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La regla Montessori que cambió mi forma de educar

Child and Son Laughing
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Calah Alexander - publicado el 02/10/17
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Mis hijos no son animales a los que entrenar, sino seres humanos que necesitan ser guiados y amados.Cuando mi segunda hija, Charlotte, tenía cuatro años, aprovechamos el programa gratuito de preescolar de Florida y la inscribimos en la única escuela preescolar de la ciudad, un diminuto colegio Montessori.

Este fue nuestro primer contacto con Montessori y no me importa admitir que en un principio pensé que eran un poco raritos. Organizaban una serie de noches de educación para padres a lo largo del año para enseñarnos el método Montessori y las formas de incorporarlo a nuestro propio hogar. De las primeras reuniones salí un tanto desconcertada, escéptica y no poco divertida.

Sin embargo, con el paso del tiempo, empecé a notar una diferencia en Charlotte. Mi hija empezó a pasar periodos más largos dibujando o jugando sin pedir ayuda o aprobación. Empezó a asumir la iniciativa de recoger sus juguetes y su ropa y se concentraba totalmente en la misa de los domingos. El cambio era sutil, pero lo bastante persistente como para convencerme de que debía prestar un poco más de atención a aquellas noches de educación parental.

Empecé a darme cuenta de que Montessori tiene una perspectiva radicalmente diferente en la educación de los niños. Donde se ve con claridad es en el uso del lenguaje. Este artículo de Motherly destaca 7 frases esenciales que usan los profesores de Montessori, y explica cómo esas frases son un portal para entender la filosofía de Montessori.

Centrarse en el proceso antes que en el producto es un principio clave de Montessori. Evitamos decir a los niños “buen trabajo” o “tu trabajo ha resultado precioso”. En vez de eso comentamos que es estupendo que hayan logrado estar concentrados y que hayan puesto tanto interés, por ejemplo, en el cuidado puesto a  la hora de  escribir por lo que el trabajo es fácilmente legible.

Elogiar el trabajo duro de tu hijo, en vez de sus resultados, ayuda a inculcar una mentalidad de crecimiento con la que cree que puede mejorar a través de su propio esfuerzo.

La idea de que “el proceso está por encima de producto” es central para entender la manera en que los profesores y profesoras del método Montessori se relacionan con los niños, y no solo se limita al trabajo que hacen sino que se tiene en cuenta su comportamiento, sus preguntas, sus problemas…

Todo gira en torno a apoyar a los niños para que aprendan a trabajar, a comportarse, a solucionar problemas y a desarrollar su independencia.

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Shutterstock

Por petición de Charlotte, cambié algunas cosas de sitio para ponerlas en un armario más bajo y que así ella pudiera ayudar a poner la mesa. Aprendí a morderme la lengua cuando se pasaba largos ratos intentando barrer o aspirar, sabiendo que intentaba resolver cómo hacer una tarea en vez de ser cabezota y recalcitrante. Dejé de alabar los frutos de su trabajo y empecé a alabar el esfuerzo que ponía al hacerlo. Y lo que es más importante, dejé de confundir su comportamiento y su identidad.

De hecho, dejé de decir cosas como “no seas mala” o “hoy has sido buena”, y empecé a decir “eso ha sido desagradable” o “eso ha sido amable”. Empecé a abordar el conflicto y el mal comportamiento de manera que, primero, reconociera la bondad inherente de mis hijos antes que identificar lo malo de sus acciones, y la diferencia fue sorprendente.

Dejaron de llorar y hacer pucheros cuando les corregía y empezaron a mostrar auténtico arrepentimiento. Su comportamiento empezó a mejorar, poco a poco. Pero el cambio realmente sorprendente no estaba en ellos, sino en mí.

Empecé a ser una madre que educaba en vez de simplemente una criadora. Dejé de molestarme con mis hijos por todo y empecé a dedicar tiempo a observarles para poder comprender las cosas que hacían y por qué las hacían. Me di cuenta que, la mayor parte del tiempo, no eran traviesos o malvados. Simplemente intentaban aprender a hacer cosas, desde servir el agua en un vaso a abrirse camino en las interacciones sociales. Los líos que causaban eran resultado de sus habilidades motoras todavía en desarrollo y necesitaban práctica para poder aprender y mejorar. Sus discusiones a menudo eran motivadas por un primario sentido de la justicia que necesitaba formación, no represión.

Mis hijos ya no van a escuelas Montessori, pero siempre estaré agradecida por las lecciones que aprendí de su corto periodo allí. El simple concepto de “el proceso por encima de producto” revolucionó tanto la forma en que educo como la identidad de madre o padre, mostrándome que mis hijos no son animales que necesiten ser entrenados, sino seres humanos a quienes guiar y amar.

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