En el fondo, resulta muy engañoso decir que uno ya sabe quién es, pero es sumamente útil tomarse uno mismo como si fuera una tercera persona y estuviera sentado enfrente
Mientras que la psicología y la terapia son algo bastante reciente en el conjunto de nuestra historia, no así la idea de “conocernos a nosotros mismos” que es más bien antigua y muy conocida.
De hecho la frase “conócete a ti mismo” es una idea de la filosofía y no de la psicología. Fue Sócrates, el filósofo, quien dejó para la posteridad la idea de que conocerse era casi una obligación de todo ser humano. Sin saber quiénes somos viviremos, pero viviremos peor.
Como dejó entrever el filósofo griego, conocerse y vivir van de la mano, así que es un tipo de conocimiento que, por un lado, se resuelve a la vez que se va viviendo y, por otro, se agota ni se cierra.
Don Quijote, en su locura, llegó a expresar fervientemente “yo sé quién soy”, pero para el resto de nosotros conocernos es una tarea inacabada que algunas veces necesita de un reposo y cierta reflexión.
Los pensadores clásicos daban ciertas pistas para poder entendernos y saber de un modo más o menos realista cómo nos conducimos en nuestras vidas y en qué punto de ella nos encontramos.
Las ideas que siguen son algunas adaptaciones en lenguaje cercano de esos pensamientos clásicos que, lejos de la psicoterapia, pueden ayudar a saber quiénes somos.
La pregunta que el pensamiento clásico hace buena no es “¿quién soy yo?” sino aquella de san Agustín o del relato bíblico: “¿quién decís que soy yo?”.
De hecho, Sócrates empezó a conocerse a sí mismo no porque hizo un ejercicio interno de conocimiento, sino porque un amigo suyo le dijo que él era el más inteligente de Grecia.
1.- Contraste
Para poder ver las cosas hace falta luz. Pero hay veces que esa luz es tenue y esquiva e insuficiente para poder ver con claridad. En esas ocasiones poner al lado del objeto que queremos ver algo que contraste ayuda a verlo mejor.
Si el objeto que queremos conocer es a nosotros, un buen ejercicio es escribir cómo creemos que somos respecto de al menos cuatro cosas: nuestras relaciones con familia y amigos, nuestro trabajo, nuestras características de personalidad y nuestros deseos de futuro.
Escrito eso, guardarlo en un cajón y empezar a examinar los cuatro puntos que vienen a continuación.
De estos cuatro puntos elaborar un recuento y luego compararlo con lo que hemos escrito en ese primer papel. Ese contraste puede ayudar a empezar el recorrido propuesto.
2.- La gente que nos rodea
Conocerse es saber el trato que uno tiene con sus más allegados. Son los cercanos y los que nos viven el día a día los que nos sirven de referencia primera.
Eso incluye tanto a la familia a la que pertenecemos (padres y hermanos) como a la que hemos hecho (esposos e hijos). Posiblemente esto incluye a algunos amigos que nos siguen de cerca y que nos conocen de hace tiempo.
Sus palabras, sus gestos y sus acciones son criterio para saber cómo estamos. No se trata tanto de pedirles una explicación sobre quiénes somos, cuanto de ver su conducta, oír sus palabras, ver nuestras reacciones.
Qué situación nos alegra y qué nos da paz en nuestra relación con ellos es otro síntoma importante, del mismo modo que saber qué nos encoleriza y enfada.
3.- Vernos en el pasado
A veces quisiéramos tener una perspectiva de futuro que es imposible de tener. El futuro, en cierto sentido, se puede intuir y prever. Pero de prever a predecir hay un gran paso. Sin embargo, podemos de algún modo ver el pasado y vernos en el pasado.
La memoria muchas veces, por su estrecha relación con la imaginación, nos juega malas pasadas. Así que es mejor echar mano de cosas que hemos dejado escritas en algún momento dado; los diarios, en esos casos, sirven de ayuda.
Pero si no es así, las fotografías u objetos de alto valor simbólico (regalos, recuerdos, etc.) dan pistas para saber qué decíamos y sentíamos en ese momento.
Sentarse e intentar vernos desde fuera puede ayudar a entendernos, a saber nuestras exageraciones o nuestras alegrías con un nuevo significado. Veremos un pasado vivido que es nuestro y podremos vernos en tercera persona: “eso sentía y decía yo entonces”.
4.- Las situaciones límites
Aristóteles, el nieto filosófico de Sócrates, distinguía entre las acciones puntuales y el carácter de una persona.
Decía, a este respecto, que una golondrina no hace verano, que era como decir que realizar una única acción generosa no le convierte a uno en generoso. Generoso, decía Aristóteles, es aquel que tiene el hábito y la costumbre (por lo mismo, el carácter) de ser generoso.
En otras palabras: un tacaño puede hacer una acción generosa, pero eso no elimina su hábito de ser tacaño. Eso quiere decir que muchas veces los hechos puntuales no profundizan ni nos dan una explicación de nuestro carácter.
Sin embargo, para que haya verano tiene que haber una primera golondrina, aunque ésta deba ser seguida después por muchas más. Esas situaciones excepcionales nos dicen, por tanto, al menos hasta dónde podemos llegar.
Es bueno intentar reconocer esa situaciones que nos han exigido algo inhabitual en nosotros: una acción que vista con perspectiva nos sorprende en lo bueno o en lo malo: “¿yo hice o dije eso?”.
Muchas veces son situaciones que nos han llevado al borde de nuestros acantilados internos para caer o para empezar a volar; intentar recordar cómo hemos actuado en esas situaciones es un criterio nada desdeñable.
5.- Los proyectos
Decía el psiquiatra austríaco Viktor Frankl que el trabajo era una de las facetas que podía permitir al ser humano encontrar un sentido a su vida. Frankl se refería sobre todo a proyectos o tareas que le pedían a uno un esfuerzo, una llamada.
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Muchas personas no trabajan ni se dedican a lo que de verdad les gustaría dedicarse, pero eso no significa que no puedan ver que están llamados a una tarea.
Es bueno intentar saber cuáles eran nuestros proyectos pasados y contrastarlos: lo que de irreal o imaginado tenían, el valor que les otorgábamos, el esfuerzo que hemos puesto en ellos. No todo se habrá cumplido, pero esa no es la mirada.
Se trata más bien de saber ver el significado y la importancia que les dábamos para saber qué de accesorio o relevancia tenían y así poder ver mejor el mundo que tenemos enfrente: adquirir una toma de consciencia más real sobre nuestros proyectos actuales.
En el recuento de esas 4 situaciones y de ese contraste inicial podremos al menos intuir la posición en la que estamos y saber valorar nuestros defectos y nuestras virtudes, así como la energía que queremos dedicarle a lo que sin querer hemos ido descubriendo: lo que de verdad nos importa en nuestra vida.
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Podremos ver qué hemos ganado y perdido, la diferencia entre lo que creemos ser y lo que somos, más aún, entre lo que creíamos que íbamos a ser y lo que somos.
De entre todo, también despuntará quién ha estado con nosotros a nuestro lado, y qué nos ha hecho felices.
En ese punto, uno puede descubrir mínimamente a qué está llamado en este momento. Aunque, también lo decían los clásicos, todo ser humano en cualquier situación está llamado a ser feliz. En eso seguimos diciendo lo mismo.