El filme explora la relación entre el escritor Alan Milne y su hijo Existen dos maneras de enfocar esta película, especie de biopic sobre los años en los que A. A. Milne desarrolló las historias del oso Winnie the Pooh, gracias a los cuentos que se iban contando él y su hijo, Christopher Robin, a quien convirtió en uno de los personajes:
La primera es averiguar si, como biografía cinematográfica de un escritor, cumple con las expectativas. Hemos visto ya muchas películas que versan sobre el auge y la caída de literatos, sobre sus éxitos y sus fracasos, e incluso variaciones especulativas en torno a sus amoríos o a los elementos ficticios que acaban contaminando sus vidas.
Se me ocurre ahora que, si tras ver un filme sobre un escritor, uno quiere leer (o releer) sus obras, entonces es que merece la pena haber visto dicho filme, independientemente de su calidad.
En este sentido, durante la primera mitad de Goodbye Christopher Robin no me motivó demasiado el personaje de Milne, también por una cuestión: porque sufre un bloqueo y apenas escribe y aún arrastra el trauma de su papel en la Primera Guerra Mundial. Su mujer le espeta: “Te conozco, eres escritor. Si no empiezas a escribir pronto, te pondrás insoportable”.
La segunda es saber si la deriva inusual que toma el filme en su segunda mitad nos interesa. Es inusual porque contiene una ácida crítica sobre cómo los adultos explotan a menudo la imagen de un niño porque eso conduce a la fama y ésta acarrea ventas y todo desemboca en las ganancias y en la mejora del nivel de vida: lo vemos hoy en los niños célebres del cine, de la música e incluso de la cocina, convertidos en adultos a la fuerza que deben cumplir con estrictas agendas y conceder entrevistas agotadoras para ganar dinero a espuertas mientras sus compañeros de generación continúan con sus vidas normales.
A partir de entonces, cuando Alan Milne empieza a escribir sobre las historias de su hijo y sus peluches, y Ernest Shepard empieza a ilustrarlas, es cuando la película empieza a despegar o se aparta de lo típico. Christopher Robin no puede creer, como le dice a su padre, que uno pueda disfrutar mientras concibe un libro: “Cuando escribes, parece que no te estás divirtiendo”.
El muchacho le pide que escriba un libro para él, no sobre él, que es lo que Milne acaba haciendo: esa confusión derivará en un doble camino: gracias a las historias, Alan obtiene el éxito; pero, por culpa de ello, va perdiendo progresivamente a su hijo, que recibe una atención excesiva de los fans y de los medios y cumple con una agenda que trastorna su vida. La única que le comprende es su niñera, Olive (una espléndida Kelly Macdonald), con la que desarrolla un vínculo que oscila entre el amor y la veneración. Esta deriva me parece muy interesante.
Goodbye Christopher Robin puede que no sea, así en general, una gran película, pero crece en su segunda mitad y desemboca en un final muy emotivo: esa crítica sobre la inmoralidad de convertir a un muchacho en una atracción de feria, algo que los padres acaban pagando, nos obliga a reflexionar sobre los pasos que debemos dar los progenitores de los niños, pues un solo equívoco puede ocasionar que ellos se alejen de nosotros, quizá para siempre.
Tras ver la película me he comprado las Historias de Winnie the Pooh para leerlas un día de éstos. El filme de Simon Curtis no es, desde luego, Historia de una pasión (sobre Emily Dickinson) ni El almuerzo desnudo (sobre William Burroughs), pero me ha empujado a buscar el libro: y no es poco.
Ficha Técnica
Título original: Goodbye Christopher Robin
País: Reino Unido
Director: Simon Curtis
Guión: Frank Cottrell Boyce, Simon Vaughan
Música: Carter Burwell
Género: Biografía / Drama familiar / Historia
Duración: 107 min.
Reparto: Domhnall Gleeson, Margot Robbie, Will Tilston, Kelly MacDonald, Nico Mirallegro, Stephen Campbell Moore, Simon Williams, Phoebe Waller-Bridge, Geraldine Somerville, Richard McCabe, Richard Dixon