El Santa con regalos ha sido sustituido por uno que lleva alimentos y medicinas
En Venezuela, como en muchos otros países, la tradición navideña incluye a ese viejo bonachón, siempre con la carcajada por delante, vestido de rojo y con una larga barba blanca que asusta a algunos niños. Muchos han protestado a lo largo de las épocas argumentando que se trata de una tradición sajona y muy europea. Pero la historia de San Nicolás de Bari lo ha reivindicado en estas tierras donde el santo es también venerado.
En tiempos pasados, San Nicolás, como le llamamos en Venezuela, era sinónimo de regalos para los pequeños. En cada casa había una imagen suya que prometía una lista interminable de sorpresas para los niños que se portaran bien y sacaran buenas notas.
A diferencia de otros países, es el Niño Jesús el que ponía los regalos bajo las camas o el pie de arbolito mientras la casa dormía. Santa volaba en un trineo y se introducía en los hogares a través de imaginarias chimeneas. Pero era el Niño Dios el que seleccionaba y concedía los regalos. Los niños hacían su lista de peticiones y la colocaban al pie del pesebre.
Si nuestro relato es en pasado no es porque la tradición haya muerto, sino porque hoy las realidades son otras y las necesidades han cambiado. Como siempre, el San Nicolás que inaugura la Navidad y que sale a la Cota Mil –autopista que rodea Caracas en inmensa circunvalación transitando pegada a la falda del cerro El Avila- sonando unas inmensas campanas regalando golosinas a los niños que pasan, ya apareció.
Los padres detienen sus autos para saludarlo y Santa sonríe, aconseja a los niños y lanza caramelos al interior de los vehículos. Mucha gente se percata de que llegó la Navidad cuando divisa al famoso personaje a la orilla de la carretera.
Inició la costumbre hace unos diez o doce años Ramón Canela, español de nacimiento pero venezolano de corazón. El fue quien comenzó personificando a Santa, pero hace unos años enfermó y dejó el país. “Tuve una vida triste de niño, pero el Señor me permitió salir adelante, por eso me gusta unirme al pueblo y hacer feliz a la gente”, señalaba el Papá Noel de 80 años.
Poseía cuatro trajes, dos comprados en Alemania y el otro par en Nueva York. “Los alemanes son muy lindos”, decía. Llegar hasta la Cota Mil no era mayor problema porque, a pesar de su edad, solía subir la montaña.
El Santa Claus de la Cota Mil ha sido noticia en otros años por sus conflictos con las autoridades, las cuales han llegado a detenerlo por su supuesta responsabilidad en el agravamiento del tráfico. Aun así, siempre está allí, para delicia de los conductores a quienes poco les importa el retraso vehicular.
Pero ya no hay caramelos. El Santa llegó a la Cota Mil -actualmente otros santas siguen el legado de aquel pionero español- causando su acostumbrado revuelo, sin golosinas pero cargado de buenos deseos para los conductores y sus familias. Con la misma sonrisa y batiendo la misma campana, pero sin regalos. Otros santas aparecen por doquier. La gente se resiste a perder el espíritu navideño, como un símbolo de resistencia ante la adversidad.
Algo inusual ocurre esta vez: San Nicolás ya no recibe listas de regalos sino de comida. El Santa con regalos –que ya no pueden importarse por falta de divisas- ha sido sustituido en las parroquias, empresas, instituciones benéficas y celebraciones varias, por uno que lleva alimentos y medicinas.
“Es lo que hace falta y es lo que pide la gente”, dice uno de los santas apostado en el centro de Caracas los cuales ahora, en vez de renos, se hacen acompañar de voluntarios que solicitan donaciones para mitigar las urgencias de la gente. Son jóvenes que se organizan desde colegios, escuelas y universidades para salir con Santa y prestar apoyo en las labores de distribución de la esperada ayuda social.
Los donativos no se han detenido y las iglesias se han convertido en centro de acopio de toda clase de colaboraciones que salen tan pronto como llegan. La solidaridad ha brillado de nuevo y, quienes pueden, incluyen en sus compras productos que aportan para la realización de estos operativos.
También está el caso de “Santa en las calles”, una organización no gubernamental que acerca la Navidad a las personas más vulnerables de Caracas.
No parecen ser felices estas navidades pero un poco de comida o la medicina que falta contribuye a llevar un poco de felicidad y esperanza a quienes menos tienen. Es verdad que hasta los santas perecen resentir la crisis: las personas los notan flacos y en lugar de la popular barriga ahora llevan cinturones que casi cuelgan. No cabe duda de que la crisis ha golpeado, también, a San Nicolás y a su preciosa carga.