¿Juzgas a la persona que acabas de conocer? Según cómo actúes, puedes perderte grandes oportunidades.
Para ayudar a Aleteia a continuar su misión, haga una donación. De este modo, el futuro de Aleteia será también el suyo.
El conocimiento humano se activa a partir de los sentidos (vista, oído, olfato…), que envían la información al cerebro y este la procesa gracias a la inteligencia. Así es como emitimos juicios, más o menos elaborados: “El hombre que tengo a mi derecha en el autobús está cansado”, “la mujer con quien subo en el ascensor es una antipática porque nunca me saluda, ni siquiera hoy”.
Cuando vemos a alguien por vez primera, captamos información acerca de cómo se presenta, de sus palabras, de la acción que está desarrollando en ese momento; y nos hacemos “una primera idea”. Pero a esos pocos datos de que disponemos, añadimos contenido que ponemos en relación con ellos.
La marca de una prenda de ropa me habla de cuánto dinero ha gastado y a qué clase social pertenece quien la lleva (pero no tiene por qué ajustarse a la realidad). El arreglo personal me anima a acercarme al sujeto mientras que el desaliño y la falta de higiene puede que me inciten a rechazarlo (pero no puedo saber la razón por la que va así esa persona).
Cuando los datos son escasos, nuestro cerebro se encarga de “tapar” esos agujeros de información o de ampliar la información real, para darnos mayor idea de lo que conocemos. Así es como se pueden formar los prejuicios acerca de alguien.
Es una opinión preconcebida y casi siempre negativa
El prejuicio es una opinión preconcebida, generalmente negativa, hacia algo o alguien. Es un juicio que no se desprende de la realidad sino que se ha elaborado en nuestra mente a partir de datos reales que han sido unidos -correcta o erróneamente- a otros.
¿Qué ocurre si nos dejamos llevar por el prejuicio? Que juzgamos a la persona de forma equivocada. No dejamos que sea ella quien se exprese y, en cambio, damos por válida nuestra opinión acerca de ella. La miramos de reojo y desplegamos la imaginación porque creemos conocer ya cuáles serán sus siguientes pasos.
Así, quien lleva una cazadora negra y una pulsera con pinchos es un delincuente, quien se ha cortado el pelo al estilo punk es un violento, quien lleva una chilaba y un pañuelo en la cabeza es una mujer fundamentalista…
Una profesora de instituto explicó que un día una alumna de estética punk llegó a clase con una cadena de pinchos (de perro) al cuello. Con ese aspecto, llamaba la atención y algunos compañeros se habían apartado de ella antes de llegar al aula. Le preguntó por qué llevaba ese collar y le respondió: “Porque no quiero que me miren, porque soy tímida”.
La profesora comprendió que nada más lejos de la mente de aquella chica hacer daño a alguien, como parecía por su aspecto.
Te puede interesar:
¿Cómo liberarnos de los prejuicios?
Si me dejo llevar por los prejuicios, es muy posible que me pierda grandes oportunidades a mi alrededor: de conocer a personas que no son como yo, de establecer amistades, de profundizar en el trato…
La ignorancia voluntaria es el enemigo de la cultura y de la fraternidad entre las personas y los pueblos.
Dos actitudes necesarias
Para combatir esa deformación de la inteligencia que nos lleva a prejuzgar antes de comprobar cómo es realmente una persona, es positivo tener en cuenta dos actitudes:
- No te dejes llevar por la primera impresión. Busca siempre conocer mejor a la persona.
- Deja que las personas puedan explicar el por qué de su comportamiento antes de juzgarlas.
¿Te has equivocado alguna vez al prejuzgar? ¿Y se han equivocado al prejuzgarte a ti? ¿Por tu vestimenta, por tu aspecto, por tu país de origen, por el idioma que hablabas, por una frase fuera de contexto? La experiencia propia también puede ayudarnos a lograr que nuestra cabeza no vaya tan rápida al formular opiniones y juicios.
Es mucho mejor darle una oportunidad a la realidad.