En cierta medida, sin cambiar la función ni los papeles, siempre le será posible a nuestro cónyuge ser nuestro gran amigo Ser amigo es crear lazos. La amistad es una fuente que no retiene el agua para sí, sino que la comparte espontáneamente. Es el descubrimiento de los corazones. Nosotros no nacemos para vivir solos. Dios quiso que el hombre fuera un ser social; entonces, debería convivir con personas, crear lazos, ofrecer espontáneamente el agua de la amistad que jamás debería ser detenida. Esa circunstancia se vuelve una necesidad en la relación a dos, en especial en la preservación del matrimonio.
Fortalecer los lazos de amistad debería ser uno de los principales compromisos para quien está enamorado. Es en la relación a dos que los pares aprenden a construir una relación de confianza, a guardar secretos el uno del otro, a estar disponible para el otro, a exhortarlo a, si es necesario, ejercitar habilidades necesarias para sentirse y ser amigo. Siendo así, es mucho más fácil llegar al noviazgo y al matrimonio acompañado de un amigo.
El cónyuge como mejor amigo
Cuando la relación a dos alcanza la dimensión de amistad, de ser uno para el otro, el hombro amigo ya está dentro de casa, no fuera. Los compañeros, incluso en la fase del noviazgo, no necesitan buscar mucho en otros amigos a alguien que los escuche, aconseje y oriente.
Es importante llegar al altar con alguien que compartirá gastos, respetará compromisos, enfrentará lluvia y sol, con ligereza, apoyados en la amistad uno del otro. La Palabra de Dios nos dice: “Quien encuentra a un amigo, tiene un tesoro”. Imagina ese tesoro dentro del propio matrimonio. “Un amigo fiel es un refugio seguro: el que lo encuentra ha encontrado un tesoro. Un amigo fiel no tiene precio, no hay manera de estimar su valor” (Eclo 6,14-15). El lazo existente entre el marido y la mujer necesita fortalecerse. Si no, será como una hoja en el desierto, que el viento dispersa.
La relación no está basada en la sexualidad
La sexualidad no es suficiente para estimular el matrimonio a producir el diálogo, a dejar tu corazón ansioso por llegar a casa, porque sabe que ahí tienes a alguien en quien confías y es tu amigo. Por lo tanto, así como el Día de San Valentín, debería ser todo los días en el matrimonio, el Día del Amigo también.
“Amistad”, en latín, es amicitia, y “amigo” amicus. Derivan de amo, “amar”, una relación entre dos personas. Nuestro cónyuge puede ser, así, nuestro amigo; no obstante, se trata de un asunto delicado.
Hay matrimonios que se alejan de su propósito y se vuelven puramente una relación de amigos o vecinos cuando se encuentran en el elevador o en la iglesia. No es bien sobre eso que estamos reflexionando; nos referimos a la relación a dos y, en ella, los esposos permanecen amigos. Sería muy necesario que todas las parejas aprendieran que “el verdadero amigo es aquel que llega cuando el resto del mundo se ha ido”.
¿Qué más se necesita en nuestra relación?
Nosotros cónyuges podemos ser amigos el uno del otro. Suelo decirle a mi esposo: “Escúchame, pues sólo tú puedes decirme lo que no tengo valor de oír de otros y viceversa”. En cierta medida, sin cambiar la función ni los papeles, siempre le será posible a nuestro cónyuge ser nuestro gran amigo.
Respeto la privacidad del otro, la lealtad de él, su verdad, la complicidad y disponibilidad. Respeto su amor, su placer y su ocio, su reconocimiento, elogio, su motivación, fe y oración.
Tener la certeza de que todas esas habilidades bien ejercidas en el noviazgo y el matrimonio producirán una buena amistad entre los compañeros. Para eso, guarda un tiempo para cuidar esa área de tu matrimonio.
Por Judinara Braz, a través de Canção Nova