Es importante contarles la verdad, mirarles a los ojos, abrazándoles y adaptando las palabras según la edad de cada niño.Tanto a amar como a odiar se enseña y se aprende en casa. Lo mismo a vivir en una actitud de paz. Todo comienza en el hogar al transmitir a nuestros hijos la certeza de nuestro amor y protección y la esperanza de que todo irá mejor.
Cuando sucede una tragedia, una masacre o cualquier tipo de desgracia, ¿qué información hay que dar a nuestros niños? ¿Cómo explicarles aquello que no tiene sentido? ¿Cómo transmitirles calma, paz, seguridad cuando muchas veces dentro de nosotros aún no existe?
Ante una situación crítica, es normal que como padres nos lleguemos a sentir desprotegidos, agobiados, atemorizados. Pese a ello, deberíamos proteger siempre a los más vulnerables, a los niños. Aunque quisiéramos mantenerles en un mundo libre de miedos, angustias y malas noticias, lo cierto es que ¡no podemos!
Es más, tampoco conviene mantenerlos inmersos en una burbuja de color de rosa pretendiendo que no pase nada malo porque no es la verdad y lejos de ayudares, podemos perjudicarles, y mucho.
¿Qué hacer, entonces? Prepararles para la vida. Darles armas, pero no pistolas, sino armas interiores. Lo único que les podemos decir a nuestros niños es la verdad porque si nosotros no se la decimos, otra persona lo hará y no siempre de la manera más acertada.
Es importante por lo tanto contarles siempre la verdad teniendo siempre en cuenta su edad y sin causarles miedo. Con nuestras palabras deberíamos darles esperanza y animarles a encontrar la luz, el lado positivo, en estos eventos tan oscuros.
Una actitud esperanzadora es clave. Hace poco escuché a una consejera familiar que sí, que hay que decirles la verdad pero no conviene sin embargo comentarles que las cosas irán mejor porque, en realidad, desconocemos el futuro. Sin embargo, no estoy de acuerdo porque la desesperanza es peor que cualquier masacre pues supone la “muerte” interior.
Es cierto, no tenemos el poder de cambiar al mundo y de que este tipo de tragedias dejen de suceder, pero lo que sí podemos es hacer cambios personales para ser mejores personas y descubrir la lección de vida y todo “el bien” que estos males traen escondido.
No tenemos el poder de dejar de crearles miedos a nuestros niños, pero sí tenemos el poder crearles un mañana esperanzador y de encauzarles a que ellos mismos enfrenten esos temores.
Sugerencias:
- No dar más información de la necesaria. Los niños hasta los 7 años no distinguen la realidad de la fantasía. Antes de esa edad si le decimos, por ejemplo, que un señor entró con tremendas metralletas y les voló la cabeza a muchas personas, el niño entrará en pánico y le dará miedo de que a él también le harán lo mismo.
- Si hay que darles información, pónganse a su altura. Es decir, busquen el contacto visual, tóquenles, abrácenles. Todo para transmitirles confianza, seguridad y protección. Hay que hablar en un tono de paz reafirmándoles que en casa tienen un papá y una mamá que siempre les defenderán y un hogar dónde pueden refugiarse en caso de sentir miedo o inseguridad.
- Validar sus emociones. Nada de que “no tengas miedo” o “no llores”. Al contrario, decirles que está bien sentir lo que sienten y volver a hacer preguntas como, ¿por qué te sientes así? ¿A qué le tienes miedo? Más vale que desde niños reconozcan sus sentimientos y que sepan encauzarlos para que cuando lleguen a la edad adulta, no sean como una olla de presión, cargados de inquietudes.
- Manténganles alejados de los medios de comunicación. En la medida de lo posible, eviten que vean ese tipo de noticias, ni siquiera acompañados de papá y mamá.
- Permitanles que se expresen, ya sea verbalmente o por medio de dibujos. Por medio de preguntas averigüen cuáles son sus miedos e inquietudes y, sobre todo, para saber qué están pensando.
- Estar preparados para contestar preguntas como “¿Por qué ocurren estas cosas? ¿Es gente mala la que hace eso? ¿Por qué lo hacen? ¿Y por qué Dios lo permite?”
Recordemos que nadie nace odiando. Nuestra naturaleza es el amor y en el amor debemos permanecer. Si de verdad queremos hacer un mundo mejor comencemos por hacer el pequeño mundo de nuestros hijos -su hogar- un lugar de paz, armonía, justicia y amor.