Habla Salvador Aragonés, ex director territorial de la agencia Europa Press y colaborador de AleteiaConocí a Joaquín Navarro-Valls siendo yo estudiante de Periodismo en la Universidad de Navarra. Él, que era ya todo un doctor y psiquiatra, venía de Barcelona solo para examinarse de las asignaturas de Periodismo. Le veía nervioso y me hice el encontradizo. Comprendí que los nervios en los exámenes no distinguen ni personas, ni cargos.
No lo volví a ver hasta Roma, donde él fue llamado por el fundador del Opus Dei, Josemaría Escrivá, para organizar la comunicación de esta institución de la Iglesia que después sería Prelatura Personal. Yo era corresponsal en Roma de la agencia española Europa Press y me había centrado más en temas de la Santa Sede, entonces muy cerrada a la comunicación.
En 1975 falleció en la sede central del Opus Dei san Josemaría Escrivá. Los periodistas acudimos a la sede central de esta institución, en viale Bruno Buozzi, y nos atendió el doctor Navarro-Valls. Él nos proporcionó material biográfico, fotos y textos del fundador. Poco después nos atendió la figura serena de Mons. Álvaro del Portillo, hoy beato, que era el Secretario General. Nadie se lo esperaba, fue una sorpresa. En realidad fue el primer encuentro que tuvo un alto dirigente del Opus Dei con la prensa general. Fue obra de Navarro-Valls.
Don Álvaro nos contó cómo fue la última jornada de san Josemaría, desde el primer momento hasta el final de su vida. Dio muchos detalles e hizo algunos comentarios. Después nos invitó a visitar el cuerpo sin vida del fundador, tendido en el suelo y con ornamentos sacerdotales, “para rezar por él”, dijo Don Álvaro. Creo que la clave de que la prensa internacional hablara con respeto de san Josemaría fue la de dar una amplia información, sin esconder nada.
La comunicación, tal como la entendía Navarro-Valls, tenía que ser sencilla, clara, transparente y suficiente. De no ser así, los periodistas desconfían y se originan los rumores que tanto dañan a personas e instituciones. La clave es la credibilidad de quien comunica.
El gran reto del doctor Navarro-Valls fue, sin embargo, ser portavoz de la Santa Sede y más concretamente del papa Juan Pablo II, que él vio canonizar. No esperaba para nada el nombramiento, dijo, pues “yo tenía otros planes”, siendo corresponsal del diario “ABC” de Madrid. Pero aceptó el cargo, pues cuando peguntó “si podía decir que no”, se le dijo: “a un Papa no se le dice que no”.
Su fuerte personalidad y su contacto directo con el Papa Wojtyla, hacían que Joaquín Navarro-Valls fuera una fuente creíble, fiable. No le gustaban ni la superficialidad, ni los “off the records” o los “no coment”. Rechazaba con energía la falsedad. Una vez, cuando los periodistas de la RAI-TV italiana no se creyeron que el Papa dejó de participar en actos por la rotura del fémur, él se fue personalmente a la RAI con la placa de Rayos X para demostrar que era verdad lo que había dicho. Aquello causó un cierto revuelo en el Vaticano (“¡Cómo se atreve a enseñar el fémur de un Papa por la televisión!”).
El doctor Navarro-Valls no fue solamente un portavoz del Papa, sino que la confianza que le otorgó el papa Wojtyla fue más allá y le envió a delicadas misiones diplomáticas, como la preparación de su visita a Cuba, con varias entrevistas con el Comandante Fidel Castro, la cumbre de El Cairo sobre la Población, el ser miembro de la Delegación de la Santa Sede en las conferencias internacionales de Copenhague, Pekín y Estambul.
Una anécdota de una entrevista con Fidel Castro, cuando éste le preguntó: “¿Cómo en el Vaticano evitan que se envenene al Papa?” y respondió: “En Roma este problema no existe”.
Entre los hechos históricos que vivió Navarro-Valls al lado de san Juan Pablo II fue la caída del comunismo de la Unión Soviética y los países satélites del Este de Europa. San Juan Pablo II sabía que la libertad es inseparable de la verdad, pues no hay verdad sin libertad, ni libertad sin la verdad. La verdad “no es una categoría política”, como la veía Ronald Reagan, ni tampoco son las estructuras del Estado, aunque ayudan, sino que “nace del mismo ser del hombre, porque así lo ha querido el Creador. Y solo con la libertad, y no sin libertad, el hombre alcanza la verdad”.
La laicidad de Navarro-Valls era evidente cuando se hablaba con él, y a nadie sorprendió que cuando dejó la Santa Sede inició unas colaboraciones en el diario “La Repubblica”, de una línea editorial laica. Al mismo tiempo era un hombre con corazón que se ocupó de los periodistas, no solo en darles buena información, sino de sus personas y de sus familias.
Se veía claramente, en el doctor Navarro-Valls, que era un hombre de Dios, y no podía ser de otra manera tras servir a dos santos, que caminaron por el mundo “al paso de Dios”.