En Venezuela, proliferan las visitas a brujos, chamanes y curanderos
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Todo el que se vende como capaz de curar por la vía mágica es llamado “brujo” en Venezuela. No es necesariamente algo despectivo, sino que refiere a una persona a la que se atribuyen poderes sobrenaturales. Usualmente se ayuda con cierto ingredientes que aporta la naturaleza como yerbas, fetiches e imágenes. Toda esta actividad se realiza preferentemente, aparte de Venezuela, en Cuba, Brasil y países caribeños que recibieron a mucha población procedente de África, la cual llegaba con sus creencias, símbolos y deidades, mezcla de religión y sincretismo. La mitología y la religión yoruba, al este del continente africano, están en el origen de este fenómeno.
Venezuela es un país en el que 9 de cada 10 habitantes se considera católico pero donde, poco a poco, estos sistemas de culto, que combinan distintas creencias y prácticas, van ganando adeptos, especialmente el espiritismo y la santería. En Venezuela se combinó lo yoruba con rasgos del catolicismo y prácticas indígenas.
Los elementos del espiritismo se insertan en la santería, y se siembran en la llamada religiosidad popular, rechazada por la cultura institucionalizada. Pero la libertad de religión y de culto está garantizada por el Estado, según establece el artículo 59 de la Constitución venezolana. Ocurrió que, desde el gobierno de Hugo Chávez, enfrentado a la Iglesia católica, Venezuela se abrazó la diversidad religiosa. Pero la Iglesia, que sabe de la posibilidad de que inescrupulosos engañen incautos, siempre ha alertado contra estos cultos cuyo incremento reconoce.
La manipulación de lo mágico es uno de los peligros, pues introducen la confusión y la persona cree –por ejemplo- que puede ser católico y santero a la vez. El desconocimiento de la revelación cristiana explica el que cierta gente no vea conflicto en ser ambas cosas.
Pero otro de los riesgos, el que nos ocupa, es el que representan las “malas praxis” que puede sufrir la persona que confía su salud a un chamán o un bilongo. No obstante, la gente opta por los brujos al no disponer de medios para atender debidamente su salud. La falta de alternativas, la escasez de medicamentos, el éxodo de médicos y el deplorable estado de los hospitales conducen a la gente a tomar las veredas que llevan, ante una urgencia, a confiar su tratamiento a estos personajes de vara mágica.
Los hay que fuman tabaco, recomiendan “baños”, dan a beber preparados y azotan suavemente el cuerpo del “cliente” con ramas previamente sumergidas en misteriosos líquidos.
“Es la medicina del pobre”, dice con cierta resignación uno de los enfermos que espera por tratamiento ante una casucha rural. Nunca saben qué toman, con qué se frotan o qué es lo que rezan los brujos pero tienen fe en que la cosa funcionará. Puede que resulte exitoso el procedimiento pero existe igualmente la posibilidad de que retrase la cura, la aleje para siempre y hasta acabe con la vida del paciente.
La gente va buscando resolver varias cosas con un brujo, desde problemas económicos, pasando por conflictos de pareja o líos de infidelidad matrimonial, hasta la demanda de predecir el futuro. Se dice que el santero o el espiritista tiene contactos con el más allá y poco se ocupa la gente en determinar si solicitan la ayuda de Dios o invocan espíritus malignos. Como resultado, los exorcistas ven repletas sus agendas con solicitudes de atención.