura rural del que nunca hubiéramos oído hablar de no ser por este drama.

“Era un párroco que, como dice el salmo, cargaba con el peso del trabajo y el calor de la jornada, para cualquier persona”, afirma el obispo Lebrun.

“Ya sabes, llevar el catecismo, por ejemplo, estar allí con los niños que se interesan más o que se interesan menos, que están un poco inquietos, no es tan sencillo”.

Y el arzobispo de Ruan continúa el retrato con ternura:

“Vivía con su pueblo, iba a comprar su barra de pan, esperaba, como todo el mundo, al fontanero. Al padre también le gustaba dibujar para los niños del catecismo: todavía veo, en la pizarra, el dibujo de su último encuentro, probablemente en el mes de junio”.

Un hombre de fe que vivió a través de su propia existencia una especie de encarnación, de traducción concreta del Evangelio: “Cuando lees sus papelitos en el tablón de la parroquia, cuando escuchas sus homilías, es verdad que era muy sencillo”, constata el padre Vigouroux.

“Era realmente el Evangelio del día a día lo que vivía”. Es algo que es tan hermoso y tan simple y, al mismo tiempo, tan extraordinario. Porque el Evangelio cotidiano es un desafío a cada instante.

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Artège

Père Jacques Hamel, Armand Isnard, Artège, juin 2018, 172 pages, 15,90 euros. 


ROSELYNE HAMEL
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