Si nos esforzamos por tener un corazón sencillo nos resultará más fácil ser amables.Como la gran mayoría de las cosas de esta vida a ser amable se aprende. Hay que amar por medio de la amabilidad porque el amor es un acto que vale la pena por sí mismo, que hay que demostrar por medio de actos bondadosos.
Solo se requiere poner más atención alrededor; a las cosas que hacemos y cómo las hacemos; a lo que decimos y cómo lo decimos, y aún más importante, a quién de los decimos.
De verdad, resulta sencillo ser benevolentes. La cosa se complica cuando estamos absortos en el día a día y pasamos por alto oportunidades para ser considerados con los demás. Por eso el reto es ser amable a pesar de las circunstancias o de no recibir tratos agradables de terceros.
Todos a diario tenemos ocasiones para regalar nuestro corazón por medio de detalles que parecen insignificantes.
Ahora se me viene a la cabeza un supermercado cercano a mi casa. En cada línea de cajas hay una campanita con un letrero que dice: “Por favor toque la campaña si he sido amable con usted”.
A la hora de pagar procuro dirigirme al cajero por su nombre, mirándole a los ojos le doy las gracias y toco el timbre 3 veces solo para regalarle unos segundos de alegría y sacarle una sonrisa. Y escucho el grito jubiloso de “Woo-hoo”.
Después sucede algo maravilloso: Soy yo quien salgo del súper con lágrimas de gozo, como si en mí se hubiera despertado un sentimiento de euforia.
Y es que es una delicia cuando se logra hacer feliz a alguien por medio de actos tan pequeños. Un acto amable, por pequeño que parezca, refleja el hecho de servir a los demás. Esta es la actitud de quien desea vivir en el amor, con gratitud y generosidad.
La amabilidad brinda la dicha de satisfacer las necesidades de otra persona por encima de las nuestras y hace que un encuentro se torne diferente.
Ser amable implica servir al prójimo, aunque eso implique algún sacrificio y hasta olvidarnos de nosotros mismos.
Es por eso por lo que hay actos amables -bondadosos- que se tornan heroicos porque los hacemos “sin sentir”, sin ganas, solo pensando en amar y brindar bienestar al otro.
Por ejemplo, sonreír cuando por dentro estamos llorando.
Hay que aprender a decir cosas agradables a los demás, a ser bondadosos con los demás, pero también con nosotros mismos.
Si nos esforzamos por tener un corazón sencillo e iluminado por la Verdad nos será más fácil ser amables, disculpar errores y ser comprensivos con los demás.
Comienza por ser amable en el lugar menos esperado. ¿Cómo? Simplemente elige sonreír.
Estar atento a quienes te rodean te ayudará también a ser amable y a ellos a serlo contigo. Observa sus comportamientos amables e imítalos. Cuenta cuántos actos de generosidad observas en un día. ¡Te sorprenderás!
Cuando somos conscientes de todos esos actos amables y aprendemos a valorarlos y a apreciarlos. Y aumenta también nuestro deseo de ser amables porque una acción amable da pie a otras.
Tú y yo moriremos, pero quedarán las huellas de los actos de amabilidad que hicimos a lo largo de nuestra vida. Repito, no existe acto cordial que sea pequeño o insignificante. Muchas veces basta una palabra, una sonrisa para alegrar el día a alguien, para devolverle la esperanza. Quizá esa sonrisa sea como la luz que necesita para su vida que hoy está media apagada.
Te puede interesar:
El poder de una sonrisa