Estas “normas” no tienen el espíritu de ser opresivas, sino que están diseñadas para indicar cuál es el “mínimo indispensable” de una vida de fe
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A menudo hay adolescentes (o incluso adultos) que preguntan, “pero ¿qué es lo que tengo que hacer?”. La persona que hace este tipo de pregunta busca el mínimo absoluto que se requiere para cumplir con una tarea específica.
La Iglesia católica también ha escuchado esa pregunta con el paso de los años y ha suministrado una respuesta en lo que se denominan los mandamientos de la Iglesia. El Catecismo de la Iglesia Católica explica:
“Los mandamientos de la Iglesia se sitúan en la línea de una vida moral referida a la vida litúrgica y que se alimenta de ella. El carácter obligatorio de estas leyes positivas promulgadas por la autoridad eclesiástica tiene por fin garantizar a los fieles el mínimo indispensable en el espíritu de oración y en el esfuerzo moral, en el crecimiento del amor de Dios y del prójimo” (CIC 2041).
Estos preceptos son los requisitos básicos para crecer en la vida espiritual. Son lo suficiente para guiar a una persona más cerca de Dios y al objetivo último del paraíso.
Aunque se nos anima a trabajar más del mínimo, a veces tenemos que empezar por algún sitio y este es exactamente el comienzo debido.
Si queremos plantearnos un reto y ser héroes en nuestra vida diaria, todo lo que tenemos que hacer es buscar inspiración en los santos, ya que ellos fueron expertos en superar con creces los requisitos mínimos.
De forma similar a los Diez Mandamientos, estas “normas” no tienen el espíritu de ser opresivas, sino que están diseñadas para ser indicadores a lo largo del camino, guiando a un alma en la buena dirección.
El primer mandamiento (“oír misa entera los domingos y demás fiestas de precepto y no realizar trabajos serviles”) exige a los fieles que santifiquen el día en el cual se conmemora la Resurrección del Señor.
El segundo mandamiento (“confesar los pecados mortales al menos una vez al año”) asegura la preparación a la Eucaristía mediante la recepción del sacramento de la Reconciliación, que continúa la obra de conversión y de perdón del Bautismo.
El tercer mandamiento (“recibir el sacramento de la Eucaristía al menos por Pascua”) garantiza un mínimo en la recepción del Cuerpo y la Sangre del Señor en conexión con el tiempo de Pascua, origen y centro de la liturgia cristiana.
El cuarto mandamiento (“abstenerse de comer carne y ayunar en los días establecidos por la Iglesia”) asegura los tiempos de ascesis y de penitencia que nos preparan para las fiestas litúrgicas y para adquirir el dominio sobre nuestros instintos, y la libertad del corazón.
El quinto mandamiento (“ayudar a la Iglesia en sus necesidades”) enuncia que los fieles están obligados de ayudar, cada uno según su posibilidad, a las necesidades materiales de la Iglesia.
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