Es frecuente decir que los amigos son como una segunda familia. Eso demuestra la importancia que pueden llegar a tener ciertas amistades en nuestra vida. Repasamos aquí este vínculo tan especial que puede crearse entre dos personas hasta el punto de considerarse hermanos y hermanas.
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“Hay compañeros que llevan a la ruina y hay amigos más apegados que un hermano” (Proverbios 18,24)
La amistad se define como un vínculo de fuerte afecto entre dos personas. Es conocido el dicho de que uno puede escoger a sus amigos, pero no a su familia.
También hay quien dice: “Este amigo es como un hermano para mí”. Pero, ¿qué nos anima a considerar a una persona como parte integral de nuestra familia aunque no tenga nada de eso genéticamente?
Pueden encontrarse varios elementos comunes entre la amistad y la fraternidad. Aquí veremos cómo el amor fraternal puede experimentarse más allá de los lazos sanguíneos.
Valores morales compartidos
Para empezar, un amigo es una persona con la que compartimos principios, valores, con la que tenemos unas reglas comunes.
Esto es algo que se acerca mucho al carácter de un vínculo fraternal, que implica también valores morales compartidos, un principio de solidaridad que une a los miembros de una misma familia.
Como con un hermano o una hermana, nos ponemos de acuerdo sobre ciertas reglas de conducta, principios éticos, adquiridos por educación o por experiencia.
Una noción de proximidad
A medida que la vida avanza, se crea una cierta intimidad con nuestros amigos. De hecho, al igual que con los hermanos y hermanas, compartimos secretos, confidencias y nos atrevemos a ser vulnerables.
A menudo es al lado de nuestros amigos que logramos esa hazaña atlética, que sufrimos nuestros primeros fracasos y éxitos, nuestros flechazos o desengaños amorosos, momentos en los que, en definitiva, reconocemos a los auténticos amigos.
Recuerdos en común
El tiempo pasa y se acumulan los momentos memorables. La creación de recuerdos en común viene pareja de unos sentimientos en común asociados a esos momentos.
Progresivamente, vamos viviendo cosas cada vez más intensas con nuestros amigos y que permanecen grabadas en nuestra cabeza y nuestro corazón. Esto crea vínculos, anécdotas comunes y forja un pasado compartido.
Atravesamos juntos etapas de la vida, como con nuestros hermanos y hermanas, proporcionándonos apoyo y motivación. Al final, compartimos las mismas referencias, igual que los miembros de una misma familia que se han criado juntos.
Riñas y decepciones
Quien habla de relación fraternal, habla también de disputas… Con un amigo o amiga con el que hay mucha proximidad, a la fuerza existirán momentos de tensión.
Alguno podrá sentirse decepcionado o herido. Hacen falta perdón y explicaciones pero, precisamente porque la amistad es tan fuerte, encontramos un rasgo de carácter esencial: la humildad.
Cuando queremos a un amigo como a un hermano, estamos dispuestos a escuchar y aceptar disculpas, o viceversa, cuando somos nosotros los que hemos faltado.
Ahora bien, precisamente estos desencuentros, así como nuestra capacidad de perdonar, nos hacen tomar consciencia de la importancia de esta amistad, que es intensa a pesar de la ausencia de un lazo de sangre.
Amor y confianza
Por último, la diferencia entre una “amistad simple” y una “amistad fraternal” reside en los sentimientos que se experimentan. Para un amigo o amiga que consideramos como un hermano o una hermana, la diferencia obvia es el amor.
Confiamos plenamente en ellos, aunque quizás no pudiéramos decir lo mismo de nuestros auténticos hermanos y hermanas. ¿Por qué? Precisamente porque, al contrario que a nuestra familia, a nuestros amigos los elegimos nosotros.
Para terminar, recordemos esa frase del filósofo Montesquieu, que ya reflexionó sobre este tema: “No son solo los lazos de sangre los que forman el parentesco, sino también los del corazón y de la inteligencia”.