Entrevista al sociólogo Massimo Introvigne, fundador del Centro de Estudios sobre las Nuevas Religiones El gobernador de Kansas, Sam Brownback, debería convertirse en el próximo embajador de los Estados Unidos para la libertad religiosa en el mundo, si el Senado aprueba la propuesta del presidente Donald Trump.
¿Cuáles son los desafíos que le esperan? Aleteia ha querido comentarlos con el sociólogo Massimo Introvigne, fundador y director del Centro de Estudios sobre las Nuevas Religiones (CESNUR), quien ha sido representante para la lucha contra el racismo, la xenofobia y la discriminación de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), con el encargo particular de dar seguimiento a la discriminación contra los cristianos y miembros de otras religiones.
—A nivel internacional, ¿cuáles son, según usted, las amenazas más graves para la libertad religiosa en las que debería concentrarse el futuro representante estadounidense para estas cuestiones?
Sería obvio responder Corea del Norte, los territorios todavía controlados por el Estado Islámico (ISIS), y los países islámicos que castigan la apostasía con la pena de muerte. Ahora bien, será difícil que el representante estadounidense logre resultados concretos en estos temas. Como máximo podrá mantener viva la conciencia internacional sobre ellos.
Por el contrario, creo que Brownback puede lograr algo de Rusia y China, que son hoy los dos obstáculos mayores para una política global y compartida de la libertad religiosa, aunque incluso dentro de la Administración Trump encontrará problemas.
—El reciente informe anual de la Comisión para la Libertad Religiosa del Departamento de Estado Estadounidense (USCIRF) no sólo critica a los enemigos de los Estados Unidos en el ajedrez internacional, sino también a aliados como Arabia Saudita y Turquía. ¿Cómo debería comportarse Estados Unidos con estos países “amigos”? ¿Es coherente venderles armas, aliarse militarmente con ellos y al mismo tiempo asistir a la violación de los derechos religiosos básicos?
La verdad es que en el ajedrez de Oriente Medio hay muy pocos “buenos”. Pero ciertamente es justo condicionar las ayudas militares al respeto no sólo formal de la libertad religiosa.
—¿Considera usted que la “prohibición de viajes” introducida por Trump, que niega la entrada a ciudadanos de seis países de mayoría islámica por considerar que constituyen un riesgo terrorista, constituye un problema para la libertad religiosa?
Considero que la “prohibición de viajes” es un error, pues según las estadísticas, los terroristas no vienen de estos países. Si tenemos en cuenta los atentados de los últimos años en Occidente, hay muchos sauditas y ciudadanos de otros países del Golfo, así como argelinos y marroquíes, incluso franceses, belgas e ingleses, pero no hay ningún iraní. La “prohibición de viajes” ha provocado una justificada irritación entre los musulmanes y hace más difícil el diálogo sobre la libertad religiosa.
—El informe del Departamento de Estado de América del Norte critica también a China y Rusia por violaciones a la libertad religiosa. ¿Estados Unidos cuenta con elementos para exigir el respeto de la libertad de los creyentes en esos países?
Como antes decía, estos son los principales problemas para Brownback. Pero son diferentes entre sí.
China limita la libertad religiosa para proteger al Estado y la hegemonía del Partido Comunista, no lo hace contra una religión en particular. Por su parte, Rusia, quiere proteger a la Iglesia Ortodoxa del proselitismo que procede de expresiones religiosas más dinámicas, muchas de ellas de origen estadounidense.
China tiene una política, que como bien sabe la Santa Sede, es capaz de acabar con los nervios de cualquiera: una política de “stop and go”, concesiones seguidas de retrocesos. Yo aquí haría la distinción entre dos problemas. El primero afecta a los católicos y protestantes, que no quieren formar parte de las organizaciones religiosas “oficiales” y “patrióticas” (controladas por el Partido), que son las únicas reconocidas y autorizadas por el régimen. Hoy se da una cierta tolerancia en la práctica y tiene lugar un diálogo con la Santa Sede. Todo esto, de vez en cuando, queda contrabalanceado por gestos de marcha atrás, que quieren dar la señal de que el régimen siempre pretende controlar de cerca a quien no se adecua.
El segundo problema está constituido por los así llamados “xie jiao”, se trata de grupos religiosos que forman parte de una lista negra, cuyos miembros corren el riesgo de la prisión o incluso de algo peor. Con frecuencia, en Occidente, “xie jiao” se traduce con el término “sectas”, pero es un error. La expresión “xie jiao” se remonta a la época Ming, es decir, mucho antes de las controversias sobre las “sectas” en Occidente, y su significado oscila entre la teología (“creencias heterodoxas”) y el orden público (“movimientos religiosos criminales”).
China registra un centenar de “sectas” según el término occidental evitado en general por los sociólogos; mientras que son pocos los grupos clasificados como “xie jiao”, que corren el riesgo de afrontar consecuencias mucho más graves. Ciertamente la mentalidad china es muy diferente a la europea. Dado que la represión puede ser drástica, habría que persuadir a China a atribuir la categoría de “xie jiao” únicamente a crímenes graves realmente cometidos y no a simples creencias heterodoxas o ideas críticas contra el régimen. Las instituciones gubernamentales han emprendido un diálogo con expertos internacionales sobre el tema de los “xie jiao”, en el que me han invitado a participar. Pero el diálogo es muy difícil.
En cierto sentido, la situación es incluso peor en Rusia, como lo testimonia la reciente “liquidación” de los Testigos de Jehová. La disidente histórica Lyudmila Alexeieva ha definido “como un crimen, no como un error” el intento de “liquidar” a estos grupos, entre los que se encuentra la Iglesia de la Cienciología, y las leyes Yarovaya, que prohibían a religiones y movimientos hacer proselitismo más allá de los propios lugares de culto. La situación es peor, pues el sistema jurídico se inspira en un aberrante principio de “seguridad espiritual”, que implica la protección de los ciudadanos frente a ideas religiosas diferentes al cristianismo de la Iglesia ortodoxa.
Además, los rusos tratan de exportar sus teorías a nivel internacional con la ayuda de organizaciones “amigas” y una propaganda fundada con frecuencia en “fake news”, sumamente sofisticada, con la que no cuentan los chinos. Estoy convencido de que Brownback no cometerá el error de dejarse limitar por la antipatía hacia grupos como los Testigos de Jehová o Cienciología.
El verdadero problema no son los métodos de gestión de sus organizaciones y el proselitismo (si se dieran violaciones de la ley por parte de individuos concretos, Rusia podría perseguirlos), sino las sentencias que prohíben los libros y proscriben ideas, en virtud de una mentalidad que excluye la libertad religiosa, tal y como la definen las convenciones internacionales que Rusia ha firmado. Brownback debería basarse en la constatación de que en la misma Iglesia Ortodoxa y quizá en el entorno de Putin hay “halcones” y “palomas” en lo que se refiere a la represión de las minorías religiosas.
Como antes decía, Brownback tendrá que afrontar frenos por parte de los “amigos del Kremlin” en la misma Administración Trump. El informe de la Secretaría de Estado de los Estados Unidos, al hablar de Rusia, utiliza expresiones que podrían justificar la inclusión de ese país en la lista de los “países que suscitan particular preocupación” (“countries of particular concern”), que constituye el prólogo para la imposición de sanciones hasta que la situación de la libertad religiosa no mejore. Esta era la recomendación de la Comisión que preparó el informe, pero al final “alguien” del Departamento de Estado puso el veto.
—¿No cree que los Estados Unidos se consideran una especie de “policía” de la libertad religiosa a nivel internacional?
De hecho los estadounidenses cometen frecuentemente el error de creer que el modelo de su país debe imponerse a todo el mundo y que de este modo se resolverá el problema de la libertad religiosa.
No se puede proponer, y mucho menos imponer, a los ortodoxos y a los rusos en general, el modelo de la Constitución estadounidense, en el que todas las religiones, grandes o pequeñas, antiguas o recientes, son consideradas iguales y está prohibido al Estado expresar una consideración particular a favor de una u otra. Este modelo, excelente para los Estados Unidos, está ligado a la historia estadounidense, pero no es adecuado para la historia rusa.
