Una película amable, entretenida, recomendable incluso para aquellos que, tal vez sin creer en la existencia de Dios, le están necesitandoEl próximo 6 de octubre llegará a las salas de cine españolas, de la mano de las laureadas distribuidoras de cine eOne Films Spain y European Dreams Factory, La cabaña, drama esperanzador sobre la condición humana, que supone la segunda incursión en la dirección de cine del joven guionista británico de 46 años, Stuart Hazeldine, que ejerció como productor de las lúcidas historias La vida de Pi (2012) y la oscarizada Un sueño posible (2009). En esta ocasión adapta a la gran pantalla el bestseller del escritor canadiense de 62 años, William Paul Young.
https://www.youtube.com/watch?v=9ZysO_opn_Y&w=
El filme sigue los pasos de Mackenzie Phillips. Con 13 años experimenta el maltrato físico y emocional por parte de su padre. Siendo ya un adulto debe afrontar la desaparición de su pequeña hija Missy, que se la ha llevado por delante un asesino en serie. Este hecho le trastorna completamente y, por ende, a su familia.
Tras recibir una extraña carta en el buzón de su casa, y con muchas dudas a cuestas, decide regresar a la cabaña donde su hija fue asesinada, con idea de hacer justicia a su verdugo. Sin embargo, en esa cabaña se encontrará con alguien que cambiará su modo de ver el mundo de modo definitivo.
Resulta muy llamativo que en los tiempos que corren se prodiguen películas como La cabaña, aire fresco para la cartelera española, donde a menudo se ningunea todo lo que tenga referencias cristianas, es decir, a la Fe y a Dios. Y lo que es peor, que además existen espectadores que se molestan e indignan por estos motivos, sin antes detenerse a mirar con otros ojos todo el caudal de amor que desprende la película, al margen de las creencias.
Para ser juiciosos con La cabaña no hay que quedarse en la superficie: en ella Dios lo encarna una mujer, igual que el personaje de el Espíritu Santo o La sabiduría. ¿Y qué? Jesús sí lo encarna un hombre. Pero si nos quedamos, como decía, sólo en eso, en el prejuicio, nos lo estamos perdiendo todo.
La película plantea, con inteligencia y sensibilidad, uno de los temas más frecuentes con los que nos enfrentamos de tanto en tanto, al dolor y a la pérdida, y no entendemos por qué nos sucede, al tiempo que nos interrogamos, o cuando no exigimos una respuesta firme: ¿Por qué a mí?, ¿por qué ahora?, ¿por qué en este momento?
Desde ese punto de vista la película responde con nitidez a cada una de las respuestas, y a su vez hace una propuesta general en sentido contrario, a saber. ¿Si yo no soy capaz de resolverlo -dice un personaje- por qué no te pones en mi lugar? Entonces el paisaje cambia por completo.
En algunos momentos la película es dura, pero sabe acompañarse de ternura y buen humor para hacer más llevaderas las acciones más importantes de nuestro protagonista. Es más, esa dureza a la que me refiero puede ayudar a muchos a encontrar una salida real al dolor y a la depresión que ha motivado ese dolor. ¿No es eso bueno? ¿No es un ejemplo a seguir recoger nuestros pesares y de ellos extraer lo mejor para nuestras vidas? ¿Y si eso nos hace aún más felices?
Este tipo de cine es muy necesario, como indicaba antes, en estos momentos de crisis espirituales, de frivolidad a raudales y de un culto generalizado al ‘dolce far niente’. Y lo que propone La cabaña está en las antípodas de estas proposiciones y opta por plantear el asunto con sencillez, a partir de una luminosa puesta en escena naturalista -no en vano el poderoso diseño estético del filme contribuye de manera decisiva en el desarrollo de la película, entre otras cosas gracias el deslumbrante diseño de fotografía-, una estructura con tramas y subtramas suficientemente ensambladas, un guión redondo, que va al grano y unos diálogos verosímiles que subraya el carácter sobrenatural de la historia. Pero aunque no fuera así, el resultado del filme es el mismo. ¿O es que dar y recibir amor es sólo patrimonio de los creyentes?
A la humanidad le falta mucho de eso y a mí me parece muy sabio haber podido integrarlo en el cine, porque así La cabaña se convierte en un bálsamo para sanar a nuestras almas, a menudo rotas a jirones. La cinta, por tanto, goza de una universalidad absoluta en todos los temas que destapa (ira, rencor, perdón, reconciliación, familia, soledad, amor) y su moraleja se va construyendo a medida que avanza el filme, que ni es panfletario ni dogmático.
En cuanto al apartado actoral, el actor inglés Sam Worthington, de nacionalidad australiana (Mack Phillips) resulta muy creíble. Durante toda la película transmite con convicción con cada gesto su estado de ánimo. En el caso de la oscarizada Octavia Spencer (Criadas y señoras, 2012) (Papa) tiene un papel muy difícil con muchos contrastes y consigue que con la primera frase nos olvidemos de que es una mujer negra y voluminosa… El resto del elenco cumple con creces sus roles.
Queda, pues, una película amable, entretenida, recomendable incluso para aquellos que, tal vez sin creer en la existencia de Dios, le están necesitando. O dicho de otro modo: La cabaña es un impecable trabajo para revisar nuestra actitud, nuestro compromiso y finalidad en la vida, que a fin de cuentas es lo único que tenemos. Así que puestos a hacer algo con ella, hagámoslo bien desde el principio.
Por José Luis Panero
@PALOMITERO
Ficha Técnica
Título original: The Shack
País: Estados Unidos
Director: Stuart Hazeldine
Guión: John Fusco, Andrew Lanham, Destin Daniel Cretton, a partir de la novela de William Paul Young
Música: Aaron Zigman
Género: Drama religioso y familiar
Duración: 132 minutos
Reparto: Sam Worthington, Octavia Spencer, Tim McGraw, Radha Mitchell, Graham Greene, Megan Charpentier, Ryan Robbins, Gage Munroe, Jordyn Ashley Olson, Alice Braga, Sumire Matsubara, Avraham Aviv Alush, Lane Edwards, Carolyn Adair