La prisa nos roba el momento presente, es exceso de futuro, de miedo y de expectativa
Durante mucho tiempo tuve prisa. Hoy, más madura y ya en los cuarenta, parezco la dueña de la letra que dice “ando despacio, porque ya anduve de prisa…” y respiro aliviada por darme cuenta de que he logrado vencer algunas carreras de la juventud.
La mayor de ellas, para mí, era la del reloj biológico. Sé que no todo el mundo nace con el deseo ardiente de ser madre, pero yo sí. Y me sentí presionada por el tiempo, aunque fui madre relativamente joven para los patrones de hoy, a los treinta y uno.
Sin embargo, además de las presiones que el propio tiempo trae, hay otras, igualmente masacrantes, que nos atormentan y nos atrapan.
Actualmente, las carreras son mayores y más constantes. Son mensajes que llegan a toda hora por WhatsApp; comentarios borboteando en la última foto de Instagram; el Messenger exigiendo una respuesta.
Para un ansioso y perfeccionista, el escenario está formado de caos. Porque se siente presionado a responder a todo, a rendir cuentas de todo, a no frustrar a nadie.
Por otro lado, también tiene prisa por ser atendido instantáneamente, de que sus mensajes no sean ignorados, de que del otro lado las personas estén tan apresuradas como él.
Lo inmediato se ha apoderado de nuestros días. Lo que antes se resolvía con una carta que llevaba semanas en llegar, hoy se define con un clic. Una foto que demoraba meses en ser revelada, hoy es tomada, aprobada o borrada en segundos.
La pasta era fabricada amasando harina y huevos, hoy se prepara sólo añadiendo agua caliente. De esta manera, es de esperar que estemos más apresurados también. Sin darnos cuenta, exigimos que todo funcione a la velocidad de nuestra ansiedad, nuestra expectativa, nuestra prisa.
Pero la prisa nos roba el momento presente. Es exceso de futuro, de miedo y de expectativa.
Es necesario aprender a ignorar ciertas cosas. Aprender a separar lo que es inmediato de lo que es dispensable. Aprender a priorizar lo que es necesario y no ahogarse para rendir cuentas de lo que es superfluo. Aprender a olvidar un poco el celular, a ignorar algunas horas el teléfono, a conseguir respirar.
De vez en cuando es necesario aprender a desaparecer. Aprender que si no te encuentran, el mundo no se va a acabar. Soportar la incomodidad de estar “ausente” durante algún tiempo y entender que la persona que más te presiona eres tú mismo.
Hay gente que piensa que estás atado a un manubrio, y que si dejas de manejarlo, el mundo se parará. Pero no funciona así. Intenta soltar el eje que hace girar el mundo.
Experimenta darles la oportunidad a otras personas de asumir el control. Experimenta la paz de los que no tienen necesidad de probarle nada a nadie. Verás que el mundo seguirá girando, que otras personas también tienen dones y capacidades, que tu ego puede descansar un poquito también.
Le pido a Dios que calme mi prisa.
Que haga morada en el presente y no me ahogue con el exceso de futuro.
Que pueda aprovechar la compañía de los que están cerca de mí, y no me torture con la falta de noticias de los que están lejos.
Que cada espera tenga su peso y su medida, y que no me desgaste esperando aquello que no merece la pena esperar.
Que no tenga prisa por curarme ni mostrar a los demás que lo he hecho, sino que tenga una paciencia cariñosa con mi tiempo y mis dolores.
Que la prisa por ser feliz no me haga acelerar la felicidad al punto de perderla, y que cuando yo tamice mis vivencias, no deje que las alegrías desaparezcan por los vacíos ni las heridas permanezcan.
Que la ligereza me alcance, y con ella la capacidad de perdonar la carrera de las agujas del reloj y el entendimiento de que nada es tan urgente como el momento presente.