Ciertamente las religiones deben ser tratadas por igual ante la ley y deben gozar de las libertades fundamentales. Pero no va contra la libertad religiosa —y así ha sido establecido en varias ocasiones por el Tribunal Europeo para los Derechos del Hombre (que, por cierto, no es un órgano de la Unión Europea, sino del Consejo de de Europa, del que forma parte Rusia) y por la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE de la que también forma parte Rusia)— el hecho de que un Estado reconozca el papel especial de una o más religiones en la historia del país, asegurándoles un reconocimiento y una colaboración con las autoridades, que no se concede a las demás organizaciones religiosas.
Este es el caso de la Iglesia Anglicana en Inglaterra o de la Iglesia Católica en Italia, donde la Constitución atribuye al Concordato (acuerdo entre la Santa Sede y el Estado) un papel especial, contemplando acuerdos con las demás religiones representativas y asegurando la libertad religiosa de todos. Podría ser el caso de la Iglesia Ortodoxa en Rusia. El modelo italiano, no el estadounidense, puede presentarse a los rusos en un diálogo que busque lograr resultados.
Al igual que con los chinos, el diálogo con los rusos es difícil. Lo experimenté en el año 2011, cuando era representante de la OSCE para la libertad religiosa y mantuve un encuentro tanto con el metropolita Hilarion, presidente del Departamento de Relaciones Exteriores del Patriarcado de Moscú, como con el patriarca Kiril de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Personalmente no querría rendirme. Sé que la Iglesia Ortodoxa, equivocándose de manera grave (según mi punto de vista), ha aplaudido la “liquidación” de los Testigos de Jehová. Pero no hay que confundir la Iglesia Ortodoxa en su conjunto con las facciones más radicales y extremistas.
—¿Hay violaciones de la libertad religiosa en los Estados Unidos?
Este problema plantea dos cuestiones.
La primera es muy delicada: afecta al conflicto entre el derecho a la libertad religiosa y los demás derechos, en particular, el derecho de las personas homosexuales a no ser discriminadas. Son conocidos los casos de fotógrafos, floristas, pasteleros, contrarios al matrimonio homosexual, que se oponen a ofrecer sus servicios a las celebraciones de estas uniones, y acaban siendo condenados por discriminación.
Algunos creen que el problema debería resolverse con una ley sobre la libertad religiosa, que los autorice a una especie de objeción de conciencia. Esta argumentación no es equivocada, pero se da el riesgo de mezclar la cuestión de la libertad religiosa con las “culture wars” y esto no debería suceder. Quizá existen otros caminos jurídicos para resolver de manera ecuánime y con sentido común los problemas de las personas que no quieren trabajar para la celebración de un matrimonio entre dos personas del mismo sexo, sin hacer de esta cuestión el centro del problema de la libertad religiosa, lo cual me parece algo forzado.
La segunda cuestión es que en los Estados Unidos también se dan discriminaciones contra grupos calificados como “sectas”, que en ocasiones parecen no tener derecho a ser tratados como los demás. Es verdad que los tribunales han bloqueado las maniobras de los así llamados movimientos contra las sectas. Pero permanece todavía una cultura de la intolerancia. Pongamos dos ejemplos: el primero es el programa televisivo de la actriz Leah Remini sobre Cienciología, que tiene una cierta audiencia, quizá porque quien habla es una bella mujer, pero que a mí me parece que se reduce, con frecuencia, a una serie de insultos sin argumentos.
Otro caso es el hecho de que TED, la enorme plataforma educativa, haya publicado un vídeo sobre los “cults” (palabra cuya traducción exacta es “sectas”, no “cultos”), que repite estereotipos sobre la manipulación mental criticados por la inmensa mayoría de los expertos. Cuando el vídeo llegó a las 800 mil visualizaciones, decidí convertirme en promotor de una carta dirigida al TED, firmada por 27 expertos de diferentes continentes: honestamente, la firmaron los nombres más famosos en el estudio de los nuevos movimientos religiosos. Una carta gentil (puede consultarla aquí http://www.cesnur.org/2017/ted_answer.htm), pero el TED no se ha dignado en responder.
Es verdad, aquí nos encontramos ante intolerancia, que es un hecho cultural, y no ante discriminación, que es un hecho jurídico. Pero cuando trabajaba en la OSCE introduje en una conferencia internacional celebrada en Roma lo que hoy muchos llaman el “modelo de Roma”, según el cual, la intolerancia abre siempre el camino a la discriminación, y ésta, como nos enseña hoy Rusia, prepara la auténtica persecución.