“A quienes les perdonéis los pecados, les son perdonados; a quienes se los retengáis, les son retenidos…”
El origen de los siete sacramentos -de los que uno es la Penitencia, que suele denominarse confesión- está, y solo puede estar, en Cristo mismo. Como vehículos de la gracia, solo Él los ha podido instituir.
Por el Espíritu que conduce a “la verdad completa” (Jn 16, 13), la Iglesia reconoció poco a poco este tesoro recibido de Cristo y precisó su “dispensación”, tal como lo hizo con el canon de las Sagradas Escrituras y con la doctrina de la fe, como fiel dispensadora de los misterios de Dios (cf. Mt 13, 52; I Cor 4, 1). Así, la Iglesia ha precisado a lo largo de los siglos que, entre sus celebraciones litúrgicas, hay siete que son, en el sentido propio del término, sacramentos instituidos por el Señor (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1117).
Cito este punto del Catecismo porque, para entender bien esto, hay que situarse en un contexto “católico”. Para una mentalidad protestante, todo tiene que figurar claramente en la Biblia, y no se reconoce el antedicho papel de la Iglesia. Por eso, no cabe esperar un debate sobre los sacramentos que se limite exclusivamente a examinar si se puede concluir de los textos de la Biblia que figuran tal como hoy los celebramos.
Dicho lo cual, hay que añadir que, en el caso del sacramento de la Penitencia, su institución sí que figura en los Evangelios. El texto más claro es el que recoge san Juan en el capítulo 20 (22): Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les son perdonados; a quienes se los retengáis, les son retenidos”.
Son palabras pronunciadas después de la Resurrección, y poco antes de la Ascensión del Señor. El contexto es pues de cierta despedida, en la que el principal mensaje a los Apóstoles es que deben continuar su misión. Evidentemente, no se trata de una potestad conferida para ser utilizada arbitrariamente, sino para ser ejercida en su nombre y con su espíritu.
Se deben así perdonar los pecados, como Él hizo, a quienes muestren un arrepentimiento por los mismos. Es por tanto un tribunal de misericordia, ejercido en su nombre y con su potestad.
Este carácter, estos rasgos fundamentales, se han mantenido desde el principio. La forma de celebración, en cambio, ha variado bastante.
Pero, en general, lo ha hecho en un sentido: la Iglesia se ha ido haciendo más consciente de la extensión de la misericordia divina, con lo cual se ha ido facilitando a los fieles su celebración. Dios siempre quiere perdonar a quien se acerca con rectitud a pedir su perdón.