Un fenomeno nuevo, fruto tanto de la necesidad como del hecho de estar solos…El envejecimiento de Occidente tiene una correspondencia en el rico Japón, un país que en muchos aspectos es parecido, como clima y costumbres, a Italia y España, y de hecho comparte con ellos las cifras de longevidad. Pero esta condición, acompañada por la escasa propensión a tener hijos, produce después ancianos solos en un país que envejece inexorablemente y encuentra en la soledad una dimensión que nunca, en los siglos anteriores, había sido tan endémica.
Japón es el país con la cuota más grande de población anciana. Poco más de la cuarta parte de la población (el 27,3 %) tiene más de 65 años, y las previsiones del ministerio de Sanidad dicen que la cuota llegará al 40 % en 2060. Ya hoy los mayores de 90 años suman dos millones de personas. Las mujeres ancianas, a menudo viudas, son la categoría más de riesgo: sin ingresos, tienen que afrontar la pobreza y la falta de compañía (Linkiesta, 20 marzo)
En Japón, este fenómeno ha llevado a muchísimos ancianos, a menudo mujeres viudas, a recurrir a pequeños robos con el único fin de ir a la cárcel, a veces también por las dificultades económicas, pero sobre todo para tener a alguien con quien hablar y relacionarse. En resumen, para no estar solos.
Este fenómeno de la soledad está tan difundido que estas personas acaban muriendo solas y, muy a menudo, los cadáveres se encuentran en la casa después de mucho tiempo, hasta el punto de que existe un término en japonés para describirlo: kodokushi (literalmente, “muerte solitaria”)
En algunos casos, aunque tengan problemas financieros y económicos, muchas personas rechazan pedir asistencia a las autoridades, prefiriendo morir antes que sufrir la humillación de pedir ayuda. En 2008, más de 2.200 personas de más de 64 años tuvieron una “muerte solitaria”, según las estadísticas de la Sanidad Pública (Wikipedia).
Los datos muestran a un país lleno de ancianos dispuestos todo (menos a pedir ayuda) con tal de no morir solos: los arrestos que implican a personas ancianas tienen tasas superiores a los de cualquier otro grupo demográfico.
Las condenas, según los últimos datos de la policía, se han duplicado en los últimos diez años, de una media de 80 cada 100.000 habitantes entre 1995 y 2005, a 162 por 100.000 habitantes entre 2005 y 2015. Casi una mujer de cada 5 actualmente detenida en las cárceles japonesas tiene 64 años o más; nueve ancianas de cada diez han sido condenadas por el delito de hurto en tiendas (Il Post, 24 marzo).
Esta situación es realmente muy peculiar de la cultura japonesa y no se tienen noticias de situaciones análogas en otros países aunque tengan una alta tasa de ancianos, pero debe hacer reflexionar, y no sólo por los evidentes costes que comporta esta situación, sino sobre todo desde el punto de vista humano. ¿Cómo es posible que las relaciones interpersonales puedan deteriorarse hasta tal punto?
Y en un país como Japón, donde el estado social funciona aún bastante bien, ¿qué nos dice de países, como también los europeos, donde el abandono no es menos frecuente? Por ejemplo sobre Italia, donde Caritas proporciona mucha ayuda, y donde existe aún un concepto de familia bastante sólido… ¿por cuánto tiempo?
Un misionero italiano que trabaja en Koshigaya (al norte de Tokio), el padre Marco Villa, tiene su misión desde hace años en el Centro de escucha de Koshigaya, “que tiene como fin la solidaridad con las personas solas, y que acoge a las que quieren estar en compañía, sentirse escuchadas y comer con alguien”.
Padre Villa confirma a Asia News que lo que hoy se ve es una tendencia “que comenzó en la última década: la sociedad japonesa se está transformando en una sociedad sin vínculos. El vínculo con la tierra de origen, con la familia, con la realidad donde uno vive, se está volviendo cada vez una realidad más inestable. Y esta pérdida se acompaña inevitablemente del drama de la soledad, y no solo de la persona anciana”.
El misionero cuenta la historia de un anciano, que durante un año asistió a su centro, una historia ejemplificadora de muchas otras:
El señor Nojiri assistito al Centro durante poco menos de un año, con sus “87 años de edad y muchísimos recuerdos guardados con cuidado en su memoria”, pero acompañados de episodios cada vez más graves de pérdida de memoria a corto plazo. Por ejemplo, no recordaba si había comido o no, o “el camino que llevaba de su casa al Centro”.
Estos síntomas de Alzheimer alarmaron a la mujer con la que vivía desde hacía 40 años, tras la muerte de su primera esposa, madre de sus hijas. “También ella anciana y con un hermano menor discapacitado a cargo, [la mujer] decidió abandonar al marido para volver a la casa materna”.
“Casos de ancianos que tienen que asumir con dificultades el cuidado de otros ancianos no son raros, pero la situación del señor Nojiri nos pareció particular porque él era la parte más frágil en esa familia, y de repente se encontró viviendo solo, sin asistencia. Las hijas – que nunca tuvieron una buena relación con la segunda mujer y que no vivían cerca de la casa paterna – intervinieron por lo menos llevando el caso de su padre a los servicios sociales, que procuraron enviar personal que preparase comida en casa de Nojiri y que garantizaba asistencia en un centro de día para ancianos dos veces por semana. El resto del tiempo había que ocuparlo, y así cada jueves Nojiri se presentaba en el Centro para pasar 5-6 horas en compañía. [Para el Centro] acoger al señor Nojiri – que quería cantar, repetía las mismas cosas continuamente, y se enfadaba por nada – significaba darle mucho tiempo en detrimento de otras personas”.
Después de algunos meses, las hijas colocaron a su padre en un asilo a 80 km de su casa, “en un ambiente totalmente desconocido y sin la compañía de su adorado perro. Quizás no era posible hacer más, pero quizás su persona merecía más atención y amor” (Asia News).