Jesús es flagelado y coronado de espinas: “Pilato entonces tomó a Jesús y mandó azotarle. Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le vistieron un manto de púrpura; y, acercándose a él, le decían: “Salve, Rey de los judíos”. Y le daban bofetadas» (Jn 19,1-3).”
Esta cita bíblica la solemos recordar tanto en el segundo misterio doloroso como en la sexta estación del Vía Crucis. La “recordamos”, ¿la recordamos realmente pensando en el gran dolor que sufrió Jesús? Pienso que muchos no entramos en lo profundo de este misterio, y simplemente porque remetimos sin meditar y sin conocer lo que realmente significa una flagelación, quizás una idea nos la dio Mel Gibson en su cruda pero realística película sobre la Pasión de Cristo.
La flagelación era un método de tortura que se aplicaba en la época de los romanos, era por ley un preámbulo para toda ejecución, se imponía como castigo aislado o como preparación de la crucifixión. Pilato intentó solo lo primero, pero muchos interpretaron lo segundo; por eso, gritaron fuerte que lo crucificase.
Los judíos lo limitaban a treinta nueve azotes. Para los romanos no había límite. Los flagelos era de cuero con huesos o bolas de hierro en la punta. Las carnes se abrían, el dolor era muy intenso, sangraba todo el cuerpo, solían perder el conocimiento y podían morir.
El que sufría este suplicio era atado a una columna y dos lictores le golpeaban con los flagelos. En ocasiones se turnaban hasta seis lictores. Los flagelos llenaban el cuerpo de tumefacciones, rasgaban la piel y podían llegar a dejar al descubierto las entrañas. Se solía respetar la parte del corazón para que el flagelado no muriese, pero, de hecho, no era infrecuente que muriesen en aquel tormento. Si seguían vivos quedan desfigurados, y, a menudo, se desmayaban a causa del dolor de los golpes.
Quizás esta introducción puede verse muy dura, pero creo que sea el caso “recordar bien” lo sucedido y así entender mejor lo inestimable y conmovedor que puede llegar a ser tener al frente esta “santa columna” donde fue derramada la preciosísima sangre de Jesús.
Como muchas de las reliquias de Cristo se encuentran en Roma, en la Basílica de Santa Práxedes, y esta vez no fue Santa Elena a traerla desde Jerusalén, se retiene que este fragmento de 63 cm de la columna donde Cristo padeció la flagelación, fue traída por el cardenal Giovanni Colonna en 1223, ésta se encuentra a la derecha apenas entrando a la basílica, custodiada en un relicario de bronce y está tallada de manera diversa debido a los pequeños fragmentos utilizados como reliquias en el pasado.