Haz de tu situación una plegaria sencillamente invitando a Dios a que camine contigo en este proceso y siendo muy obediente a las indicaciones de tu médico
La depresión es una de las grandes plagas del siglo XXI y la enfermedad mental #1 en los países civilizados. Qué ironía, ¿no crees? Cuanto más tenemos y más inteligentes somos, más tristes nos sentimos. ¿Qué será lo que realmente nos falta?
Alguna vez escuché esta frase y peor aún, me la creí: la depresión es ausencia de Dios. Cuando caí en ella, aparte de las sensaciones extrañas que experimentaba, la culpabilidad me mataba porque yo me tragué el cuento de que Dios no estaba conmigo a pesar de ser tan activa en mi vida de piedad, que estaba ausente en mí porque estaba en depresión. ¡Gran mentira! Si Él no hubiera estado conmigo 24/7, quién sabe si hoy estaría aquí escribiendo.
Conmigo sucedió lo que con muchos. Pasé por tantísimos eventos traumáticos en mi vida, uno tras otro, que mi cuerpo fue sabio e hizo un shut down para protegerme de no caer en locura.
De pronto no sabía que los que pasaba conmigo. Simplemente me sentía ansiosa e hiperactiva, más de lo normal. Dormía mucho de día y en la noche insomnio. Aunque no me daban episodios de llanto, sí me costaba mucho sonreír. Realmente me sentía víctima del mundo entero. Quería disfrutar de la vida y no podía, no sabía cómo.
Vivía sin vivir. Caminaba como en automático y solo salía de la cama para que mis hijos no se dieran cuenta de que algo no andaba bien conmigo. Le tenía terror al juicio humano por lo que con nadie compartía lo que pasaba. De la puerta de mi casa hacia dentro era una, hacia afuera, otra.
Nadie podía saber que me sentía mal porque había que guardar las apariencias. Pues ¡como no!, si yo iba a Misa todos los días y me enseñaron a que, a pesar de yo sentirme así, tenía que seguir siendo el tapete donde los demás pisaran blando, que era mi Cruz y le ofreciera todo a Dios, calladita.
Así que me tragaba todas las emociones. Los desórdenes alimenticios no se hicieron esperar. Fue entonces que fui al psiquiatra y me la diagnosticó: estaba enferma de depresión. Pensé: “¿Deprimida yo que estoy tan cerca de Dios?” Así es, estaba bien deprimida…
Pasé de un antidepresivo a otro. Así fue mi vida por más de 10 largos años. Hasta que un día, después de rezar a diario y hacer un trabajo personal profundísimo, tanto emocional como espiritual, salí de ese purgatorio.
No le llamo infierno porque ahí no está Dios y Él siempre estuvo conmigo durante esos largos años en que un día me quería morir y al siguiente también.
En lo personal, algo que me sirvió mucho era visitar al Santísimo casi a diario y estando delante de Él le ofrecía el tomarme mi medicamento por todas esas personas que como yo sufrían de depresión y que acababan con su vida porque se sentían solas. Le pedía a Jesús Sacramentado que hiciera sentir su presencia en ellos como me la hacía sentir a mí.
Hace ya muchos años de esto. Sé de lo que hablo y lo que se puede llegar a sentir. Es por eso que hoy te quiero hablar a ti que como yo alguna vez viviste -o vives- en depresión. No deseo hacerlo desde un punto de vista clínico porque yo no soy experta, sino espiritual.
¿Y por qué es importante verlo desde este punto de vista? Porque justo eso es lo que también se encuentra lastimado, nuestro espíritu y nuestras emociones.
En el alma habitan nuestra inteligencia, voluntad y también nuestras emociones. Es por eso que en la depresión la persona se siente decaída, sin fuerza y sin voluntad.
Por lo tanto, la depresión es un decaimiento del ánimo con terribles consecuencias como úlceras, dolores de cabeza, desesperanza y una tristeza tal que si no la atendemos a tiempo y como es debido puede llevar hasta al suicidio.
El cuerpo en general experimenta una descompensación química. Es por eso que muchas veces y únicamente bajo la supervisión del médico hay que atender a la depresión con fármacos y una buena terapia psicológica.
