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Cómo el rechazo de mi padre me llevó a los brazos de otro Padre

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Luz Ivonne Ream - publicado el 19/06/17
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Eras el padre que tenías que ser para que yo fuera lo que hoy soy

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“Papá, mi primer gran amor al que todo le debo. Símbolo de entrega, amor incondicional y compromiso. El ser que me enseñó lo que un verdadero hombre hace. Mi inspiración para salir adelante. Mi súper héroe, mi confidente, mi adoración, mi todo”. Esto y más podemos escuchar acerca de los papás y lo que su presencia hace en nosotros. Sobre todo, en este mes en el que en muchas partes se les festeja. Sin embargo, también cuántas historias hay donde él no figura. O peor aún, donde su presencia hace más mal que bien.

Haciendo referencia al día del padre, una vez conocí a una persona que me compartió la historia que tuvo con su papá. Sus palabras me parecieron muy acertadas y dignas de inspiración porque, a pesar de haber tenido esa relación diferente con él, en ella solo hay amor y gratitud por el ser que le dio la vida.

A continuación, a la letra la comparto porque sé que hay muchas personas en la misma situación y que como ella añoran el amor de un padre, amor que quizá nunca sentirán. Ella me reveló cómo supo salir adelante sin tener esa figura paterna maravillosa, cariñosa, tierna, protectora, proveedora y demás como esperaríamos que fuera el común denominador de lo que consideramos padres normales.

“A diferencia de la mayoría yo no considero haber tenido el mejor padre del mundo. Nunca fue cariñoso ni mucho menos protector, sino todo lo contrario. Fue un papá ausente. agresivo e indiferente. Lo que sí estoy más que segura es que tuve el papá que necesitaba tener para ser la persona que hoy soy.

Por eso le honro, le bendigo y le amo y acepto así, tal cual es. Sé que moriré sin haber sabido lo que es un abrazo confortante de él, de esos que te hacen sentir cobijada. Sin una caricia de sus manos, sin un beso lleno de ternura. Sin una sola palabra de amor ni de consuelo, ni de consejos. Sin su bendición porque él no cree en esas cosas. Es increíble como mi corazón puede añorar algo que nunca he conocido.

Tuve que hacer mucho trabajo personal para aceptar que me había tocado un papá diferente, un señor al que, lejos de darle alegría el verme, le da flojera porque no estoy a su altura intelectual. Fue mucho lo que tuve que crecer y madurar para que, en la aceptación total de su persona, ya no me doliera su desamor y para comprender todo lo que hoy me hace amarle aún más.

Crecí sabiendo solo esto, que él era mi papá, pero no había un acercamiento como tal. De hecho, yo le tenía mucho miedo y me daba terror visitarle. De niña me cuestionaba el por qué yo no estaba con él, pero como menor de edad me daban cualquier tipo de respuestas que yo creía y me quedaba tranquila.

No sé en qué momento de mi vida fui entendiendo el por qué no vivíamos juntos. Mi mamá había fallecido en un accidente automovilístico donde él iba manejando y mi papá había quedado viudo con muchos hijos. Yo, de un par de meses quedé bajo la custodia y protección de mi abuela materna desde ese momento.

De hecho, ella me contó que justo estando en el funeral de mi mamá, mi papá se le acercó conmigo en brazos y le dijo:

-Señora, yo le quité a su angelita. Ahora yo le regalo la mía.

Fueron años los que me llevó comprender y aceptar que ese acto -el de “regalarme” a mi abuelita a los meses de nacida y desentenderse de mí por completo y que a los ojos de muchos resultaba inexplicable e inaceptable- fue el acto de amor más profundo que pudo haber hecho por mí.

Él, dentro del shock en el que se encontraba por el evento que estaba ocurriéndole, tuvo la capacidad de reconocer su incapacidad para cuidarme. Me amó tanto, o por lo menos yo elijo creer eso, que me puso en los brazos amorosos de la persona que él tenía la certeza absoluta me vería como una hija más y no se equivocó.

No voy a negar que su ausencia provocó grandes y graves consecuencias a mi vida. Hacía de todo para ganarme su amor y estar a su altura, pero nada funcionaba. No lograba que se sintiera orgulloso de mí.

En mi crisis de adolescente me quise ir a vivir con él y no me recibió, no me abrió la puerta. Solo me dijo que no me podía quedar con él porque no tenía tiempo de cuidarme. Sentí que mi mundo se rompía en mil pedazos.

Y como esas hubo muchas muestras de desamor y rechazo. En el fondo yo quería odiarle para que su repudio no me doliera tanto, pero nunca pude hacerlo.

Hasta que llegó el momento en que decidí tomar las riendas de mi vida y dejar de sentirme víctima de él y de las circunstancias. Al cambiar yo todo cambió. Dejé de desear tener otro papá y aceptar al que tenía, tal cual.

