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¿Cómo vivir la Navidad en una sociedad consumista?

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Miguel Pastorino - publicado el 16/12/17
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Toma las riendas de cada decisión que asumes estos días. Hace mucho tiempo se habla de la “era del consumo”, de que vivimos en un mundo consumista. Claramente siempre hemos consumido los bienes necesarios para subsistir, pero lo que hace a una sociedad consumista es el consumo de bienes superfluos.

Casi sin percibirlo vamos cambiando nuestro modo de vivir desde la lógica del consumo con sus ritos y mandamientos sociales.

En una sociedad consumista los bienes que más se consumen son superfluos y la felicidad dependería de la experiencia de consumir y por lo tanto de las posibilidades de consumo de mayores bienes superfluos.  Se nos ha vuelto “natural” vivir de esta manera y no reparamos demasiado en cuan libres somos a la hora de consumir y de qué depende nuestra felicidad.

Siempre que se acerca Navidad, la fiebre consumista se asume como algo de lo que no se puede escapar. Los regalos se han vuelto –no solo en Navidad- un mandato social que obliga a consumir como un mandamiento divino. Paradójicamente el regalo (don), que es un signo de la gratuidad, se ha convertido en un intercambio, en un deber. Así el consumismo nos consume a nosotros y creyéndonos libres, llevados por la corriente, no revisamos nuestras decisiones ni reparamos en qué es lo que realmente nos hace felices.

Incluso “ir de compras” se ha vuelto un fin en sí mismo, no importa lo que uno se compre, lo que importa es comprar algo. Algo que si lo pensamos podría parecernos absurdo, superficial y hasta ridículo. Sin embargo, se nos ha naturalizado como “lo normal”.

¿Cómo nos preparamos para la Navidad?

En algunas tiendas al terminar Halloween, ya comienzan a vestirse con signos navideños, como indicándonos que ya debemos ir pensando en las compras de fines de diciembre. El Adviento no había comenzado y ya se está pensando en los regalos de Navidad. Los anuncios que nos llegan no son la “Buena Noticia” del Evangelio, sino los incontables catálogos de todo lo que se puede comprar.

La publicidad es una avalancha aplastante que ha vuelto una fiesta de recogimiento y esperanza en un clima de estrés, cansancio y deseos de que ya pase de una vez. Hasta muchos se preocupan por cuánto van a subir de peso en las fiestas, por todo lo que van a consumir. ¡Como si nos obligaran a comer tanto! Casi con cierto determinismo nos olvidamos que nosotros elegimos cómo vivir la vida, y cómo celebrar la Navidad, sin tener que seguir los mandatos sociales que impone la lógica del consumo.

Si a alguien se le ocurre no regalar nada en las fiestas, queda proscrito socialmente. Hasta hay quien se siente obligado a hacer una lista de regalos a quienes en realidad no desea regalar, pero “debe hacerlo”. Así el verdadero sentido del regalo, que es la donación gratuita –no por compromiso-, se pervierte hasta transformarse en todo lo contrario a lo que es un verdadero “regalo”. Cada vez más ritos sociales son puros regalos: consumo y más consumo.

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Liderina | Shutterstock

Muchos con creatividad han comenzado a hacer otro tipo de regalos, que no se compran ni se venden. Verdaderos regalos que le pueden cambiar la vida a quienes los reciben: son verdaderamente gratuitos y con un valor incalculable.  Regalar tiempo, gestos de amor auténticos son los regalos más creativos y más auténticos que podemos hacer. Incluso a veces es fácil comprar algo, pero lo que cuesta es donarnos nosotros mismos, hacer de nuestra vida, de nuestro tiempo, de nuestro afecto, un verdadero regalo.

Devolver la gratuidad a la Navidad

En Navidad los cristianos celebramos que Dios se ha hecho regalo, que Dios se ha hecho uno de nosotros, se ha donado a sí mismo, lo ha dado todo, sin pedir ni exigir nada a cambio. El amor es así, pura donación. ¿Qué significa entonces vivir el “espíritu navideño”? Sin lugar a dudas tiene mucho más que ver con el amor que con el consumo. Para vivir la Navidad en serio, hay que volver a contemplar el misterio más hondo que se revela en esta celebración.

Contemplando el pesebre, el Niño Dios por el que se celebra la Navidad, vuelvo a meditar una sencilla y profunda descripción del P. José Luis Martín Descalzo sobre el misterio de la Navidad:

“Navidad es la prueba, repetida todos los años, de dos realidades formidables: que Dios está cerca de nosotros, y que nos ama. Nuestro mundo moderno no es precisamente el más capacitado para entender esta cercanía de Dios. Decimos tantas veces que Dios está lejos, que nos ha abandonado, que nos sentimos solos…

“Parece que Dios fuera un padre que se marchó a los cielos y que vive allí muy bien, mientras sus hijos sangran en la tierra. Pero la Navidad demuestra que eso no es cierto. Al contrario. El verdadero Dios no es alguien tonante y lejano, perdido en su propia grandeza, despreocupado del abandono de sus hijos. Es alguien que abandonó él mismo los cielos para estar entre nosotros, ser como nosotros, vivir como nosotros, sufrir y morir como nosotros. Éste es el Dios de los cristianos.

“¿Y por qué bajó de los cielos? Porque nos ama. Todo el que ama quiere estar cerca de la persona amada. Si pudiera no se alejaría ni un momento de ella. Viaja, si es necesario, para estar con ella. Quiere vivir en su misma casa, lo más cerca posible. Así Dios. Siendo, como es, el infinitamente otro, quiso ser el infinitamente nuestro. Siendo la omnipotencia, compartió nuestra debilidad. Siendo el eterno, se hizo temporal…

“Pero ¿cuántos se dan cuenta de ello? ¿Cuántos están tan distraídos con las fiestas familiares que en estos días no se acuerdan de su alma?…

“Por eso yo quisiera invitarles, amigos míos, a abrir sus ventanas y sus ojos, a descubrir la maravilla de que Dios nos ama tanto que se vuelva uno de nosotros. Y que vivan ustedes estos días de asombro en asombro. Que se hagan ustedes las grandes preguntas que hay que hacerse estos días y que descubran que cada respuesta es más asombrosa que la anterior”.

La primera pregunta es: ¿Qué pasa realmente estos días? Y la respuesta es que Alguien muy importante viene a visitarnos.

¿Quién es el que viene? Nada menos que el Creador del mundo, el autor de las estrellas y de toda carne.

¿Y cómo viene? Viene hecho carne, hecho pobreza, convertido en un bebé como los nuestros.

¿A qué viene? Viene a salvarnos, a devolvernos la alegría, a darnos nuevas razones para vivir y para esperar.

¿Para quién viene? Viene para todos, viene para el pueblo, para los más humildes, para cuantos quieran abrirle el corazón.

¿En qué lugar viene? En el más humilde y sencillo de la tierra, en aquel donde menos se le podía esperar.

¿Y por qué viene? Sólo por una razón: porque nos ama, porque quiere estar con nosotros.

Y la última pregunta, tal vez la más dolorosa: ¿Y cuáles serán los resultados de su venida? Los que nosotros queramos. Pasará a nuestro lado si no sabemos verle. Crecerá dentro de nosotros si le acogemos.”

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