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El legado de George A. Romero, el creador del zombi moderno

GEORGE A. ROMERO
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Jorge Martínez Lucena - publicado el 18/07/17
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Su lucha contra el cáncer de pulmón fue dura pero corta

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George A. Romero era un tío con pinta de hippie, coleta canosa de pelo lacio y gafas aparatosas, al que le debemos algunos grandes momentos del cine de terror. A pesar de parecer un raro espécimen californiano refugiado en las comprensivas inmediaciones de la Salvation Mountain con vagos y lisérgicos recuerdos de haber sido el chico simpático de la banda de Charles Manson, Romero era un chico sencillo, nacido en Nueva York en 1940, hijo de padre cubano y de madre de origen lituano.

Quizás esta procedencia transcultural colaboró en su mente visionaria, que encontró su caldo de cultivo ideal en la revuelta de los niños del 68 americano. Fue en esa sopa primordial en la que se coció el invento que, tras su reciente muerte el 16 de julio, lo hará, sin duda, pasar a la posteridad: el zombi cinematográfico moderno.

Su película de serie B, La noche de los muertos vivientes (1968), rodada en blanco y negro en Pittsburg, con un mínimo presupuesto de 114.000 dólares, se convirtió en un éxito de taquilla, recaudando más de 30 millones de dólares.

Su caterva de cadáveres trastabillantes y ávidos de carne humana se convirtieron en una mágica e improbable síntesis entre los vampiros democráticos de Yo soy leyenda (1954), de Richard Matheson; el zombi real creado por los vokores vudús a base de la neurotoxina del pez globo y la burrundanga; y la tradición cinematográfica precedente basada en ese no-muerto haitiano paradigma de alienación, como se puede apreciar en filmes tales como La legión de los hombres sin alma (1932) o Yo anduve con un zombi (1943).

Pese a que Romero también dirigió películas de terror fuera del subgénero como la inquietante Martin (1978) o la adaptación de la novela de Stephen King Creepshaw (1982), su legado cinematográfico fundamental fue darle al zombi un giro social y mítico.

Inoculó en un guión sencillísimo, plagado de bobalicones muertos vivientes, la potencia política de La invasión de los ladrones de cuerpos (1956), de Don Siegel, que denunciaba sin ambages el totalitarismo, fuese este proveniente de la URSS o de la caza de brujas del senador McCarthy.

En La noche de los muertos vivientes, sin embargo, el blanco era otro, porque también el momento histórico era distinto. En dicho largometraje se hacía una crítica a la burricie colectiva de los Estados Unidos de América, mientras se mostraba simbólicamente cómo los soldaditos muertos en Vietnam se levantaban de sus tumbas para vengarse de la sociedad yanqui, opulenta y desenfadada.

El final del filme, tantas veces comentado, era abierto y desconcertante, porque subrayaba cómo la restitución del orden establecido se conseguía mediante un chivo expiatorio afroamericano, inconscientemente considerado por la sociedad WASP como el fetiche representante de una horda monstruosa.

Romero hizo muchas otras películas de zombis después de esta. De hecho, solía quejarse de que no conseguía dinero para hacer producciones de otros temas, ya que su nombre había quedado indisociablemente unido a las casquerías truculentas rehogadas con kétchup e intestinos.

Ejemplo de esta saga son los clásicos de serie B Zombi. El regreso de los muertos vivientes (1978) y El día de los muertos (1985), la memorable La tierra de los muertos vivientes (2005), así como las prescindibles El diario de los muertos (2007) y La resistencia de los muertos (2009), donde una realización paupérrima deja entrever buenas intuiciones que otros supieron desarrollar posteriormente.

Según su productor Peter Grunwald ha declarado a Los Ángeles Times, la lucha de Romero contra el cáncer de pulmón fue dura pero corta.

Murió mientras dormía, rodeado de su familia, escuchando la banda sonora de una de sus películas favoritas, El hombre tranquilo (1952), de John Ford. Quizás se fue mientras sonaba aquella inolvidable The Isle of Innisfree, un clásico irlandés en el que se expresa como en pocas piezas la infinita añoranza de una tierra familiar donde finalmente poder descansar en paz. Así sea.

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