Cuando el lenguaje permite no sólo la evasión de impuestos sino también de responsabilidades
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Esta semana el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ) ha dado a conocer una filtración múltiple de más de 13.4 millones de documentos bajo el nombre de publicó “Paradise Papers” provenientes de Appleby y Asiaciti, dos grandes estudios jurídicos que se dedicaban a ofrecer servicios “offshore”.
Así como en abril de 2016 con los papeles de Panamá se destapó todo un entramado de sociedades opacas creadas desde el despacho panameño Mossak Fonseca, en este caso, la publicación de Paradise Papers revela cómo las grandes fortunas y multinacionales realizan una perfilada planificación financiera con la intención de reducir o eludir sus impuestos, con la ayuda de abogados influyentes y en complicidad de autoridades de 19 jurisdicciones que mantienen en secreto sus actividades.
Celebridades, altas personalidades y grandes empresas están implicadas con este entramado de sociedades offshore que realizaban su actividad fuera del alcance y de forma opaca a la fiscalidad de donde radicaban sus dueños.
En artículos anteriores ya tratamos no sólo la muestra de insolidaridad manifiesta que entraña esta elusión del pago de impuestos mediante el uso de paraísos fiscales sino que además, tal como denuncia un estudio publicado por el Banco Mundial, “en la gran mayoría de casos de corrupción, financiación del terrorismo, lavado de dinero y fraude, los vehículos corporativos (ya sean compañías, fideicomisos o cualquier otro tipo de estructura) se utilizan para esconder la identidad de las personas involucradas en la corrupción”.
Gabriel Zucman estima que las multinacionales desvían a paraísos fiscales aproximadamente unos 600.000 millones de euros al año, escondiendo alrededor de un 10% de la riqueza de todo el mundo. La merma de recursos públicos que entraña esta derivación implica un coste sobre todo el sistema, sobre todos los que sí seguimos las reglas, elevando los impuestos y recortando el gasto público.
No obstante, hoy querría centrarme en un aspecto muy diferente. El hecho de que se les denomine paraíso a los lugares donde poder esconder esta práctica insolidaria no deja de ser sorprendente y una trampa del propio lenguaje.
Cuando hacemos mención del paraíso, originariamente se identificaría con el Edén, con la plenitud disfrutada descrita en e Génesis. El paraíso se correspondería con un estado o espacio donde la armonía y la transparencia nos hace consustanciales con la naturaleza divina, en consecuencia no se precisa trabajar para la subsistencia.
Por otra parte, la expulsión del Eden, del paraíso, acaece por cuanto el hombre desea recrear y controlar su propio paraíso, donde no tener que rendir cuentas a nadie, aunque eso rompa la armonía y la transparencia. Ese paraíso particular, a la medida de uno sólo tiene un nombre muy diferente, es lo que denominamos chiringuito.
El relato de la creación indicaría que tras el deseo de controlar el propio paraíso y hacerlo a imagen y semejanza de sus propias limitaciones el hombre pasa a vivir en un chiringuito donde la ruptura conlleva trabajar y rendir para sobrevivir y que las relaciones entre seres humanos sean de dominación e incluso abuso.
Si analizamos las consecuencias de lo que destapa los Paradise Papers tendremos que convenir que el término paraíso, por muy fiscal que sea, está mal empleado y sólo busca dar una pincelada de bondad a una actividad que nada tiene que ver con la bondad y plenitud.
Chiringuito fiscal es más apropiado. Esconder el patrimonio de forma premeditada y planificada en estos chiringuitos fiscales para evitar pagar impuestos es más propio de la falta de armonía y transparencia y con consecuencias en todos los demás más relacionadas con la expulsión del Edén que con permanecer en el paraíso.
Por otra parte, quienes usan estas formulas de ocultación, acumulan tal cantidad de recursos que destinan una parte nada desdeñable a la contratación de especialistas que conozcan las triquiñuelas para realizar estas ocultaciones. Así pues, contratando su servicio exoneran su conciencia sobre la irresponsabilidad de esta práctica. El mercado de esta asesoría se convierte en el agua de Poncio Pilato donde lavar las manos y desmemoriar la conciencia.
No obstante, interponer técnicos para la evasión fiscal en estos, ya habituales, chiringuitos no debería considerarse como forma de exculpación. Si así fuera, la contratación de un sicario exoneraría al contratante del asesinato. Y claramente esto no debería ser así. De igual manera, las celebridades, multinacionales y altas personalidades no pueden eximirse de la responsabilidad de sus actos simplemente porque hayan pagado una serie de servicios. Al fin y al cabo, la decisión siempre es personal.
Claramente esta forma de ocultar, de ser poco transparente, egoísta, que rompe la armonía y la igualdad entre seres humanos se encuentra más relacionada con lo que denominamos chiringuito que con lo que entendemos en lo profundo como paraíso.