El otro día estaba holgazaneando por Facebook cuando me llamó la atención una publicación titulada: “Una rutina facilísima para niños de 2 años que funciona siempre”.
Cuando pasas en casa la mayor parte del día con uno de ellos, una se las tiene que ingeniar para encontrar la forma de entretenerlo por lo que, sin dudarlo, me dispuse a leer el post.
En un primer momento, me llevé una desilusión pues la rutina propuesta no tiene nada de “facilísima”. Implicaba implementar un rígido horario nada útil para mí al dividir el día en franjas de 30 minutos a dos horas.
Sin embargo, el post me ofreció unas pistas muy interesantes sobre las 3 necesidades de un niño de 2 años.
- Ayuda emocional: En esta edad se experimentan grandes emociones. Deberéis atenderlas. Escuchar al niño, ayudarle a entenderlas y enseñarles a expresarlas de la forma correcta.
- Sueño: Los niños de dos años necesitan dormir. Intentarán fingir que no les hace falta e incluso habrá semanas en las que se quedarán en su cuna hablando solos en lugar de dormir. Perseverad, no os rindáis, pues las siestas son fundamentales para ellos.
- Rutina: La rutina encuentra su mejor razón de ser cuando un niño está en su época de desarrollo más crucial. Insisto en que no hay que ser esclavos del reloj, pero sí encontrar algo que funcione y ceñirse a eso.
Las siestas
Grandes verdades. Ahora mismo, tengo todas mis fuerzas aplicadas a resolver el conflicto de Isaac y su sillita de coche. Tengo que hacer el trayecto de una hora de ida y vuelta de la escuela concertada de los niños mayores dos veces al día, así que el pequeño se tiene que quedar todo ese rato sentado en la sillita del coche. Sin embargo, antes solía hacerlo gritando todo el tiempo, ahora no tanto. Protesta un poco, pero sobre todo busca mi mirada con ojos tristes.
Tengo dos teorías relativas a este cambio. Al principio, el plan original era compartir coche, así que yo no conducía siempre. Los días que sí conducía, mantenía a Isaac despierto para que durmiera en el coche en vez de llorar, pero nunca funcionaba bien: siempre se despertaba cuando los demás niños entraban en el coche, lo cual tenía el doble perjuicio de reducir su siesta de dos horas a 30 minutos y encima dejarlo malhumorado y cansado para el resto del día.
Después de los primeros meses, aprendí que esta siesta es crucial independientemente de si estaremos o no en el coche. Un sueño de calidad es esencial para los pequeños y no lo tendrán si están en la silla del coche. Así que reestablecí la rutina de siesta diaria después de comer y descubrí que en realidad llora menos en el coche si antes ha dormido bien.
Lo segundo que descubrí es que era mejor dejar de ignorar los gritos o intentar apaciguarle. En vez de acercarle frenéticamente todos los juguetes que había metido en el coche o subir el volumen de la radio, empecé a responderle. Cuando suelta un aullido y empieza a tirar de los cinturones de su silla, le digo algo como: “Lo sé, cariño, esto es un rollo. A mí tampoco me gusta estar tanto tiempo en el coche. Pero ya casi hemos recogido a los niños y luego iremos directos a casa”.
Cuando está muy alterado, le respondo con más énfasis aprovechando los semáforos para mirar atrás y mantener contacto visual, para expresar empatía. No siempre le hace feliz, pero parece que le calma un poco. Sabe que le están escuchando y eso es mejor que ser ignorado.