Es más que un mero gesto rutinario, está impregnado de simbolismo bíblicoPara los católicos romanos, hay un gesto rápido que a menudo pasa desapercibido antes del recitado del Evangelio durante la misa. Es un dibujo breve de la cruz que no es la seña típica y contiene mucho simbolismo.
El gesto es una imitación directa de lo que el diácono (o sacerdote, cuando no hay un diácono presente) ha de hacer antes de recitar las palabras del santo Evangelio. El Misal Romano estipula: “[tras] haber anunciado el título del libro evangélico del cual se ha tomado la perícopa que va a leer, [el sacerdote traza] con el pulgar de la mano derecha un signo de cruz sobre el libro y tres sobre sí (sobre la frente, sobre la boca y sobre el pecho)”.
Antes, si un diácono va a proclamar el Evangelio, el sacerdote le dará una bendición en la que recita la siguiente oración:
El Señor esté en tu corazón y en tus labios,
para que anuncies dignamente su Evangelio;
en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo
De manera similar, cuando el sacerdote es quien proclama el Evangelio, reza estas palabras silenciosamente:
Limpia mi corazón y mis labios, Dios omnipotente,
para que pueda proclamar dignamente el santo Evangelio
Los laicos y todos los demás que asisten a la misa están invitados a hacer una oración y un gesto similar antes de la lectura del Evangelio. Se les anima a decir interiormente una breve oración que les prepare para recibir la Palabra de Dios.
La Palabra del Señor esté en mi mente, en mis labios y en mi corazón.
Es un acto hermoso con profundas raíces bíblicas. Por ejemplo, Dios explica al pueblo de Israel que recite una frase particular (“Escucha, Israel…”) de forma diaria, pero también que pongan esa frase “como una marca sobre tu frente” (Deuteronomio 6,8). Muchos judíos lo asumieron literalmente y colocaban un pequeño pergamino sobre su frente. Era un recordatorio visible de mantener siempre en mente la Palabra de Dios.
En segundo lugar, la oración evoca a cuando el profeta Isaías recibió una visión en la que un ángel purificó sus labios con carbón ardiendo (ver Isaías 6). Esta conexión se mantiene en la Forma Extraordinaria de la Misa, en la que el sacerdote recita la siguiente oración antes del Evangelio:
Limpia mi corazón y mis labios, Dios omnipotente, Tú que limpiaste los labios del Profeta Isaías con un carbón encendido. Por tu grata misericordia dígnate limpiarme para que sepa anunciar con dignidad Tu santo Evangelio.
Por último, la oración hace referencia a las palabras de la Carta a los hebreos, donde el autor escribe: “la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de doble filo: ella penetra hasta la raíz del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4,12).
Por tanto, cuando hacemos este gesto en misa, es verdaderamente una oración profunda que nos abre a las palabras de Jesucristo. Cada vez que escuchamos el Evangelio, Jesús llama a las puertas de nuestro corazón, esperando a poder entrar. Solamente tenemos que abrirle la puerta.