Algunas de ellas han impregnado nuestra cultura tanto que no sospechamos que puedan tener un origen bíblico.
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“Tienes un corazón de piedra”
Esta es una expresión que a nadie le gustaría que le dedicaran. Y es que designa a alguien que es insensible, duro, indiferente y que no siente empatía o emoción hacia los demás. No es algo muy halagador… La imagen es fuerte porque asocia dos términos opuestos: el corazón de un ser vivo, símbolo de la vida, el amor, las emociones y los sentimientos, y la piedra, mineral, dura y fría.
Encontramos esta expresión varias veces en el Antiguo Testamento, sobre todo en los libros proféticos, y se utiliza tal cual en el libro del profeta Ezequiel (11,19 y 36,26):
Yo les daré otro corazón y pondré dentro de ellos un espíritu nuevo: arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne.
El corazón de carne no debe entenderse en el sentido carnal, sino que simboliza aquí un corazón sensible y receptivo a las llamadas de Dios, mientras que el corazón de piedra, rebelde y duro, permanece sordo e indiferente. Convertir un corazón de piedra en corazón de carne es una verdadera renovación interior, una evolución profunda del ser para abrirse a la palabra divina porque un corazón endurecido y cerrado no puede estar en comunión con Dios.
Una imagen muy presente en el Éxodo
Este corazón que se endurece y se vuelve semejante a la piedra fue por ejemplo el del Faraón en el libro del Éxodo, cuando se negó a permitir que el pueblo hebreo abandonara su país a pesar de las catástrofes que caían sobre Egipto (Las diez plagas de Egipto).
Fue también el del rey Sijón, que no aceptó que Moisés y su pueblo cruzaran su país a pesar de su promesa de no desviarse de la ruta y de pagarles a precio de oro el agua y los alimentos que les fueran suministrados.
Pero Sijón, rey de Jesbón, se negó a dejarnos pasar por su territorio, porque el Señor, tu Dios, había ofuscado su espíritu y endurecido su corazón, a fin de ponerlo en tus manos, como lo está todavía hoy. (Deuteronomio 2,30)
También fue el propio pueblo hebreo el que, después de salir de Egipto, endureció muchas veces su corazón, negándose a confiar en Dios y a permanecer fiel a Él, quejándose ante Moisés y fabricándose ídolos para venerarlos. Aún más duro que la piedra, es el diamante que sirve como elemento de comparación al profeta Zacarías.
Endurecieron su corazón como el diamante para no escuchar la instrucción y las palabras que el Señor de los ejércitos les había dirigido por su espíritu, por intermedio de los antiguos profetas. Entonces el Señor de los ejércitos se irritó profundamente. (Zacarías 7,12)
Ya sea de piedra o de diamante, este corazón endurecido es el de un hombre que se vuelve sobre sí mismo, que se aleja de Dios y rechaza su amor, y sin embargo, como bien expresa el bello himno “Pueblo de Dios, no sientas vergüenza”:
Dios te ama cuando tú amas,
abre tu corazón, haz como Él.