La depresión afecta no solo a quien la padece, sino a las personas que están a su alrededor. Este cáncer emocional puede llegar a cualquier persona, tenga una razón para experimentarla o no.
La persona afectada puede tenerlo todo y en abundancia y verdaderamente sentir que todo le falta. ¿Por qué? Porque hay ausencia de paz y por lo tanto de alegría y felicidad.
Siguiendo en la línea espiritual, muchas veces lo que provoca la depresión es la actitud mental que tenemos ante las circunstancias que la vida nos presenta.
Con esto quiero decir que una persona con una actitud mental positiva difícilmente caerá en depresión porque sabrá sacar frutos provechosos hasta de las circunstancias más adversas o de los eventos a los que el mundo puede llamar fatalidades como son la muerte de un ser querido, una enfermedad, un revés económico, etc.
Esto no quiere decir que las personas con ese estilo de vida positivo no experimenten dolor y sufrimiento ante estas experiencias. Al contrario, los sentirá profundamente como cualquier otro y se tirarán al piso a berrear como tú y como yo.
Sin embargo, tienen ese extra que les hace salir victoriosos de esas experiencias. Es decir, tienen la capacidad divina -sobrenatural- de la resignación, lo que quiere decir que eligen encontrar otro significado a lo que están viviendo.
Es a lo que comúnmente llamamos resignación cristiana que, a través de los ojos de Dios, encuentran el para qué de lo que están pasando.
El estar deprimidos no es ninguna vergüenza. Hay que hablarlo porque solo así encontraremos apoyo y salida. Todos en algún momento de nuestra vida hemos experimentado esa sensación de tristeza profunda, desolación, desilusión, desánimo…
Como que hacemos y por más que hacemos nada funciona. Soledad, abatimiento, desesperanza… Quizá hasta nos lleguemos a cuestionar si vale la pena vivir o qué tanto vale seguir con vida.
Es muy importante que, aunque en este momento estés experimentado ese estado de ánimo, trates de tener muy presente y confíes -no importa que lo hagas de los dientes para afuera- en que Dios te tiene tomado de la mano y nunca has estado solo, aunque en este momento no lo sientas. Es más, en ese estado difícilmente palparás su presencia, pero eso no quiere decir que no esté junto a ti.
Quizá también puedas sentir que le estorbas al mundo y que no vales nada. Podrás pensar que nada tiene solución y que vales más muerto que vivo, entre otras cosas que el enemigo de Dios -con lo astuto que es- te quiere hacer creer. ¡Detente! Eso son solo pensamientos y no son la verdad, no vienen de tu Creador.
Tú y tu vida valen y muchísimo porque eres un hijo muy amado de Dios. Él te creó, sigue creyendo en ti y espera mucho de ti aun en estos momentos oscuros. Este mundo no sería lo mismo sin ti. La vida de todos nosotros -aunque en este momento no lo veas- sería muy distinta sin ti. No exagero al decirte que haces falta y que no hay nada malo contigo.
A ti que hoy pasas por una noche larga y oscura te quiero pedir que hagas de tu enfermedad una oración. Haz de tu depresión una plegaria sencillamente invitando a Dios a que camine contigo en este proceso y siendo muy obediente a las indicaciones de tu médico.
Si tienes la capacidad de hacerlo, ve a tu Sagrario más cercano y ponte de rodillas delante del Santísimo Sacramento. Si no, hazlo en donde te encuentres y desde ahí lleva tu corazón a ese Tabernáculo que tanto te gusta y con toda humildad dile al buen Jesús: “Mi Señor, amor de mis amores. Hoy no quiero a pedirte nada para mí. No vine ni siquiera a pedirte que me sanes. Vine a ofrecerte lo único que tengo que es esta depresión. Dime tú qué quieres que hagamos con ella. Te la entrego. Es tuya“.
Y confiado regálasela a Dios, déjala a sus pies. Quédate unos momentos delante de su presencia y deja que la luz de su Espíritu divino te cubra y te comience a sanar. Él es experto en cambiar lágrimas por bendiciones.
Sé paciente contigo y con tu proceso. Trátate de la misma manera que tratarías al ser que me amas en esta vida. Cuídate, ámate y acéptate de la misma forma como Dios lo hace contigo, incondicional. Todo pasa, todo… Y también muy pronto esto te pasará…
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