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Los niños son curiosos, y en el mundo virtual encuentran muchas cosas malas. Así que hay que ayudar a los jóvenes a que no acaben prisioneros de esta curiosidad. Lo advierte el papa Francisco en su homilía del 30 de abril de 2018 en la Casa Santa Marta del Vaticano.
Saber discernir entre las curiosidades buenas y malas y abrir el corazón al Espíritu Santo que da seguridad.
Estas son las dos exhortaciones que Papa Francisco hace en la homilía en Casa Santa Marta, a partir del evangelio (Jn 14, 21-26).
En él, de hecho, hay un diálogo entre Jesús y los discípulos que el Papa define como el "diálogo entre la curiosidad y la certeza".
En la homilía, el Papa explica la diferencia entre la curiosidad buena y la mala, porque "nuestra vida está llena de curiosidad".
Como ejemplo de curiosidad buena, hace referencia a los niños cuando están en la llamada "edad de los porqués".
Preguntan, porque, al crecer, se dan cuenta de cosas que no comprenden, buscan una explicación.
Esta curiosidad es buena, porque sirve para desarrollarse y "tener más autonomía" y es también una "curiosidad contemplativa", porque "los niños ven, contemplan, no comprenden y preguntan".
Cuidado con la habladuría y con el mundo virtual
"La habladuría" es en cambio una curiosidad mala, "patrimonio de hombres y mujeres", aunque algunos dicen que los hombres "son más murmuradores que las mujeres".
La curiosidad mala consiste en querer "husmear la vida del otro" -explica el Papa- "buscar ir a los sitios que al final ensucian a los demás", al dar a entender cosas que no deberían de saberse.
Este tipo de curiosidad mala "nos acompaña toda la vida: es una tentación que tendremos siempre": es su advertencia.
El Espíritu nos da certeza
La curiosidad de los Apóstoles en el Evangelio, en cambio, es buena: quieren saber lo que sucederá.
Jesús responde dando certezas, "nunca engaña", prometiéndoles el Espíritu Santo que –afirma- "les enseñará todo y les recordará todo lo que yo les he dicho".
El Espíritu Santo, de hecho, "recuerda las palabras del Señor iluminándolas". Y este diálogo en la mesa con los Apóstoles, que "es un diálogo entre curiosidad humana y certeza", acaba justo con esta referencia al Espíritu Santo, "compañero de la memoria", que "lleva a donde está la felicidad firme, la que no se mueve".
Francisco exhorta, por tanto, a ir adonde está la verdadera alegría con el Espíritu Santo, que ayuda a no equivocarse: