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Una sexualidad plena se logra con amor, inteligencia, voluntad y afecto

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Luz Ivonne Ream - publicado el 18/10/17
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En una auténtica intimidad conyugal sentimos la seguridad de mostrarnos tal y como somos porque sabemos que entre nosotros existe amor incondicional.

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Sabemos que sexualidad y genitalidad no son lo mismo. Supondría reducir a esta a un plano animal y solo utilizar los genitales para tener sensaciones.

La sexualidad va mucho más allá de la sensaciones pues, para que la vivamos en plenitud y nos conduzca a la felicidad, debemos involucrar el amor, la inteligencia, la voluntad y los afectos.

Para que la unión sexual sea plena debe cumplir con su doble finalidad: unitiva y procreativa. Este acto, donde nos hacemos uno en cuerpo y nuestros espíritus se fusionan, nos debe servir para unirnos más en el amor, para crecer en él como esposos, amantes, amigos, compañeros de vida y también para disfrutar del fruto (que no el fin último) de esa entrega: el placer.

Si no estamos alcanzando este fin unitivo, si al tener relaciones íntimas eso no me une más ti, quiere decir que hay algo que deba atender. Quizá conviene reflexionar sobre nuestro concepto de la sexualidad. Puedes leer “¿Cuál es tu visión de la sexualidad?

Para aclararlos un poco. No se trata solo de “vamos a ponernos y acaba pronto”, como dicen muchas mujeres, o de no participar en esa entrega, sino de que ambos disfrutemos como un regalo de amor que somos el uno para el otro.

Nuestro cuerpo es vehículo de expresión del alma y de lo que esta está llena. Es decir, con todo nuestro cuerpo le manifestamos nuestros sentimientos a una persona, lo que significa para nosotros, lo que la amamos.

Nuestro cuerpo habla. Si nos encontramos con alguien a quien queremos mucho no nos quedamos parados y solo le verbalizaremos un “te amo”. Por el contrario, corremos a abrazarla, a tocarla, a hacerle sentir con palabras y caricias lo que sentimos por ella, lo que significa para nosotros.

Al papá, nos colgamos de su cuello, le besamos la mano, la frente… A la mamá, la llenamos de besos y no le soltamos la mano. Al hijo, le arrancamos los cachetes y no queremos despegar nuestras manos de su cara. A la amiga, la besamos en la mejilla. Al amigo triste le cubrimos con nuestros brazos para hacerle sentir nuestra empatía, apoyo y le palmeamos la espalda para consolarlo.

Pero, por muchas caricias respetuosas que nos intercambiemos, al único ser de esta vida que le daremos absolutamente todo nuestro cuerpo por amor como la expresión de la entrega de todo nuestro ser es al amor de nuestra vida.

Es decir, nuestros cuerpos son un regalo compartido. Con nuestro ser  -mente, cuerpo y espíritu- manifestamos cuánto nos amamos y sin necesidad de palabras renovamos nuestros votos matrimoniales. Hacemos nuevas las intenciones de entregarnos y aceptarnos con la libertad, la totalidad y la fidelidad con la que nos prometimos el primer día.

En esa entrega maravillosa nos perdemos los dos para hacernos uno. Este es uno de los milagros de la sexualidad, unirnos de tal forma hasta volvernos uno solo, espiritualmente hablando.

El pudor de dos también se vuelve uno, tanto que no nos da vergüenza mostrarnos desnudos uno frente al otro porque entre nosotros no hay morbo ni lujuria, sino amor. Eso no quiere decir que no haya pudor, sino que sentimos seguridad de mostrarnos tal y como somos  porque sabemos que entre nosotros existe amor incondicional.

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G-stockstudio – Shutterstock

De toda la creación somos los únicos seres diseñados para comunicar amor con nuestros cuerpos, los animales no tienen esa capacidad. De hecho, las relaciones sexuales entre animales es una relación fugaz, rápida y normalmente se da en los períodos fértiles de la hembra. A ellos les conecta una espalada con un frente.

En cambio, las personas estamos diseñadas para que esa relación pueda llevar un tiempo y nos conectamos de la manera natural fisiológica, cara a cara.