Dios jugó y sigue jugando el papel más importante en mi vida. Él, quien es la sabiduría infinita, se dio cuenta del dolor que desde niña en mi corazón cargaba y se supo hacer presente en mí desde que yo era muy pequeña. Desarrollé una relación muy personal e íntima con Él, con la persona de Dios Padre.

No tenía un padre en este mundo que me secara las lágrimas, pero tenía a un Dios vivo dentro de mí que me daba la fuerza de yo misma limpiar mis mejillas cuando por estas corrían gotas de aflicción.

Había días en que la soledad me atrapaba, las preguntas me invadían, el dolor me mataba y quería correr a los brazos de mi papá… y no había tal. Era entonces que Dios se hacía más presente en mí.

Los rechazos de mi papá seguían doliendo, se clavaban en mi pecho y mi corazón sangraba porque no le pedía nada, solo que me amara. Nunca logré su amor. Lo que sí logré fue cambiar el rechazo de mi padre humano por la aceptación Divina e incondicional de un Dios Todopoderoso.

De verdad, no miento cuando digo que escuchaba su voz que me decía: -Yo te amo. Yo estoy contigo. Ven aquí y déjame abrazarte. Y yo eso hacía. Me encerraba en mi habitación, me acostaba en posición fetal imaginando que mi cabeza estaba en su regazo. Dios me acariciaba y me hablaba al oído. Poco a poco volvía la paz a mi alma mientras me quedaba dormida.

Me enseñó a amarle de tal manera que nunca más me he sentido huérfana. A qué grado fue el amor y la admiración que desde niña sentía -y sigo sintiendo- por Dios, que tuve la capacidad de elegir a un hombre increíblemente bueno para padre de mis hijos, la antítesis de mi papá.

Se dice que uno elige de esposo a alguien igual a lo que ya conoce, en este caso al papá, y yo tenía al mejor ejemplo de Padre, al mejor del mundo: Dios.

¡Cuánto aprendí a perdonar a través del corazón de Dios! Luego de los años entendí que mi papá fue producto de su propia historia y que únicamente me dio lo que sabía y lo que tenía para darme. Mucho o poco, esa era su capacidad.

Fue entonces que cambié el “juicio” por la “compasión” y le pude amar aún más con una enorme ternura y caridad. Sé que si él hubiera sabido amar de una manera distinta lo hubiera hecho.

Comprendí también que no es que no me quiera ver o mis visitas le incomoden. Su rechazo es producto de un duelo no superado. Nadie le enseñó a cerrar círculos ni a vivir duelos y casi estoy segura de que él nunca pudo concluir el duelo de la muerte de mi mami y de alguna manera, nosotros sus hijos, representamos a esa esposa suya, el amor de su vida, que lo dejó con tantos hijos. Ella se fue al cielo cuando él más la amaba.

En fin, son tantas cosas que, con el tiempo, con la madurez de los años y, sobre todo, con mis enormes deseos de sanar mi alma, he aceptado de mi padre. Otras tantas que hoy por hoy aún no alcanzo a comprender, pero que no me hacen dejarlo de amar como le amo.

Sí, aún me da miedo acercarme por miedo a su rechazo. No me dice jamás que me ama, yo sí se lo digo. No me abraza nunca, entonces yo no espero a que lo haga y lo hago yo cuando tengo oportunidad. Aprendí a no esperar nada de él porque lo que reciba ya es ganancia.

Entendí que no sabe amar y acepté que en eso yo no tengo poder, no le puedo obligar a que me ame. Yo he elegido seguir amándole porque soy una convencida de que donde se siembra amor, se cosecha amor.

Hoy mi viejo con 83 años sabe que cuenta con mi amor incondicional porque cada noche y a través de la distancia me conecto a su alma por medio la oración y le recuerdo cuánto le amo.

Si algo bueno me ha dejado la ausencia de mi padre es que me permitió crecer en mi filiación divina. En mi Dios he encontrado toda esa protección con cuya carencia crecí.

Cuando me siento triste, con miedo y sola me volteo a Él, le pido que me abrace fuerte y me haga sentir su amor incondicional… Y entonces todos mis miedos se desvanecen… En esta vida me tocó tener un padre cuyo rechazo me empujó a los brazos de otro Padre, uno que es Dios y Trino y que día a día me demuestra que su amor por mí es infinito e incondicional y que me ama y me acepta tal como soy.

Gracias a mi Dios por darme al mejor padre de mi mundo y al que amo profundamente. Gracias papá porque me enseñaste que mi capacidad de amar y perdonar es mucha y porque en tu limitado amor encontré a un Dios cuyo amor por mí no tiene límites”.


Por Luz Ivonne Ream, c
oach Ontológico/Matrimonio/Divorcio Certificado. Especialista certificada en recuperación de duelos, orientadora matrimonial y familiar.

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