Aunque suene muy trillado, las cosas siempre pasan por algoPor lo menos una vez en la vida todos hemos caído en la oscuridad, en momentos en que queremos tirar la toalla y no seguir porque ya no sentimos lo duro, sino lo tupido. Segundos en que queremos gritar con voz de histeria “¡ya no puedo más!”
Sin embargo, no importa que tan profundo caigamos, que tan perdidos estemos, que tan solos o asustados nos sintamos o que tan en la oscuridad vivamos en algún lugar siempre habrá luz porque Dios está en todas partes, aunque no le sintamos presente.
Porque muchas veces necesitamos estar perdidos para volvernos a encontrar con lo realmente importante y valioso.
Definitivamente, aunque suene muy trillado, las cosas siempre pasan por algo y depende de cada uno que le encontremos su significado.
He encontrado que todo aquello que de alguna forma nos produce molestia nos enseña a ser pacientes, a esperar con calma, a no sentir que las cosas deben de hacerse a nuestro tiempo y modo.
Aquella persona que nos “choca” nos enseña a hacer viajes a nuestro interior para descubrir las heridas aún no sanadas y así trabajar en ellas. Esa otra que nos ha abandonado nos enseña a ser cada vez más fuertes, a no aferrarnos a ningún amor humano, solo al de Dios.
A aprender a estar con nosotros a solas y disfrutar tremendamente de nuestra compañía. De aquella que nos ha traicionado aprendemos que nuestra capacidad de amar, disculpar y olvidar está muy por encima de cualquier falta humana.
Todo aquello que nos enoja, todas esas circunstancias a las que les hemos dado el poder de molestarnos nos han mostrado nuestras capacidades de perdonar, de ser benevolentes y de tener compasión, sobre todo con nosotros mismos.
Todo aquello a lo que sentimos odiar nos muestran nuestra maravillosa capacidad de amar de una forma incondicional y de aceptar al mundo de una forma sublime.
Los errores y fracasos nos han mostrado que está bien equivocarse y volver a comenzar; a pedir perdón donde haya que pedirlo y a aceptar cuando ese perdón no nos fue concedido.
Aquello que se nos ha aparecido como obstáculo nos ha mostrado la fortaleza que hay en nuestro interior, no solo para vencerlo, muchas veces para usarlo a nuestro favor e intentarlo nuevamente.
A todo eso que le hemos tenido miedo nos ha mostrado todo ese coraje y valentía que hay en nuestra alma que nos empuja a enfrentar esos temores y no solo a dejarlos dormidos.
Los cambios a los que nos hemos enfrentado nos han enseñado a dejar ir todo aquello que ya no deba estar o ser en nuestras vidas; a aceptar con paciencia, en calma y en paz que no tenemos control de casi nada más que de ponerle buena cara a la vida y de tener una actitud acertada para aceptar el día a día con nuestra mejor sonrisa, aunque a veces esta vaya bañada de llanto.
Darnos cuenta de que hay personas que no nos aman, que nos critican o que no nos aprueban nos han ayudado a afianzar nuestro amor por ese ser que nos ama y acepta incondicionalmente, con el amor más puro que nadie jamás ha tenido por ti y por mí, el de Dios.
Es cierto, a veces el miedo nos paraliza y ese mismo temor es el que no nos permite vislumbrar la luz al final del túnel, entender las maravillosas lecciones detrás de todo o no nos permite el que lleguemos a cumplir nuestro sueño, cualquiera que este sea.
Para eso me gusta pensar en estas palabras en inglés, convertir lo imposible en -yo- posible: “impossible” a “I’m-possible“, porque la solución antes que en nadie más está en ti y en mí al tomar la mano de Dios con un cambio de actitud y juntos caminar en busca de respuestas.
Es cambiar el por qué a mí por por qué a mí no…y sencillamente aprender la lección.