En países desarrollados, la desnutrición y la malnutrición infantil son una realidad. Los niños son las víctimas, pero también forman parte de la solución
Los niños son un sector altamente dañado por la crisis económica que ha afectado a los países desarrollados en los últimos diez años (concretamente desde la crisis financiera que estalló en Estados Unidos en 2007 y la posterior crisis de deuda en Europa en 2010). No se puede hablar de hambre en sentido absoluto ni como se haría en el caso de los países del tercer Mundo, pero sí es palpable la malnutrición que los expertos detectan en la infancia.
Recibir la alimentación adecuada es un derecho fundamental reconocido internacionalmente, comenzando por el artículo 25 de la Declaración de Derechos Humanos. Los Estados deben garantizar la disponibilidad de alimentos suficientes para que los individuos se nutran adecuadamente. En el caso de los niños, se debe garantizar los ingresos mínimos a los adultos que les cuidan para hacer posible que esta alimentación sea correcta. Sin embargo, esta tónica se ha roto en el último decenio. Los ingresos familiares repercuten en el presupuesto destinado a la cesta de la compra y, como resultado de ello, los niños no siempre reciben la ingesta necesaria para su crecimiento.
Puede darse el caso, y de hecho se da, de una desnutrición (cuando en la alimentación hay falta de nutrientes) o malnutrición (cuando la alimentación que recibe el menor es inadecuada por defecto o por exceso).
Unicef publicó un dato alarmante: entre 2007 y 2013 el paro entre adultos con menores a su cargo creció en un 190%. Esto afecta directamente a los niños. Según otros datos públicos, en algunos países desarrollados como España, el porcentaje de niños afectados por la crisis económica en su alimentación oscilan entre el 1 y el 1,7 por ciento de la población. Son miles y miles de niños que van a la escuela sin haber desayunado en su casa previamente. O que la única comida que hacen al día es la que les dan en la escuela. Más de un millón de niños viven allí por debajo del umbral de la pobreza.
En un informe publicado por los laboratorios Ordesa en 2015, se instaba a los gobiernos a reorientar sus políticas para favorecer la vida familiar. Al mismo tiempo, se emplazaba a aprender de la crisis económica. En este punto, el vídeo señala algo que sin duda ha sido un aspecto importante a la hora de superar esta grave situación internacional: la solidaridad y la generosidad de muchas personas que han unidos sus “pocos” para llegar a un “mucho”.
En los últimos años hemos visto iniciativas de vecinos de barrios que preparan comida para que los que no alcanzan puedan recogerla en un bar o en una tienda donde se les conoce y así de forma muy discreta vayan combatiendo la pobreza y a diario dispongan de un plato caliente que llevar a la boca.
En los colegios, muchos maestros y padres han adoptado fórmulas para hacer más llevadero el revés económico de la clase media. En cierto colegio barcelonés, por ejemplo, se decidió que no se cobraría la mensualidad de las alumnas si sus padres se quedaban en el paro y no podían seguir costeando los estudios. Efectivamente, la medida tuvo que aplicarse y ha sido un descanso para las familias más castigadas.
Hablamos de una pobreza que humilla y avergüenza porque deja en mala posición a muchos que nunca en su vida habían imaginado que atravesarían esa situación. Pero de las peores situaciones salen ideas que son auténticas lecciones de humanidad. Los niños también pueden aportar su granito de arena cuando se dan cuenta de que algún compañero sufre la carestía. El del vídeo, sin ir más lejos, es un ejemplo gráfico. Comparten el bocadillo, las galletas… Esa lección es sin duda tan importante como la de Química o Matemáticas.