Las FARC mataron a su marido y raptaron a su hermano. Ella ahora enseña a leer a hijos de ex combatientesMariela López es una maestra de Dabeiba, una pequeña localidad de la provincia de Antioquía fundada por un grupo de colonos en 1850. Los veinte mil habitantes que viven entre el pueblo y la zona cercana han sufrido mucho durante los años del conflicto del gobierno con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). La mayoría de ellos se vieron obligados a abandonar su casa y buscar refugio en lugares más tranquilos.
A ella le raptaron a un hermano y mataron a su marido. Los guerrilleros la obligaron a esconder fusiles en la escuela donde trabajaba y se llevaron sus alumnos para que pelearan con las FARC. Es mucho más de lo que una persona puede soportar, pero Mariela López nunca dejó de ser maestra, y poco más de un año después que terminó el conflicto, sigue en su puesto y sigue enseñando a los niños a leer y hacer cuentas, sin discriminar a los pequeños por las decisiones que sus padres tomaron durante la guerra.
Los acuerdos de paz firmados por el gobierno y las Farc permitieron la creación de espacios destinados a la capacitación y reincorporación de las familias involucradas en la guerra y de los mismos guerrilleros. En Llano Grande, el pueblo donde se encuentra la escuela dedicada a Madre Laura Montoya, también educadora y reconocida como santa por el Papa Francisco después de su elección en mayo de 2013, Mariela López enseña a los que fueron gravemente heridos por la guerrilla en una zona donde quedaron solamente cuatro familias.
Hoy, debido al programa de reincorporación, los habitantes fueron aumentando hasta llegar a 400. Ciento setenta son campesinos y 230 ex combatientes con sus familias, y entre ellos hay 60 niños.
El proceso de reconciliación es lento, pero progresa. En las calles se ven soldados y policías que juegan al fútbol con víctimas y ex guerrilleros, o ayudando a mejorar la infraestructura de la pequeña localidad. Reparan y pintan las paredes de la escuela y de las casas, arreglan las calles y caminos veredales, delimitan una cancha de fútbol y preparan la tierra para sembrar huertas.
Cuando Mariela López supo que su pueblo entraría en el programa de Capacitación y Reincorporación, hizo las maletas para irse con sus dos hijas, pero después decidió quedarse. “Mi temor era cómo iba a ser la convivencia con los desmovilizados, el cambio cultural y en qué se me iba a convertir el salón de clases, pero era un reto que debía asumir”, confiesa en una entrevista realizada por la periodista Deicy Johana Pareja para el diario colombiano El Tiempo.
Apenas los desmovilizados comenzaron a llegar a la zona, empezó a buscar a las mamás para decirles que las puertas de la escuela estaban abiertas para sus hijos. Hoy la maestra Mariela López enseña a más de 70 niños, hijos de ex combatientes o huérfanos de guerra.
Explica que la integración no es un problema para sus alumnos de seis o siete años. Cuando les contó que llegarían hijos de ex combatientes, entre ellos tres niñas de la etnia embera katío que no sabían hablar español, se dispusieron a aprender su lengua para poder entenderles.
Juan Rodrigo, de siete años, quien perdió a sus padres en el conflicto armado, fue uno de los estudiantes que más ayudaron a Mariela. “Él me dijo: ‘Profe, yo me voy a encargar de una de esas niñas’, y durante el descanso estuvo con la más pequeña, le habló en señas, la llevó a lavarse las manos, a ir por el refrigerio y jugó con ella. Juan Rodrigo sabe que él es víctima de las FARC, y la actitud que tuvo con la hija de un ex guerrillero me tocó el corazón y me ayudó a perdonar”, recuerda.
Por Elisabetta Fauda. Artículo originalmente publicado por Tierras de América