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Las poderosas palabras que usaron los santos antes de morir

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Theresa Noble - publicado el 03/05/18 - actualizado el 04/06/24
“He visto muchas muertes, pero cuando vengo aquí, la muerte es diferente”. Conoce como estos santos aceptaron con fe y paciencia la llegada de su muerte

Todos los cristianos estamos llamados a vivir de forma que declaremos que Dios es suficiente y que es el objetivo hacia el que tiende nuestra vida, porque al reconocerlo de esta forma, la vida se convierte en una preparación para la muerte; y ésta, se convierte en una realidad que no está solamente integrada y aceptada en la vida propia, sino que se abraza.

La hermana Teresa Noble relató un momento para ejemplificar esta idea: hace tiempo una enfermera de hospicio visitó a una hermana moribunda en su convento. Tras sentarse junto a la hermana, se percató de la paz que reinaba en la habitación. Ella dijo: “He visto muchas muertes, pero cuando vengo aquí, la muerte es diferente”.

Paz en la vida y en la muerte

Podemos inspirarnos de los testimonios de los santos, en especial, en aquellos últimos momentos de esos hombres y mujeres que vivieron completamente para Dios. Algunos lo padecieron bajo las circunstancias dolorosas y horribles, pero sus últimas palabras revelan una paz que solamente puede venir de saber que pronto verán al Único por el que han vivido y a Quien tanto han amado.

Conozcamos estos últimos momentos de seis santos:

Santa Isabel de la Trinidad

En sus últimos instantes, ni siquiera intentó esconder su felicidad al médico. Él estaba tan impresionado. Ella intentó explicarle cómo somos todos hijos de Dios. Cuando terminó de hablar, las lágrimas brotaban entre muchos de los que la escuchaban. Agotada por su esfuerzo, murmuró casi como en un canto:

¡Voy a la luz, al amor, a la vida!"

San Ignacio de Loyola

Ignacio llamó al padre Polanco para que le diera aviso al Papa de que le diera la bendición papal por su enfermedad. El padre con sorpresa le preguntó al santo si realmente era de gravedad, por que había médicos que podían dar otra opinión.

Aunque, Ignacio insistió, el padre se rehusaba porque con optimismo confiaba en que al día siguiente el médico hablaría de su mejoría. Y aunque el santo se negó, se abandonó en esa decisión. En la noche, Ignacio hizo la rutina de siempre. Al pasar la medianoche, guardo silencio, pero lo rompía cada cierto tiempo al sucumbir al llanto y exclamar:

¡Ay Dios!”

San Francisco de Asís

Cuando Francisco sabía que ya iba a partir llamó a sus hermanos, les dijo con una ternura palabras de consuelo ante el dolor que pudieran sentir al momento de su muerte pero siempre con la esperanza de un amor divino. Les habló sobre la importancia de la paciencia, pobreza y fidelidad a la Iglesia. Sentados entorno a él, Francisco extendió las manos, creando una cruz con sus brazos, los bendijo y pronunció este salmo:

A voz en grito clamo al Señor, a voz en grito suplico al Señor”, y lo recitó hasta el fin, diciendo: “Los justos me están aguardando hasta que me des la recompensa” (Sal 141).

Santa Juana de Arco

Juana era una mujer muy devota, cuando hablaba, recitaba palabras con un gran fervor que sacaba la admiración de la multitud. En sus últimos instantes, ante la hoguera, la santa suplicó que le trajeran una cruz de una Iglesia para poder verla mientras fallecía, pues con gran amor quería dedicar su última mirada a Cristo.

Fray Isambart de Pierre, testigo de ese momento, describió que "estando ya envuelta en la llama, nunca cesó hasta el fin de confesar en alta voz el santo nombre de Jesús, implorando e invocando sin cesar la ayuda de los santos y las santas del Paraíso, y lo que aún es más, al rendir su espíritu inclinando la cabeza, profirió el nombre de Jesús en señal de que ella era ferviente en la fe de Dios."

Santo Tomás Moro

Al amanecer, sir Thomas Pope, su singular amigo, vino a traerle un mensaje del rey, según el cual al día siguiente sería decapitado. (…) Tomás respondió:

“Señor Pope, por sus buenas noticias le doy gracias de todo corazón. Siempre he tenido una muy estrecha obligación con su Alteza el Rey por lo beneficios y honores que ha acumulado sobre mí de manera generosísima. Y sin embargo más obligado estoy yo con su Alteza por ponerme en este lugar, en donde he tenido tanto tiempo y espacio para conmemorar mi final, con la ayuda de Dios. Y sobre todo, señor Pope, estoy obligado a su Alteza porque ha sido su placer liberarme con tanta prontitud de las miserias de este mundo desastroso. Y por eso, no dejaré de rezar sinceramente por su Alteza, tanto aquí como también en el otro mundo (…)”

En esa conversación pidió que rezarán por él y dieran testimonio porque padecería la muerte por la Iglesia católica. Se arrodilló, se dirigió con el verdugo con gesto alegre y le dijo:

Arme de valor su espíritu hombre, y no tema hacer su oficio, mi cuello es muy corto. Ándese con tiento y no dé de lado (…)”.

Santa Bernadette Soubirous

Un martes de Pascua Bernadette estaba muy enferma, por lo que el capellán le comentó que se preparara para hacer este sacrificio. Ella le respondió: "No es ningún sacrificio abandonar esta pobre vida en la que hay tantas dificultades para pertenecer a Dios".

El día siguiente, le ataron el crucifijo en sus manos, en caso de que se le cayera por la debilidad. Miro la estatua de la Virgen y dijo: "La he visto. Qué bella es y qué prisa tengo por ir a verla". Bernadette le pidió a la hermana Natalie Portat que le ayudará a dar gracias. Tomó el crucifijo y rezó: “Dios mío, te amo con todo mi corazón, con todo mi alma, con toda mi fuerza”. Bernadette respondía al Ave María: “Santa María, Madre de Dios, ruega por mí, pobre pecadora, pobre pecadora”. En el momento de su muerte, imitando a Jesús, pronunció:

Tengo sed”.

Bernadette hizo la señal de la cruz antes de tomarle al agua que trajeron las hermanas. Tomó un sorbo e inclinó la cabeza. Ahí dejó la vida en este mundo.

Información obtenida de: Alabanza de Gloria: Recuerdos de Sor Isabel de la Santísima Trinidad; Saint Ignatius of Loyola, de Francis Thompson; Leyenda Mayor de San Francisco, por san Buenaventura; Testimonio de fray Isambart de la Pierre, testigo ocular de su juicio; La vida de Tomás Moro, por su yerno William Roper; My Name Is Bernadette.

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