Podemos tener relaciones íntimas tanto en período fértil como estéril -la mujer-. Eso quiere decir que la sexualidad humana no solo está trazada para estar abiertos a la vida y a la procreación, sino para que sirva como alimento del amor de los esposos.

Para mejorar nuestra vida íntima hay que educarnos en el respecto y hacer los cambios pertinentes con el fin de vivir una sexualidad plena.

Por lo pronto, te sugiero estos dos:

Conoce el proceso fisiológico del otro

Te lo pongo con un ejemplo. El proceso de calentamiento de una plancha es lento, toma tiempo, paciencia y tarda en enfriarse. Por el contrario, un foco se prende y se apaga con el apretar de un botón. Algo parecido sucede entre mujeres -la plancha- y hombre -el foco-.

La mujer no responderá de manera inmediata al llamado de su cónyuge sencillamente porque fisiológicamente no funciona así. Ella necesita el preludio, el abrazo, la ternura, la caricia, el juego, tiempo para mentalizarse y ponerse en el aquí y ahora y dejar preocupaciones de hijos y demás fuera de la alcoba. A la mujer se le enamora por el oído, necesita la conquista y escuchar palabras dulces de amor y afirmación. Se tarda para llegar al punto, pero cuando lo hace vive esa intimidad con una gran pasión y entrega absoluta. Cuando termina ese momento de intimidad, le gusta que la abracen y le sigan diciendo palabras de mor porque eso la hace sentir amada, que no fue usada y que para su esposo ella es lo más importante.

Esposos, preparen a sus mujeres desde que amanece. Conquístenla durante el día con palabras dulces de amor, admiración y gratitud. Con una llamada, con mensajes picarescos como “muero por hacerte mía”. Enamórenlas con el oído. No esperen que ellas estén dispuestas para ustedes si no ha habido este preludio de conquista o si solo le han dicho cosas negativas. Si una mujer no se siente amada, admirada y deseada difícilmente se donará porque lo que se sentirá es usada y rechazada y una mujer que se siente así jamás funcionará.

Por el otro lado, el proceso fisiológico del hombre responde de manera inmediata porque tienen esa sensibilidad a flor de piel. Se enciende rápido. Un estímulo visual basta para prenderse. Pero, así como se prende de rápido, se apaga. Para él ese acto es revitalizante y una “necesidad emocional”, no fisiológica ni de vida o muerte.

Es importante que las esposas entendamos esto y que hagamos todo lo que esté de nuestra parte para, de una manera generosa, siempre estar dispuesta a esa entrega que es la manifestación de nuestro amor hacia ellos. Eso no quiere decir que por amor y generosidad muchas veces haremos a un lado nuestro cansancio o el “no tener ganas” para hacerles sentir que más importante que nuestro mal día, nuestro agotamiento y todo eso que traemos a cuestas es nuestro amor por ellos. El hombre que siente que su mujer está dispuesta para él, se siente amado, admirado, valorado, comprendido, deseado es un hombre que funcionará mejor.

El hombre es visual. Es decir, se le conquista por la vista por lo que vale la pena siempre estar limpias, arregladas para que cuando nos vea se derrita.

Busca la felicidad del otro

Luego muchas parejas no disfrutan de su vida íntima porque se obsesionan buscando el placer, y lo peor que no del otro, sino el propio. Hay que pensar uno en el otro de manera generoso y no egoísta. Cuando vamos a la intimidad pensando así se experimenta un placer maravilloso.

La sexualidad humana en íì misma tiene un diseño precioso y hay que vivirla de una forma humana -no animalesca- y que corresponda a nuestro nivel de persona, de una forma digna siempre recordando que nuestro cuerpo es vehículo que transmite amor y no un cumplidor de caprichos sensibles que solo busca el placer. De hecho, el psiquiatra Víctor Frankl dijo lo siguiente al respecto: “Los psiquiatras podemos observar constantemente que cuando la sexualidad no es expresión de amor y pasa a ser un medio para la obtención de placer, este mismo placer fracasa. Cuanto más se busca el placer, más se escapa”.

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